Si Amir “King” Khan y Marcos “El Chino” Maidana nunca se hubieran enfrentado, y alguien hoy les preguntara a los aficionados quién habría ganado entre ambos, esa persona provocaría cierta hilaridad. Un golpeador brutal con una potencia devastadora enfrentándose a un púgil de mandíbula frágil y propenso a distracciones frecuentes: el pronóstico parecería casi obvio, y muchos estarían seguros del inevitable KO a favor del argentino. Sin embargo, el boxeo no es matemático, y el 11 de diciembre de 2010, corazón, coraje y determinación permitieron a Amir Khan lograr una hazaña memorable. Viajemos en el tiempo 14 años atrás para relatar lo que sucedió esa noche en el Mandalay Bay Hotel & Casino de Las Vegas.
Varios indicios y una prueba impactante: la fragilidad de Amir Khan
Que Khan no tuviera precisamente una mandíbula de hierro ya había quedado claro en la primera etapa de su carrera profesional, incluso antes de que el colombiano Breidis Prescott lo noqueara de manera espectacular en el primer asalto en 2008. Previamente, el inglés de origen paquistaní ya había sido derribado por boxeadores no sobresalientes como Willie Limond y Michael Gomez, y había sido sacudido en otras ocasiones. Sin embargo, su capacidad para recuperarse y retomar el control de los combates había acallado temporalmente a los escépticos. Luego vino el increíble colapso a manos de Prescott, quien se impuso en solo 54 segundos, colocando una auténtica espada de Damocles sobre la cabeza de Khan: el público veía sus combates esperando en cualquier momento un desastre. Pero Amir siempre fue un joven testarudo, decidido a contradecir a sus detractores. Después de la caída, se levantó como campeón, conquistando el título mundial WBA de peso superligero y defendiéndolo dos veces con actuaciones deslumbrantes. En la víspera del combate contra Maidana, había regresado con fuerza al primer plano.
Una bestia salida de la nada: el impredecible Marcos Maidana
Cuando Maidana obtuvo su primera oportunidad titular en Alemania contra el experimentado ucraniano Andriy Kotelnik, el argentino seguía siendo, en muchos aspectos, un enigma. Aunque ya había aparecido en Europa para algunos combates ordinarios, nunca había enfrentado peleas realmente exigentes. Se conocía su aterradora tasa de nocauts, pero los pocos videos disponibles en internet mostraban a un boxeador limitado, con un golpe indudablemente potente pero con una técnica tosca e imprecisa. Por eso, muchos se sorprendieron al ver a este retador salido de la nada enfrentarse de igual a igual con el campeón, perdiendo solo por decisión dividida, pero demostrando ser mucho más que un simple pendenciero sudamericano. La consagración, sin embargo, llegó en el combate siguiente, cuando el entonces prometedor prospecto Victor Ortiz fue obligado a rendirse en seis asaltos tras un electrizante duelo en el que el propio Maidana cayó a la lona tres veces. Una demostración de tenacidad, peligrosidad y resiliencia que lo convertía en un candidato ideal para disputar el título de Khan con serias posibilidades de arrebatárselo.
De la hazaña inicial al final sufrido: la gran noche de Amir Khan
Los boxeadores dotados de una velocidad de manos excepcional, como Amir Khan, suelen ser especialmente peligrosos y letales en los primeros asaltos, cuando la frescura atlética les permite maximizar sus mejores habilidades. No es casualidad que más del 60% de los KO logrados por el británico a lo largo de su carrera hayan ocurrido en los primeros tres rounds: atacarlo en frío siempre ha sido un gran riesgo. Aunque Prescott tuvo éxito, muchos otros no corrieron la misma suerte.
Sin embargo, Maidana no conocía un plan B y no era un boxeador que supiera esperar. Tanto es así que, cuando el campeón intentó ofrecerle el guante como gesto de respeto tras el primer sonido de la campana, Maidana trató de derribarlo inmediatamente con un gancho de izquierda. Permanecer cerca de Khan al inicio del combate llevó al «Chino» a rozar la catástrofe: un maravilloso uppercut de izquierda lo golpeó directamente en el hígado, haciéndolo caer al suelo de dolor. Que lograra levantarse a tiempo y continuar fue un pequeño milagro deportivo.
Doblado literalmente en velocidad de manos, el retador comenzó a entender el combate recién entre el tercer y cuarto asalto. Sin embargo, un mal quinto round, agravado por un punto de penalización muy severo impuesto por el árbitro Joe Cortez, lo volvió a dejar rezagado en las puntuaciones. Irritado por la advertencia oficial y consciente de que debía remontar, Maidana finalmente logró desatarse en los asaltos intermedios, encontrando repetidamente el objetivo, especialmente con los uppercuts al rostro que se colaban en la guardia cerrada de su rival.
Fue entonces cuando se hizo evidente un problema que afectó al argentino en gran parte de su carrera: la falta de lo que los angloparlantes llaman «stamina», es decir, resistencia aeróbica. Tras dos asaltos a máxima intensidad, Maidana se apagó por completo, permitiendo que el campeón retomara el control y recobrara confianza.
Al llegar al décimo asalto, las esperanzas del retador parecían pender de un hilo. En clara desventaja en las tarjetas, con una caída y un punto de penalización en contra, Maidana necesitaba un esfuerzo espectacular para remontar. Y ese esfuerzo llegó. Fue desencadenado por un gancho de derecha aterrador: solo Dios sabe cómo logró Khan mantenerse en pie, pero desde ese momento su combate se convirtió en una auténtica odisea.
Maidana avanzaba como un tanque, lanzando golpes desde todas las direcciones y con toda la furia de la que era capaz, a veces desequilibrándose y terminando con la cabeza más allá de las cuerdas por el impulso. Pero el campeón no estaba dispuesto a caer. El inmenso corazón de «King Khan» le permitió llegar al final de la contienda e incluso realizar una última ráfaga de golpes poco antes del cierre, lo que le valió una auténtica ovación del público.
De las tres tarjetas oficiales (114-111, 114-111 y 113-112), probablemente la más precisa sea la más ajustada. Sin embargo, aunque fue obtenida por un margen estrecho, la victoria de Amir Khan es una hazaña para los anales del boxeo, por el espíritu de sacrificio y la capacidad de sufrimiento que la hicieron posible.