Faltan tres semanas para el próximo combate de la superestrella mexicana Saúl «Canelo» Álvarez, quien subirá al ring el 14 de septiembre en la T-Mobile Arena de Las Vegas para enfrentar al golpeador puertorriqueño Edgar «The Chosen One» Berlanga. El anuncio oficial de la pelea ha generado fuertes polémicas por parte de aquellos que consideran a Berlanga un retador inadecuado para un escenario tan grande y que Canelo ya debería haber aceptado el desafío de boxeadores mucho más peligrosos, como David Benavidez.
Sin embargo, Álvarez no parece preocuparse por las críticas ni la frustración de los aficionados: ha afirmado en varias ocasiones que ha alcanzado un estatus en el boxeo que le permite hacer lo que quiera sin tener que rendir cuentas. Así, dos boxeadores que eran considerados auténticas máquinas destructoras en la categoría de supermediano, como el ya mencionado Benavidez y el cubano David Morrell, incluso prefirieron subir a los semipesados en lugar de esperar una oportunidad mundialista que Álvarez no parecía estar dispuesto a concederles.
Sin embargo, el mexicano no siempre fue tan prudente y conservador al elegir a sus rivales. Su carrera ha pasado por al menos cuatro fases diferentes que con el tiempo lo han transformado de un joven león hambriento de gloria e impermeable al miedo, a un rey temeroso de perder su trono. En este análisis, intentaremos examinar esas fases en detalle.
Fase 1: El joven león
Hubo un tiempo en que Saúl Álvarez no le temía a nadie. Al convertirse en profesional con solo 15 años, Canelo arrasaba con un rival tras otro, ganando experiencia en el ring con una frecuencia de combates al estilo antiguo, de alrededor de 7 peleas al año, enfrentándose a los primeros «nombres conocidos» en 2010 y coronándose campeón mundial al año siguiente.
Eran tiempos de inconsciencia juvenil, la convicción de poder derrotar a cualquiera y de estar destinado a la gloria. Una convicción que a los 23 años lo llevó a aceptar el desafío de una leyenda del ring como Floyd Mayweather Jr., a pesar de un peso pactado que lo obligaba a bajar dos libras por debajo del límite convencional de los superwélter, una categoría que, además, ya comenzaba a quedarle ajustada.
A pesar de la lección de boxeo que recibió esa noche, Canelo no dudó menos de un año después en enfrentarse a un púgil como el cubano Erislandy Lara, cuyo estilo y características podrían haberle causado los mismos problemas que ya había experimentado. Una elección que ciertamente muchos en su equipo consideraban arriesgada y que de hecho lo llevó al borde de una segunda derrota (que según algunos debería haberse dictaminado), pero que Canelo, tercamente, quiso hacer de todos modos: el joven león no escuchaba razones.
Fase 2: El león enjaulado
Cuando un promotor basa gran parte de su éxito en un solo boxeador talentoso, que supera con creces a todos los demás miembros del equipo en términos de valor deportivo y económico, el temor de ver disminuida a su gallina de los huevos de oro puede alcanzar niveles realmente extremos. Eso fue lo que le ocurrió a Oscar De La Hoya, quien, al considerar a Saúl Álvarez como la joya de la corona de Golden Boy Promotions, no podía permitirse el lujo de complacer en exceso el coraje del joven lanzándolo al abismo: el joven león tenía que ser enjaulado.
Así, para sorpresa de los aficionados de todo el mundo y de los mexicanos en particular, Canelo se vio obligado a renunciar a su cinturón WBC de peso mediano con tal de no enfrentarse al retador oficial, ese Gennady Golovkin que en ese momento parecía una montaña demasiado alta para escalar para cualquiera. Solo cuando el kazajo, a punto de cumplir 35 años, mostró por primera vez alguna señal de vulnerabilidad al vencer por estrecha decisión al estadounidense Daniel Jacobs, De La Hoya dio su consentimiento para organizar la gran pelea.
Habíamos entrado en una fase en la que Álvarez estaba más protegido que un animal en peligro de extinción, con la colaboración, hay que decirlo, de jueces poco inclinados a poner obstáculos al boxeador más poderoso económicamente del negocio. Así, una clara derrota en la primera pelea contra Golovkin se transformó mágicamente en un empate, y lo que podría haber sido un empate en la revancha se convirtió en una victoria gracias a un duodécimo asalto escandalosamente otorgado a Canelo en dos tarjetas.
Fase 3: El león desatado
Finalmente, Canelo rompió su jaula. Las cláusulas de rehidratación impuestas a los oponentes para disminuir su rendimiento, la elección meticulosa de rivales y los ya mencionados veredictos controvertidos habían hecho crecer preocupantemente el número de detractores del boxeador mexicano, que, aunque no podía expresar públicamente su descontento, dejaba entrever su frustración en varias entrevistas.
La segunda pelea contra Golovkin, en la que, contrariamente a las expectativas de la mayoría de los expertos, Canelo logró batallar en el centro del ring con el aterrador pegador kazajo, le dio al mexicano una confianza en sí mismo descomunal. El boxeador metódico que antes prefería boxear con técnica, confiando en la velocidad y el timing, dio paso a un destructor feroz con instinto asesino y una enorme agresividad competitiva.
Finalmente libre de su vínculo contractual con Oscar De La Hoya, el mexicano arrasó uno tras otro a los mejores supermedianos del mundo: desde el gigantesco Callum Smith, enfrentado sin ninguna cláusula de rehidratación, hasta el provocador Billy Joe Saunders, pasando por el escurridizo Caleb Plant. Canelo respondió a golpe de puños a todos aquellos que habían osado atribuir su grandeza a los tratos preferenciales que Golden Boy Promotions le había brindado.
Fase 4: El Rey temeroso de perder su trono
La marcha triunfal de Canelo hacia la gloria absoluta se estrelló como una gran ola contra las rocas cuando el mexicano intentó otra hazaña al desafiar al campeón mundial semipesado Dmitry Bivol. La clara derrota que resultó, mucho más amplia de lo que indicaron las discutibles tarjetas oficiales, quebró algo en la determinación de Álvarez.
El hombre que se sentía invencible y veía a sus oponentes caer como hojas bajo el peso de sus golpes, se encontró con un rival capaz de absorberlos, reaccionar y hacerlo parecer impotente. El riesgo de ver dañada su legacy de manera irreparable se presentó de repente ante sus ojos, y no es casualidad que Canelo rechazara categóricamente la propuesta de Bivol de disputar la revancha en los supermedianos, para que su derrota, por dolorosa que fuera, quedara asociada al intento de aventurarse en territorio hostil.
A la decepción sufrida ese día se sumó el inicio inevitable del declive. Aunque no es un boxeador viejo, Álvarez ya ha disputado 65 combates como profesional y el peso de tantas batallas comienza a afectar su reactividad, su brillantez y su resistencia atlética. Si bien sigue siendo muy hábil para enmascarar esa pequeña caída gracias a sus inmensas cualidades técnicas, Canelo no puede no haberse dado cuenta de que ya no es el mismo boxeador que se permitió el lujo de intercambiar golpes cara a cara con Golovkin, logrando incluso hacer retroceder al kazajo en algunos momentos.
Por eso, lo más probable es que Canelo vs. Benavidez nunca se lleve a cabo. El campeón de Guadalajara ya no está dispuesto a asumir el riesgo de arruinar la imagen que ha construido y que seguramente lo llevará algún día a ingresar en la Hall Of Fame. El león envejecido observa ahora su reino desde lo alto de la colina, dejando que las jóvenes fieras más fuertes se despedacen entre ellas sin acercarse demasiado a su trono.