Con sus 169 centímetros de altura, Dwight Muhammad Qawi era constantemente “más pequeño” que los rivales a los que enfrentaba en las categorías del semipesado y del crucero. Sin embargo, su determinación, su valentía, su presión incansable, su mandíbula de granito y su extraordinaria capacidad para lucirse en los intercambios a corta distancia lo hicieron “grande”, permitiéndole cubrirse de gloria entre las dieciséis cuerdas. Qawi, lamentablemente, nos ha dejado a los 72 años; al presentar nuestras condolencias a sus seres queridos, dediquemos unas palabras a su fascinante carrera deportiva.
Registrado con el nombre de Dwight Braxton, el ex boxeador estadounidense tuvo una infancia y juventud turbulentas, al punto que a los veinte años fue arrestado y condenado por robo a mano armada. Fue precisamente durante los cinco años que pasó en prisión cuando aprendió los fundamentos del boxeo gracias a un programa deportivo específico para reclusos, y así, una vez en libertad, decidió convertirse en boxeador profesional sin haber disputado nunca una sola pelea amateur.
Su ascenso a la cima del boxeo fue rápido y apasionante. Tras diecisiete combates, quince de ellos ganados, Dwight obtuvo la oportunidad de retar al temido campeón mundial del WBC del peso semipesado, Matthew Saad Muhammad, que llevaba dos años y medio en el trono con ocho defensas del título. El retador dejó al mundo boquiabierto dominando la pelea e imponiéndose por KO técnico en el décimo asalto.
Después de conquistar el título mundial, Braxton se convirtió al Islam y cambió legalmente su nombre a Dwight Muhammad Qawi. Luego logró tres nocauts consecutivos en sus tres primeras defensas del cinturón.
Su racha victoriosa se interrumpió en marzo de 1983, cuando el campeón de la WBA, Michael Spinks, lo derrotó por decisión en un esperado combate de unificación mundial. Aunque Qawi derribó al rival en el octavo asalto, no logró descifrar su estilo escurridizo ni sus largos brazos.
Pero sus días de gloria en el boxeo aún no habían terminado. El estadounidense subió a la categoría del peso crucero y conquistó el título mundial de la WBA al noquear como visitante al sudafricano Piet Crous. Después de defender el cinturón aplastando en seis asaltos al excampeón mundial de los pesos pesados Leon Spinks, Qawi llegó al combate más legendario de su carrera: el que lo enfrentó al fortísimo Evander Holyfield.
Ambos se dieron guerra en el centro del ring durante quince asaltos, intercambiando golpes furiosos sin respiro. Holyfield se impuso apenas por decisión dividida en la que muchos expertos aún consideran la pelea más espectacular de la historia del peso crucero.
Derrotado también en la revancha, esta vez por KO en el cuarto asalto, Qawi incluso intentó subir al peso pesado, pero la elección resultó demasiado arriesgada y George Foreman, que acumulaba victorias tras su increíble regreso al boxeo, lo obligó a rendirse en siete asaltos.
A pesar de sumar alguna que otra victoria meritoria, Qawi nunca volvió a su mejor nivel y pronto empezó su declive. Tras colgar los guantes a los 45 años, siguió vinculado al mundo del boxeo como entrenador y luego encontró trabajo en un centro de rehabilitación para drogodependientes.
Aquejado de demencia en los últimos cinco años de su vida, ayer el pequeño-gran campeón dejó de luchar. Adiós, Dwight. Te vamos a extrañar.