Atravesar los puños de Carlos Monzón y Marvin Hagler y llegar a escuchar el último sonido de la campana contra ambos es una hazaña reservada para unos pocos elegidos, o más bien, solo para uno: el legendario encajador Bennie Briscoe fue el único púgil en la historia que, a lo largo de su extensa y gloriosa carrera, logró resistir tanto al feroz argentino como al «Maravilloso» estadounidense. En el aniversario de su fallecimiento, ocurrido el 28 de diciembre de 2010, repasamos las etapas de la fascinante trayectoria deportiva del “Malo” de Filadelfia.
Los inicios irregulares de Bad Bennie
Con un récord amateur acreditado de 70 victorias y 3 derrotas, Briscoe parecía encaminado a destacar también entre los profesionales, ganando sus primeros quince combates. Nacido en Augusta y trasladado a Filadelfia, donde se convirtió en compañero de entrenamiento del inmenso Joe Frazier, se ganó el apodo de “Malo” gracias a su carácter despiadado, que en el ring le permitía destruir a sus oponentes cocinándolos a fuego lento hasta su rendición. Si bien sus primeros rivales resaltaron las virtudes de Bennie, otros evidenciaron sus defectos: el joven era implacable contra adversarios estáticos que le ofrecían un blanco fijo, pero podía ser superado por quienes apostaban por la velocidad y el juego de piernas. Pronto, Briscoe, que curiosamente peleaba con la estrella de David en sus pantalones debido a que sus mánagers, Jimmy Iselin y Arnold Weiss, eran judíos, sufrió sus primeras derrotas. No todas, sin embargo, fueron claras: emblemático fue el caso de Stanley Hayward, quien tras obtener un veredicto dividido pasó dos días en el hospital, tanto que Briscoe expresó irónicamente que no sabía hasta qué punto debía golpear a un rival para obtener un fallo a su favor.
El nivel aumenta: del empate con Monzón a la carrera por el título
A pesar de algunos tropiezos, Briscoe estaba construyendo un récord interesante, y así, tras una digna derrota ante el fuera de serie cubano Luis Rodríguez, fue llamado a Buenos Aires para poner a prueba a la joven estrella local, el legendario Carlos Monzón, quien en los años siguientes escribiría la historia del boxeo. Los reportes de aquel combate, que terminó en empate y del cual lamentablemente no existen videos completos, divergen significativamente. La prensa argentina, probablemente deseosa de exaltar la actuación de su ídolo, describió la contienda en tonos épicos, subrayando el estoicismo de Briscoe, quien rechazaba agua y taburete entre asaltos y avanzaba imperturbable, encajando derechazos repetidos. Por el contrario, un informe del periodista de Sports Illustrated, Mark Kram, describió un combate insípido y aburrido, sin grandes emociones. Sea como fuere, la experiencia fue ciertamente útil para Briscoe, quien ganó 24 de los siguientes 30 combates y, cinco años después del empate en Buenos Aires, regresó a la capital argentina para disputar esta vez el título mundial de peso mediano contra ese mismo Monzón con quien tenía una cuenta pendiente.
A un paso del sueño: el terrible derechazo que no bastó…
Uno de los aspectos más fascinantes del boxeo es que un golpe bien conectado puede cambiar cualquier combate en cualquier momento, e incluso un púgil que ha perdido todos los instantes previos de la pelea puede encontrarse con los brazos en alto. Monzón había dado pasos de gigante en los cinco años transcurridos entre el ’67 y el ’72, y esta vez su superioridad técnica frente a Briscoe quedó completamente evidenciada: “Escopeta” se movía sabiamente como un peleador de distancia, usaba el jab como un pistón, duplicaba los golpes cuando estaba seguro de hacer daño y solo ocasionalmente se tomaba el lujo de avanzar al centro del ring para luego retomar su plan táctico original. Los minutos corrían rápidamente y Bennie no lograba encontrar el hilo del combate, perdiendo asalto tras asalto; hasta que, como un rayo en un cielo despejado, un terrible derechazo impactó en el rostro del campeón en el noveno round, haciéndolo caer por un instante contra las cuerdas. Si Monzón no hubiera sido hecho de mármol, muy probablemente la pelea habría terminado poco después, pero el argentino tenía siete vidas como los gatos: esquivó el peligro, retomó el control del ring y se llevó una clara victoria por puntos.
De las estrellas al abismo: la obra maestra contra Mundine y el desastre frente a Valdés
Lejos de desanimarse por el fracaso de su aventura sudamericana, Briscoe no tardó en postularse nuevamente como aspirante al título mundial. La WBC había despojado a Monzón de su corona debido a que el argentino se negaba a enfrentar al retador oficial, Rodrigo Valdés: Monzón seguía siendo campeón de la WBA, pero en el frente de la WBC se abría una oportunidad dorada. Para acceder a ella, Briscoe tuvo que enfrentarse en París al australiano Tony Mundine, quien era considerado por muchos el claro favorito de la noche gracias a su técnica refinada y elegancia en los movimientos, en contraste con el estilo tosco y pragmático de Briscoe. Si bien los primeros asaltos parecieron dar la razón a los amantes de la estética, el desenlace demostró cuán fundamentales son la dureza y la resistencia en estos niveles: sacudido por un violento derechazo en el quinto asalto, Mundine retrocedió hasta la esquina y fue arrollado por una combinación prolongada que lo dejó fuera de combate. Fue la victoria más grande en la carrera de Bad Bennie, pero el título mundial que siguió marcó su peor derrota. Rodrigo Valdés, quien ya había domado a Briscoe una vez por decisión, tras ganar buena parte de los primeros seis asaltos, sorprendió al estadounidense con un terrible gancho de derecha que lo paralizó por un segundo, antes de que el posterior golpe de izquierda completara la faena. El hecho de que Bennie se levantara antes de que el árbitro detuviera sabiamente la pelea es simplemente increíble.
La última oportunidad mundialista y las guerras contra Antuofermo y Hagler
La cabeza de Briscoe era dura en todos los sentidos: el violento KO sufrido no destruyó sus esperanzas de alcanzar la cima del mundo, y cuando el retiro de Monzón dejó nuevamente vacantes los cinturones mundiales, Bad Bennie se los jugó en el pequeño municipio lombardo de Campione d’Italia contra su bestia negra, ese mismo Valdés que ya le había demostrado su superioridad en dos ocasiones. La pelea resultó menos encendida que las anteriores: Valdés había sido «ablandado» por sus batallas con Monzón, pero Briscoe también empezaba a sentir el peso de sus 77 combates, cada uno más exigente que el anterior, y fue derrotado dignamente por decisión. El estadounidense continuó peleando durante otros cinco años, enfrentándose, entre otros, a nuestro Vito Antuofermo, quien tras sudar la gota gorda logró imponerse aumentando el ritmo en los asaltos finales, y al Maravilloso Marvin Hagler. Marvin y Bennie rompieron el récord de asistencia más alto en la historia del Spectrum de Filadelfia para una pelea sin título en juego, atrayendo a casi 15,000 personas que sin duda no quedaron decepcionadas con el espectáculo. Hagler se impuso mostrando los primeros indicios del campeón que llegaría a ser, pero Briscoe fue heroico al dar batalla, soportando una lluvia de golpes sin vacilar jamás.
Tras otros tres años con escasas satisfacciones, un Bennie ya cercano a los 40 años demostró en el último combate de su carrera que ya no era el «Bad» de antes: después de dominar fácilmente los dos primeros asaltos contra el inexperto Jimmy Sykes, le dijo a su esquina que ya no tenía ganas de hacerle daño a ese joven, y durante los ocho asaltos restantes soportó pasivamente las acciones de su rival. Las innumerables guerras sin cuartel habían ablandado finalmente el corazón del malo de Filadelfia, quien desde ese día no volvió a subirse a un ring, dejando tras de sí una historia marcada por el coraje, el furor competitivo y una determinación sin límites.