Nino Benvenuti vs Sandro Mazzinghi 2: el mayor derbi italiano de todos los tiempos

Durante años se habló de este combate basándose en rumores y crónicas de la época: salvo los afortunados que aquella noche del 17 de diciembre de 1965 estuvieron presentes en el Palazzetto dello Sport de Roma, todos los demás solo podían imaginar lo que sucedió entre Nino Benvenuti y Sandro Mazzinghi, quienes, por segunda vez en seis meses, cruzaron los guantes disputándose los cinturones WBC y WBA de los superwélter. El velo de misterio que envolvía ese derbi de maravillas finalmente se levantó hace pocos años, cuando, tras la desaparición de Mazzinghi, la RAI hizo públicas las imágenes restauradas de ese épico evento deportivo. En el aniversario de aquella noche mágica, vamos a reconstruir los antecedentes y revivir juntos los momentos más destacados.

La retórica de la prensa y la pasión del público en una Italia dividida en dos

Nunca en la historia una rivalidad entre boxeadores italianos logró polarizar tanto al público ni penetrar tan profundamente en el imaginario colectivo como la de Benvenuti y Mazzinghi. Incluso quienes nunca habían visto un solo combate de boxeo sentían la magia de aquellos enfrentamientos y, sin saber muy bien por qué, simpatizaban con uno o con el otro.

Dos boxeadores más antitéticos habrían sido difíciles de imaginar incluso para un guionista de Hollywood: por un lado, Benvenuti, el técnico por excelencia, elegante, acostumbrado a los reflectores; por otro lado, Mazzinghi, de baja estatura, un atacante nato, reservado con los periodistas. Naturalmente, a la prensa nacional le pareció una oportunidad perfecta para llenar páginas y páginas sobre su dualismo, incluso forzando un poco las historias para vender algunos ejemplares más.

Ríos de tinta cargados de retórica retrataban a Nino Benvenuti como el “boxeador de la burguesía”, precisamente él que confesó haber empezado a practicar boxeo solo para poder darse duchas calientes gratis. Si bien es cierto que el astro de Istria había alienado a una parte del público al definirse en varias ocasiones como “hombre de derechas”, también lo es que la división entre “benvenutianos” y “mazzinghianos”, irracional y difícil de catalogar, como suele ser la naturaleza del apoyo deportivo, abarcaba todas las clases sociales y todos los entornos.

Mientras que el pueblo estaba dividido en partes iguales, los expertos eran mucho más unánimes al señalar a Benvenuti como el claro favorito para la revancha: Nino ya había noqueado a su rival con un terrible uppercut de derecha seis meses antes, arrebatándole los cinturones mundiales, y según los entendidos, estaba destinado a repetir la hazaña sin demasiadas complicaciones.

Algunos incluso se atrevían a insinuar que Mazzinghi ya no era el mismo boxeador tras el trágico accidente automovilístico de 1964 que le había arrebatado a su esposa recién casada y le había causado una peligrosa fractura craneal. Sin embargo, esta vez, los expertos estaban totalmente equivocados.

El derbi de las maravillas

Como buen demoledor, Mazzinghi solía ser un slow starter, acostumbrado a aumentar su rendimiento con el paso de los asaltos. No sorprende, entonces, que el inicio de la célebre revancha en Roma fuera favorable a Benvenuti, hábil en hacer deslizar sus golpes desde la distancia.

A retrasar aún más la entrada del retador en el combate contribuyó un derribo al final del segundo asalto, que el Ciclón de Pontedera siempre cuestionó con el paso de los años, calificándolo como un resbalón. Las imágenes de la RAI, sin repeticiones, no aclaran la duda cuando se ven a velocidad normal. Sin embargo, al ralentizar el vídeo, es posible admirar el fulminante gancho de izquierda del campeón, que impactó en la mandíbula de Mazzinghi mientras este avanzaba, provocando el knockdown.

Quizás reviviendo los fantasmas del primer combate, Sandro tardó en soltarse y no ganó ninguno de los primeros cuatro asaltos. Poco a poco, sin embargo, el infatigable motor del púgil toscano comenzó a carburar, permitiéndole lucir sus característicos ataques a dos manos.

Al acortar la distancia, Mazzinghi adoptaba una técnica peculiar, cambiando de guardia por una fracción de segundo al lanzar la derecha para poder descargar el siguiente golpe de izquierda con fuerza duplicada. El primero en estudiar y experimentar esta técnica, hasta el punto de describirla detalladamente en un libro y bautizarla como “double shift”, fue el inmenso Jack Dempsey, emulado posteriormente por una multitud de campeones. Mazzinghi la utilizaba a la perfección.

A medida que aumentaban las fases de contacto, también crecía la tensión entre los atletas, que a menudo se enredaban en clinches y lanzaban algún golpe prohibido detrás de la nuca. El árbitro Giacinto Aniello decidió entonces dar un toque de atención a los contendientes, imponiéndoles un punto de penalización a cada uno durante el séptimo asalto: Benvenuti fue penalizado por agarrarse a una de las cuerdas durante un intercambio, y Mazzinghi, por uso indebido de la cabeza.

Aunque algo fragmentado, el combate continuó mostrando gestos técnicos de nivel portentoso, con ambos atletas disputándose los asaltos con uñas y dientes. Mientras Benvenuti destacaba por un mayor ritmo de trabajo y un uso magistral del jab de izquierda, Mazzinghi se lucía con un admirable trabajo «oscuro» al cuerpo, lanzando menos golpes que su rival, pero cargándolos con mayor intensidad.

En el décimo asalto, aquello que desde el final del segundo round había estado ausente sin justificación —el gancho de izquierda de Benvenuti— reapareció de repente en la contienda. Después de probarlo durante el knockdown, Mazzinghi lo había neutralizado moviéndose a pequeños pasos hacia su izquierda y bloqueándolo con frecuencia con el guante derecho. Sin embargo, la llegada del cansancio lo hizo más vulnerable, obligándolo a confiar en su famosa mandíbula de acero, que esta vez no lo traicionó.

Consciente de estar en desventaja en las tarjetas, el retador intentó en los rounds doce y trece llevar a cabo una remontada increíble, avanzando con la fuerza de la desesperación y obligando a un Benvenuti muy preocupado a recurrir al obstruccionismo, tanto que el árbitro le descontó otro punto, esta vez por agarrones.

Hoy conocemos las puntuaciones oficiales y sabemos que, si Mazzinghi hubiera ganado los dos últimos asaltos, habría logrado la histórica hazaña de recuperar los cinturones. Pero las cosas ocurrieron de otra manera: el Ciclón de Pontedera había dado todo de sí y estaba al límite, mientras que Benvenuti logró sacar las últimas energías, conectando golpes durísimos en el final y asegurándose así un merecido veredicto unánime.

Un punto, dos puntos y cuatro puntos: esas fueron las diferencias dictadas por los jueces, todas a favor del púgil de Trieste. Lamentablemente, el periodismo deportivo de la época no supo darle el justo reconocimiento al maravilloso espectáculo que estas dos estrellas habían ofrecido. Molestos por haber previsto un combate mucho menos equilibrado en sus análisis previos, muchos reporteros culparon lo sucedido a un supuesto estado físico deficiente de Benvenuti, menospreciando así lo que en realidad había sido una actuación sobresaliente contra un rival de enorme valía.

Afortunadamente, el tiempo ha sido justo, y hoy todo aficionado al boxeo que se respete reconoce el prestigio de esa indisoluble pareja de “rivales del alma”, que en la madurez, tras mil malentendidos, supo reconciliarse y reconocer que la grandeza de uno contribuyó a la grandeza del otro.

La llamada de Sandro a un Nino convaleciente en el hospital y, dos años después, el llanto desconsolado de Nino en el funeral de Sandro son los últimos momentos conmovedores de un boxeo de caballeros que quizá ya no existe, pero que sobrevive en la memoria.

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