Miguel Cotto cumple 45 años: una historia de tenacidad, sangre y sudor

Miguel Ángel Cotto podría haber sido uno de tantos inmigrantes que llevan una vida anónima en tierra estadounidense, con pocos sueños y aún menos oportunidades. Pero su destino no se escribiría en la fría Rhode Island, sino en el calor de los suburbios de Caguas. El joven Miguel tuvo la fortuna de nacer con un rumbo claro ante sí, y lo recorrió con la tenacidad, el talento y la determinación de quien sabe que no tiene muchas opciones.

La historia de Miguel es una historia de perseverancia, de sangre y sudor, de grandes victorias y derrotas dolorosas. No es una parábola perfecta, sino más bien una especie de montaña rusa, hecha de constantes subidas y bajadas.

Pensar en Cotto es pensar en un boxeador dentro y fuera del ring; su vida es, ante todo, una historia puramente pugilística: sin escándalos, sin dramas, con una familia sólida y una existencia forjada a base de guantes y esfuerzo.

Miguel Ángel Cotto Vázquez nació en Rhode Island, Estados Unidos, el 29 de octubre de 1980. A los dos años, la familia Cotto regresó a Puerto Rico, a Caguas, donde Miguel creció entre los suyos. Empezó a boxear desde muy joven, a los 11 años, y no podía ser de otra manera: el boxeo se respiraba en casa.
Su padre, Miguel Cotto Sr., y su tío Evangelista Cotto simplemente lo guiaron hacia una vida de boxeador, para mantenerlo alejado de la calle, y porque además tenía problemas de peso. Pero Miguel tenía talento, y asumió ese camino como un soldado, aceptando la disciplina, la dureza y la tolerancia al dolor y al cansancio. No tenía muchas alternativas; en aquella época, vivir en Puerto Rico no permitía soñar demasiado.

La infancia del pequeño Miguel fue espartana, marcada por sacrificios y entrenamientos agotadores. Mientras sus amigos jugaban, él golpeaba el saco, hacía flexiones, recibía y devolvía golpes, en un microcosmos muy distinto al de la mayoría de los niños de su edad.

La carrera amateur de Cotto fue excelente, aunque no culminó de la mejor manera tras una desafortunada participación en los Juegos Olímpicos de Sídney 2000. Su paso al profesionalismo, sin embargo, reveló todas sus cualidades. Debutó en 2001 en la categoría de superligeros y, tras una impresionante racha de victorias, obtuvo su primera oportunidad mundialista en 2004 contra el invicto Kelson Pinto. Lo derribó dos veces antes de que el árbitro detuviera el combate en el sexto asalto, mientras Miguel lo castigaba sin piedad.

Después de seis defensas, dejó vacante el título y subió a los wélter. En 2006 venció a Carlos Quintana, convirtiéndose nuevamente en campeón del mundo y conquistando el cinturón WBA. Su ascenso incluyó victorias sobre Gianluca Branco, Paul Malignaggi, Zab Judah y Shane Mosley.

En julio de 2008 llegó la esperada batalla contra Antonio Margarito, en una de las rivalidades más épicas de la historia del boxeo. Cotto era el favorito, pero Margarito representaba un peligro real: resistente, implacable y con un estilo incómodo. Aunque Miguel comenzó fuerte, con el paso de los asaltos perdió intensidad y confianza: sus golpes rebotaban en el mexicano, que aguantaba todo sin pestañear, mientras cada golpe de Margarito parecía más dañino. Finalmente, en el undécimo asalto, el rincón de Cotto tiró la toalla para evitarle más castigo. Aquella noche perdió su invicto, y muchos creen que esa derrota marcó profundamente su carrera.

Poco después estalló el escándalo: antes del combate entre Margarito y Shane Mosley, se descubrió que el mexicano usaba vendajes ilegales endurecidos con una sustancia similar al yeso. Aunque no hubo pruebas para revisar sus peleas anteriores, muchos siguen convencidos de que Cotto fue víctima de esa conducta criminal.

Tres años más tarde, sus caminos volvieron a cruzarse. Margarito venía de recibir una paliza monumental a manos de Manny Pacquiao, quien lo castigó sin piedad. Miguel también había enfrentado a Pacquiao un año antes, pero sin éxito: el filipino fue demasiado rápido, imprevisible e imparable. Cotto cayó por KO técnico.

En diciembre de 2011, Cotto y Margarito se enfrentaron de nuevo en un combate con sabor a venganza. Y así fue: pese a la resistencia del mexicano, Miguel dominó de principio a fin, castigando severamente su ojo derecho hasta obligar a detener la pelea. Ganó por KO técnico y cerró el círculo. Sin embargo, el Margarito de aquella noche no era el mismo: Pacquiao lo había dejado vulnerable.

Cinco meses después, Miguel intentó otra hazaña: derrotar a Floyd Mayweather Jr. por el título superwélter del WBC. Fue una pelea memorable, muy competida, donde Cotto impuso su fuerza pero Floyd logró contenerlo con su magistral defensa y su precisión. “Fue mi rival más duro”, reconocería Mayweather más tarde.

Entre sus grandes batallas destacan también las de Sergio “Maravilla” Martínez y Saúl “Canelo” Álvarez. En junio de 2014, a casi 34 años, Cotto logró su mayor triunfo: se proclamó campeón mundial mediano del WBC tras derribar a Martínez tres veces en el primer asalto, otra en el noveno y forzar su retiro en el décimo.

Su duelo con Canelo, por el contrario, fue una preciosa guerra “en espejo” entre dos boxeadores de estilo similar, que ofrecieron un espectáculo técnico y estético de alto nivel. Ganó Canelo por decisión, aunque con un margen menor del reflejado en las tarjetas.

Una última victoria ante Kamegai y una derrota ante Sadam Ali marcaron el final de su carrera.

Cotto fue un boxeador talentoso y un gran campeón, monarca en cuatro divisiones. Verlo pelear era un placer: guardia alta, golpes precisos y combinaciones limpias y técnicas. Su carrera fue extraordinaria, repleta de combates legendarios, triunfos y derrotas que lo humanizaron aún más. Dentro y fuera del ring, siempre mostró dignidad, humildad y profesionalismo.

Las derrotas ante Floyd y, sobre todo, Pacquiao quizás le impidieron alcanzar el estatus “definitivo” de leyenda. Le faltó quizá esa chispa de genialidad: hacía todo bien, pero sin una característica única. No tenía la defensa de Floyd ni la intensidad de Manny.

Aun así, sigue siendo amado por su pueblo y por los aficionados de todo el mundo. Se dice que los burdeles de Spanish Harlem, en Nueva York, se vaciaban cada vez que Miguel peleaba, tal como ocurría con Pacquiao en Filipinas.

Hoy, retirado y dedicado a su familia, Cotto vive alejado de los focos junto a su esposa y sus cuatro hijos. Fundó la organización sin ánimo de lucro “El Ángel”, con la que promueve la actividad física y la salud entre los jóvenes de Puerto Rico. Aunque mantiene un fuerte vínculo con el boxeo, nunca ha insinuado un regreso al ring.

A 45 años de su nacimiento, el recuerdo de Miguel Cotto sigue más vivo que nunca: símbolo de sacrificio, orgullo boricua y excelencia sobre el cuadrilátero.

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