Emiliano Marsili se retira. Lo hace como un vencedor, tal como se espera de alguien que en su carrera ha terminado con el brazo en alto en la gran mayoría de sus combates. Lo hace en Civitavecchia, ante su gente, que lo aclama y lo aplaude sin cesar para agradecerle por las tantas emociones regaladas durante más de veinte años de profesionalismo. Lo hace frente a un joven, el colombiano Eber Tobar, que, a pesar de tener menos de la mitad de su edad, es dominado de principio a fin, llegando incluso a estar al borde del KO en el último asalto vibrante. Pero vamos a retroceder un poco.
En 2009, yo tenía veinte años. Eran los tiempos en los que comencé a seguir el boxeo nacional e internacional; mis conocimientos sobre el tema eran rudimentarios y aproximados. En ese entonces, los pugilistas romanos Pasquale Di Silvio y Simone Califano se disputaban el título italiano de peso ligero, el técnico contra el pegador, y me parecían extremadamente fuertes.
Luego llegó a la escena el demoledor lombardo Luca Marasco, y derrotó a ambos, uno tras otro, de manera convincente. Pensé para mis adentros: «¡Guau! Este chico es una apisonadora, si ha vencido a Califano y Di Silvio, seguro que llegará lejos».
Así que cuando el 21 de mayo de 2010 se disputó el título italiano entre Marasco y Emiliano Marsili, me sintonizé con la transmisión en directo esperando ver otra actuación autoritaria del campeón en título. Marsili, lo confieso, no lo conocía: el video de su anterior intento de conquistar el tricolor contra Giovanni Niro en 2006 era imposible de encontrar, y en los cuatro años siguientes, el atleta de Civitavecchia se había mantenido en la sombra, disputando combates de segundo nivel.
Lo que vi esa noche me dejó asombrado: Marsili le dio una auténtica lección de boxeo a Marasco, golpeándolo desde todos los ángulos con sus golpes de contraataque y lo dejó fuera de combate después de nueve asaltos de dominio absoluto. Desde entonces, los combates de «Tizzo» se convirtieron en una cita ineludible para mí, porque más allá de los títulos ganados y los logros alcanzados, lo que Marsili nunca dejó de ofrecer a los aficionados en el transcurso de su largo viaje en el mundo del boxeo fue espectáculo.
Desde las victorias dominantes contra los desafortunados compatriotas italianos hasta la inolvidable noche de Liverpool en la que arrolló a Derry Matthews, desde los dos asaltos salvajes que marcaron el final de las ambiciones de Luca Giacon hasta la generosa pero desafortunada excursión del año pasado contra el gigantesco Gavin Gwynne: cada capítulo de la historia de Emiliano Marsili ha valido con creces el precio del boleto.
El combate de ayer no fue la excepción. Comenzando algo tenso, tal vez por la inevitable emoción debida a la proximidad del final de su carrera, Tizzo encontró su ritmo ya al final del primer asalto y desde ese momento controló a su joven oponente con autoridad y determinación.
Intimidado por el carisma y el dominio del ring del luchador local, Tobar fue bastante vacilante, poco inclinado a buscar el intercambio duro y concentrado sobre todo en la defensa. Incluso cuando intentó activar su mano derecha, el colombiano no logró encontrar la distancia, ya que los movimientos precisos de Marsili lo dejaban fallando regularmente.
El boxeador italiano gestionó con cautela sus energías sin exagerar, ganando cada asalto del combate gracias a su mayor precisión y su limpieza técnica. En el octavo asalto, encontró la oportunidad de conectar su sello distintivo: un potente gancho de izquierda con el que mandó a su oponente al suelo, desatando la euforia del público.
Quizás había margen para abalanzarse sobre Tobar y tratar de cerrar la pelea, pero Marsili prefirió ejercer una presión controlada hasta el final de la campana, sin buscar desesperadamente el golpe final.
El décimo y último asalto fue memorable: consciente de que estaba a punto de disputar los tres minutos finales de su carrera, Marsili agotó todas las energías que le quedaban, sometiendo al desafortunado pugilista colombiano a un bombardeo constante que lo llevó al borde de la capitulación. Un Tobar agotado terminó el combate agarrándose desesperadamente a su adversario y sonriendo aliviado al sonar la campana final.
En la entrevista de rigor al final del encuentro, el pugilista de Civitavecchia, visiblemente emocionado, admitió que no quiso ensañarse con un chico tan joven, conformándose con cerrar su carrera como ganador, sin buscar un KO que no habría añadido nada a su envidiable palmarés. Una vez más, esto confirma la naturaleza de «caballero del ring» que Tizzo ha mostrado día tras día a lo largo de estos 21 años de honorable carrera.
Por lo tanto, Emiliano Marsili se retira, y ahora comenzará una nueva fase para él, pero estamos seguros de que tampoco se desarrollará muy lejos de las dieciséis cuerdas. La experiencia acumulada a lo largo de su viaje en el mundo del boxeo merece ser transmitida a las nuevas generaciones. Y quizás, serán los consejos, las indicaciones y el ejemplo del pugilista de Civitavecchia los que algún día conduzcan a una joven promesa a ofrecernos las mismas emociones que Emiliano nos ha hecho vivir con sus inolvidables batallas.