Marvin Hagler: en una palabra, «Maravilloso»

El 23 de mayo de 1954 nacía en Newark, Nueva Jersey, un niño destinado a convertirse en uno de los pesos medianos más fuertes de todos los tiempos: el «Maravilloso» Marvin Hagler. Hoy celebramos su memoria recorriendo las etapas fundamentales de su larga y extraordinaria carrera.

Los comienzos como rudo golpeador

Dotado de una musculatura imponente desde muy joven, el primer Hagler, trasladado con su familia a Brockton, Massachusetts, es pura exuberancia física: su presión es constante y su estrategia es la de una guerra permanente. Los jóvenes amateurs que le enfrentan no tienen medios para contenerlo, y Marvin se hace profesional tras vencer a 52 de sus 54 rivales, 43 de ellos por KO. Su recorrido a torso desnudo comienza del mismo modo, con un ritmo de auténtico obrero incansable: en sus dos primeros años como profesional disputa nada menos que 23 combates. Los límites de un boxeo basado casi exclusivamente en el choque frontal comienzan a salir a la luz a medida que sube el nivel de los oponentes: Sugar Ray Seales lo obliga a empatar tras haberle dado, según la prensa, una lección de boxeo en la primera mitad del combate; Bobby Watts y Willie Monroe lo vencen a los puntos, y si bien el primero se beneficia de una decisión localista, el segundo se impone con pleno mérito: urge una evolución para aspirar a la gloria.

Crecimiento y revanchas, hasta el gran robo

Hagler no es solo un atleta formidable, también es un hombre inteligente y lo bastante humilde como para trabajar duro en el gimnasio y mejorar. Poco a poco el Maravilloso afina nuevas armas, su boxeo se vuelve más elegante y completo: a las embestidas furiosas se alternan cambios de guardia repentinos, ráfagas de jabs y control de la distancia. Los mismos púgiles que antes le habían puesto en apuros se dan pronto cuenta del cambio: Monroe cae por KO en doce asaltos en la revancha y resiste apenas dos en el tercer enfrentamiento, Seales es arrasado en el primer round. Los tiempos están maduros para aspirar al título mundial, y en 1979 llega la gran oportunidad. El campeón es el italoamericano Vito Antuofermo, un boxeador áspero, no muy potente y propenso a cortarse, pero muy hábil en el cuerpo a cuerpo. Hagler no quiere entrar en el juego de su rival y demuestra sus progresos con un combate inteligente y prudente, lleno de desplazamientos y golpes en respuesta. Increíblemente, los jueces no lo consideran suficiente: un veredicto de empate, tan inexplicable como injusto, deja los cinturones del CMB y la AMB en manos de Antuofermo, cuyas heridas requerirán 25 puntos de sutura.

Linchamiento evitado y reinado mundial

Menos de un año después, Marvin obtiene una nueva oportunidad. Los títulos han pasado a manos del británico Alan Minter, quien los defiende en Wembley ante 12 mil aficionados electrizados y exaltados tras una preparación cargada de tensión, insultos y acusaciones mutuas de racismo. Minter es un gran boxeador, pero le cuesta controlar su espíritu combativo y tiene el mismo defecto que Antuofermo: se corta con facilidad sorprendente. Hagler lo aprovecha desde el inicio y, tras menos de tres asaltos, el rostro del campeón es una máscara de sangre. La detención del árbitro desata la ira del público enardecido: objetos de todo tipo llueven sobre el ring y obligan al estadounidense y a su equipo a una huida precipitada para evitar la lluvia de proyectiles. El ministro de deportes británico califica con razón el episodio como “una desgracia”, pero lo que importa es que el Maravilloso vuelve a su Brockton recibido como un héroe. Le siguen siete KOs consecutivos en sus primeras siete defensas del título mundial: el reinado de Hagler parece imparable.

De Roberto Durán a Thomas Hearns: la consagración

Lo que aún le faltaba al formidable campeón era un gran nombre que enriqueciera su historial, compuesto por excelentes boxeadores pero sin leyendas imprescindibles para ingresar al Olimpo del boxeo. Las cosas cambiaron cuando apareció Roberto Durán: el popularísimo guerrero panameño llegaba a su combate número ochenta y dos en una larga y desgastante carrera. No era un peso mediano natural, pero venía de una demoledora victoria sobre el joven e invicto Davey Moore, y traía al ring, además de una experiencia inmensa, una personalidad arrolladora.

Hagler parecía sufrir el carisma de su rival y el peso de la gran cita: la pelea fue equilibrada, apasionante, sin pausas, pero al campeón pareció faltarle el golpe decisivo, y al final su victoria por escaso margen no le otorgó la gloria esperada. Marvin lo sufrió profundamente, era una herida que ardía por dentro: no lograba entrar en el corazón de la gente ni ver reconocida su grandeza por los expertos.

Así que, cuando un año y medio después se enfrentó a Thomas Hearns, otro nombre ya inscrito en los libros de historia del boxeo, Hagler sabía perfectamente que tenía que ganar y convencer. Enfrentó la pelea con una carga competitiva impresionante. Lo que siguió fue el mejor primer asalto de todos los tiempos; en el tercero, un Hearns aturdido y con una mano rota de tanto golpear, cayó ante los golpes del Maravilloso: por fin una sonrisa se asomaba en el rostro duro del pegador de Brockton, ¡la consagración había llegado!

Ese maldito último combate con Sugar Ray Leonard

Cuando se persigue un objetivo durante tanto tiempo, es difícil no dejarse llevar por una sensación de satisfacción al alcanzarlo. Marvin Hagler había luchado con uñas y dientes durante años para ganarse un lugar entre los más grandes de todos los tiempos, y tras silenciar a los detractores con su devastadora victoria sobre Hearns, le costó encontrar las mismas motivaciones de antes.

Una guerra sin cuartel contra el brutal pegador John Mugabi —que desde aquel día no volvió a ser el mismo— llevó a Hagler, vencedor por KO aunque no sin momentos de drama, al último capítulo de su carrera. Lo esperaba Sugar Ray Leonard, un auténtico mito en Estados Unidos y en el mundo, uno de los boxeadores más talentosos de todos los tiempos, pero que llevaba tres años sin pelear y estaba en desventaja física. Hagler era el gran favorito, pero no encontró dentro de sí la furia rabiosa que lo impulsaba cuando aún tenía que callar a los escépticos.

Disputó un combate competitivo y por momentos espectacular, pero el boxeo frenético e impredecible de Leonard le quitó sus certezas y con ellas su cinturón. Algunos hablaron de pelea amañada, otros de decisión equivocada, pero la verdad es que la victoria de Leonard, aunque muy ajustada, fue clara y merecida: llega un momento en el que incluso el más grande de los campeones ve apagarse el fuego sagrado interior, y ese momento para Marvin Hagler había llegado.

Durante muchos años, el Maravilloso vivió en las afueras de Milán; era aficionado de la Sampdoria y a veces se le podía ver asistiendo a algunas de las principales veladas boxísticas italianas. También fue protagonista en el mundo del cine después de colgar los guantes, y en la vida diaria conservó la misma elegancia y señorío que lo distinguieron tantos años sobre el ring. Lamentablemente, Marvin nos dejó demasiado pronto, falleciendo a los 66 años, ¡pero sus nocauts y su clase jamás los olvidaremos!

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