Simone D’Alessandri es un hombre de deporte. Como tal, está acostumbrado al contraste franco, directo y leal, el que la competición deportiva te inculca día tras día, desafío tras desafío. Esperamos por tanto que no vea este artículo como un ataque personal, sino como una oportunidad de debate entre personas que desean sinceramente el bien del boxeo italiano. El tema en cuestión es el interesante video-mensaje grabado en Orlando por el entrenador italiano tras el combate de su púgil Stephanie Silva. Un mensaje que, en algunos pasajes, he considerado absolutamente compartible, pero que al mismo tiempo me impulsa a expresar algunas opiniones divergentes.
El peso no dado: una explicación oportuna y convincente
La primera parte del discurso de D’Alessandri es irreprochable e incluso necesaria. En los últimos días, demasiados han acusado injustamente a Silva de falta de profesionalidad por haber superado el límite del peso supermosca, perdiendo así la posibilidad de disputar el título WBA. Simone reconstruyó la dinámica de los hechos, ofreciendo una explicación que consideramos convincente y que pone de relieve la inocencia de nuestra atleta y su enorme mala suerte.
No solo la intoxicación alimentaria le negó la posibilidad de perseguir su sueño mundial —que no se habría materializado ni siquiera en caso de victoria—, sino que además la debilitó físicamente a muy poco tiempo de un combate exigente.
El relato épico del combate
D’Alessandri se centró luego en el encuentro, ofreciéndone una descripción impregnada de tonos épicos, hasta el punto de utilizar la comparación con Rocky Balboa, que en la célebre película Rocky IV viajó a la Unión Soviética para enfrentarse al ídolo local Ivan Drago, logrando conquistar el afecto de un público inicialmente hostil.
También en este caso, dejando de lado una frase concreta sobre la que me detendré en el próximo párrafo, considero veraz el relato del entrenador italiano. Los silbidos iniciales transformados en aplausos, la protesta del público local durante la lectura de las tarjetas, las “disculpas” de Gilberto Mendoza por el veredicto y la foto concedida a Stephanie con el cinturón mundial son, a mi juicio, hechos realmente ocurridos y sobre los que no tengo motivos para dudar.
Añado, no obstante, un par de consideraciones totalmente personales. La primera es que yo mismo, aun teniendo una ligerísima ventaja para Jasmine Artiga al término del combate, habría silbado al escuchar los márgenes escandalosos concedidos a la púgil estadounidense por dos jueces. La segunda es que el señor Mendoza, en virtud del cargo que ocupa y de la personalidad meliflua que ha mostrado en más de una ocasión, busca establecer relaciones óptimas con todos; no me sorprendería en absoluto, por tanto, que entre bastidores, hablando con el equipo de Artiga, hubiera expresado opiniones muy distintas. La mía, lo reconozco, es solo una especulación.
¿De verdad dicen los periódicos estadounidenses que la campeona es Silva?
“Hoy en todos los periódicos aquí en América dicen que la campeona es Stephanie Silva” son las palabras textuales utilizadas por D’Alessandri durante su relato. Estoy seguro de que Simone lo dijo de buena fe, convencido por quienes tenía cerca en ese momento de que el consenso sobre la superioridad de Stephanie era unánime, pero un análisis de los artículos dedicados al combate por los sitios web estadounidenses más autorizados muestra un panorama diferente.
Boxing Scene, el sitio de boxeo más leído del mundo, confió la crónica de la velada a Jake Donovan, uno de sus redactores principales. Esto es lo que escribió sobre el combate Artiga vs. Silva:
Los primeros asaltos vieron a Artiga, la primera boxeadora nacida y criada en Tampa en ganar un título importante (Antonio Tarver nació en Orlando), trabajar de forma constante detrás de su jab de derecha desde la guardia zurda. Con el paso de los rounds, sin embargo, tuvo dificultades evidentes para mantener a raya a la más pesada Silva. La Artiga de 39 años, no obstante, nunca perdió de vista el objetivo y se apoyó en sus fundamentos técnicos superiores para sacar adelante el resultado final.
También The Ring Magazine, la revista estadounidense de mayor prestigio histórico, cubrió el evento. He aquí algunas líneas extraídas de su artículo:
Artiga (15-0-1, 7 KO) conectó los golpes más limpios contra Silva (10-2), que no era elegible para ganar el título tras haber superado el peso por más de cuatro libras. Silva también tuvo sus momentos, cuando logró hacer retroceder a Artiga y conectar en los intercambios con la campeona. En última instancia, el trabajo más limpio de Artiga le dio la ventaja.
¿Con más patriotismo seríamos los reyes del mundo?
La parte del discurso de D’Alessandri que más me impactó, la que más me impulsó a escribir este artículo, fue la final. El entrenador dirigió a quienes lo escuchaban una invitación a la unidad, a “animar”, afirmando que si los italianos tuviéramos el 50% del patriotismo típico de los estadounidenses, seríamos “los reyes del mundo”.
En sí mismo, este llamamiento no contiene nada incorrecto o reprochable. La idea de apoyarnos entre nosotros, de evitar denigraciones gratuitas hacia nuestros compatriotas, de desearles éxito cuando compiten en el extranjero es genuina y compartible. Sin embargo, temo que este mensaje pueda ser interpretado por una parte del mundo del boxeo italiano de manera profundamente distorsionada.
Cualquiera que haya escrito sobre boxeo en este país sabe perfectamente cuál es el esquema a seguir para evitar verse regularmente inundado de polémicas y ataques groseros:
Si un boxeador italiano gana, debes escribir que fue extraordinario.
Si pierde por poco, debes escribir que fue robado.
Si pierde claramente, debes escribir que rozó la hazaña.
Si es apaleado, debes escribir que ofreció una resistencia heroica.
Yo nunca he seguido este esquema y, de hecho, mirando atrás y repasando estos veinte años que he pasado contando el boxeo, podría escribir un libro de anécdotas sobre las infinitas “molestias” (permítaseme la expresión coloquial) que ha conllevado mi forma de proceder.
Pero el verdadero problema no soy yo, que tengo la piel dura. El verdadero problema concierne a aquellos promotores, entrenadores, boxeadores y aficionados convencidos de que los verdaderos amigos son los que siempre te llaman fenómeno, los que te colman de elogios y palmadas en la espalda, los que se abstienen de señalarte un defecto o una carencia por miedo a enfadarte. El problema es suyo, porque los halagos agradan, pero son las críticas constructivas las que nos hacen crecer, empujándonos a no dormirnos en los laureles y a hacerlo cada vez mejor.
No estaré aquí dando nombres revolviendo el pasado. Es más, un nombre sí quiero mencionarlo, el de la loable excepción que confirma la regla: el boxeador toscano Simone Rao. Hace cinco meses, tras su combate muy equilibrado perdido por decisión dividida ante Francesco Grandelli, publicamos un artículo en el que escribimos, entre otras cosas, que los jueces habían premiado al justo vencedor.
Rao no solo no nos atacó: compartió nuestro artículo en su perfil, nos agradeció la crónica y calmó a sus aficionados que protestaban el veredicto. He ahí, a mi juicio, el punto. Con algunos supuestos patriotas menos y algunos Simone Rao más, tendríamos muchas más posibilidades de convertirnos en los “reyes del mundo” del boxeo.
