Oleksandr Usyk es un campeón épico: uno de esos pesos pesados que nacen una vez cada treinta o cuarenta años y dejan una marca indeleble en la historia de la categoría reina. Anoche, en la Kingdom Arena de Riad, se presenció otra obra maestra pugilística del genio ucraniano, quien a lo largo de doce asaltos de altísimo nivel venció nuevamente a un tenaz Tyson Fury, afirmando de manera inequívoca su superioridad. Los tres jueces dictaminaron un justo y unánime 116 a 112, permitiendo así al vencedor conservar los títulos mundiales del CMB, AMB y OMB.
Ambos púgiles habían sido sacudidos durante el combate del 18 de mayo, y su conciencia de tener enfrente a un adversario capaz de causarles daño quedó evidente en el primer asalto de la revancha. Fue un clásico asalto de estudio en el que el único golpe digno de mención fue un uppercut al cuerpo de Fury que, por un instante, desestabilizó al rival al inicio del duelo.
Luego, poco a poco, el combate entró en calor, con Usyk comenzando a tejer su trama hecha de fintas, golpes rápidos y continuos movimientos de piernas y torso, mientras que un Fury menos ágil en comparación con el primer enfrentamiento encendía destellos de acción, intentando imprimir potencia y consistencia en sus golpes.
Así transcurrieron los asaltos, sin que emergiera un claro dominador del combate, ya que ambos rivales habían implementado pequeños ajustes tácticos en el ring para limitar las cualidades del oponente que en el pasado les habían causado problemas. Fury mantenía su guante derecho bien alto para proteger el rostro y neutralizar los ganchos de izquierda de Usyk, mientras que el ucraniano esquivaba con maestría los uppercuts al rostro mediante magníficas torsiones circulares.
Tras cinco asaltos, el campeón defensor comprendió que debía romper el equilibrio y tomar la iniciativa de forma más decidida. Dejar el combate en terreno neutral hasta el final habría sido un riesgo enorme: demasiados intereses estaban vinculados a una eventual victoria de Fury, que habría permitido organizar un lucrativo tercer combate o quizás abrir las puertas a un estelar derbi contra Anthony Joshua, disputado con los títulos mundiales en juego.
Usyk, entonces, presionó a su manera, pisando el acelerador, y a partir del sexto asalto comenzó a hacerse claramente preferido. Las prodigiosas capacidades de lectura de Fury, normalmente un maestro al anticipar las intenciones de sus adversarios con una fracción de segundo de ventaja, se desmoronaron frente a la genialidad y la imprevisibilidad del boxeador ucraniano.
Con Usyk, nunca sabes qué esperar: entre una acción y otra cambian la velocidad de los golpes, su trayectoria y el ángulo desde el cual los lanza. Incluso el orden en que alterna golpes fuertes y rápidos varía constantemente: a veces empieza con un impacto contundente de primera intención, otras lo precede con un golpe más ligero, o incluso con dos. Y cuando todo esto se ejecuta a un ritmo vertiginoso, el desafortunado que tiene delante suele verse abrumado.
Esto le sucedió en parte también a Fury, quien se rezagó en las puntuaciones y vio cómo el combate comenzaba a escapársele de las manos. El Gipsy King no se rindió y trató de enderezar el rumbo con todos los recursos a su disposición. En el noveno asalto, por ejemplo, se centró de manera casi obsesiva en bombardear el cuerpo, con la esperanza de aprovechar la supuesta vulnerabilidad en el abdomen de Usyk. En el décimo intentó imponer su mole gargantuesca, apoyándose sobre el campeón y buscando aplastarlo bajo su peso.
Sin embargo, los generosos intentos de Fury produjeron resultados solo temporales y parciales. Incluso cuando estuvo bajo presión, Usyk mantuvo siempre la calma, destacándose por su trabajo más limpio y aprovechando su mayor resistencia para atacar al rival cada vez que este daba un paso atrás para gestionar sus energías.
Al llegar a los llamados championship rounds, el campeón, a pesar de sus 38 años, seguía saltando sobre las puntas de los pies como un joven, inundando al Gipsy King con combinaciones continuas. El ucraniano también demostró tener, como es sabido, una mandíbula de granito, ya que en los últimos segundos de un undécimo asalto que había dominado hasta entonces, tuvo que absorber un terrible derechazo sin inmutarse.
Tyson Fury dio todo en los últimos tres minutos: su orgullo, su determinación y las energías que le quedaban para intentar un desesperado asalto final. Sin embargo, sus ataques, admirables por su tenacidad y voluntad, no produjeron resultados significativos, y el combate terminó sin emociones finales, dejando en manos de los jueces la tarea de determinar al ganador.
No cabe duda de la calidad del trabajo del panel de jueces desde el punto de vista de quien escribe: si durante los primeros cinco asaltos el combate permaneció en tierra de nadie, permitiendo las más variadas interpretaciones en términos de puntuación, a partir del sexto asalto el campeón tomó firmemente las riendas del combate y no las soltó hasta la campana final.
Muchos, tras este triunfo, destacarán las cualidades físicas y de carácter de Oleksandr Usyk, glorificando su portentosa resistencia aeróbica, su inigualable determinación y su coraje leonino. Todo esto es cierto, naturalmente, pero es importante subrayar que a estas cualidades se suma un repertorio técnico que rara vez se ha visto en la historia de la categoría reina.
Frente a un adversario claramente más alto, con brazos larguísimos, velocidad de ejecución y una gran variedad de golpes, Usyk se convirtió en un manual viviente sobre cómo acortar la distancia, cómo defenderse de manera activa y cómo esquivar y contraatacar de mil maneras diferentes.
A lo largo de veinticuatro asaltos, el ucraniano demostró de manera clara ser el mejor peso pesado del mundo. Ayer, además, destruyó la narrativa distorsionada que durante meses algunos comentaristas habían asociado al primer combate: aquella de un Fury dominante, derrotado únicamente gracias a un golpe de suerte. En realidad, tanto en mayo como ayer, el Gipsy King perdió simplemente porque se enfrentó a un rival más fuerte que él. Un campeón monumental, que habría sido competitivo al más alto nivel en cualquier época de la historia.