Cuando dos leyendas suben al mismo ring para cruzar guantes una contra la otra, se percibe en el aire una atmósfera mágica; incluso al volver a ver el video del combate años después, es imposible no sentir que esa no fue una pelea como las demás. El primer capítulo de la trilogía entre los inmensos “Sugar” Ray Leonard y Roberto “Manos de Piedra” Durán entra de lleno en esa categoría: un choque entre titanes, una batalla entre guerreros inolvidables que quedará grabada para siempre en la historia del boxeo. A 45 años exactos del espectáculo irrepetible que tuvo lugar en el Olympic Stadium de Montreal ante más de 46 mil espectadores, repasamos los momentos más destacados de aquella noche de boxeo grande.
El regreso del predestinado y la llegada del asesino
La ciudad de Montreal evocaba recuerdos muy agradables para Leonard. Fue allí, de hecho, donde el fenómeno estadounidense ganó la medalla de oro olímpica en 1976, imponiéndose ante los ojos del mundo como un auténtico predestinado. Desde aquella brillante victoria en la final ante el desafortunado cubano Andrés Aldama, Sugar había encadenado una racha perfecta de triunfos como profesional, coronada por el sensacional título mundial conseguido ante el puertorriqueño Wilfred Benítez.
Sin embargo, su regreso a Montreal para la segunda defensa del cinturón wélter del CMB lo enfrentaba con el desafío más duro de su prodigiosa carrera, porque el panameño Durán, ya dueño y señor de la categoría de los ligeros, subía al ring “para matar”. Mientras Manos de Piedra hacía su entrada desatando el delirio del público, el periodista Dave Anderson le preguntó al gran peso pesado Joe Frazier, presente en primera fila, si Durán le recordaba a alguien. Anderson probablemente esperaba que Smokin’ Joe dijera que a sí mismo, pero él, imperturbable, respondió: “A Charles Manson”, viendo así un parecido con el despiadado asesino serial.
¿Atacar al atacante: una táctica suicida?
Aunque las casas de apuestas daban como favorito a Leonard, las opiniones de los expertos estaban divididas. Una encuesta realizada por United Press International recogió los pronósticos de 30 periodistas: 13 apostaban por Sugar y 17 por Manos de Piedra, pero de estos, solo uno pensaba que el retador ganaría por puntos. Lo que todos esperaban era el clásico enfrentamiento entre el estilista y el pegador: las promesas de Leonard de librar una guerra sin cuartel eran vistas como simple estrategia previa al combate. Por eso, cuando tras un primer asalto de estudio, el estadounidense realmente empezó a intercambiar golpes plantando los pies, sin sus característicos desplazamientos, el público quedó atónito. La sorprendente estrategia del campeón le dio a Durán la posibilidad de desatarse: auténtico maestro de la corta distancia, el panameño sacó lo mejor de su repertorio, sacudiendo varias veces a su rival y dominando claramente entre el segundo y el cuarto asalto. Sus derechazos lanzados de inmediato disuadían a Sugar de utilizar el jab, un detalle que marcaría todo el combate.
El campeón reacciona, pero paga el precio del ritmo alto
Justo cuando Manos de Piedra parecía destinado a imponer su dominio, Leonard demostró de qué estaba hecho. Tras haber atravesado la tormenta, el estadounidense empezó a encontrar la distancia con mayor frecuencia y a conectar golpes violentos y espectaculares por su cuenta. Sus brazos se movían con una velocidad relampagueante, sus uppercuts y ganchos sorpresivos tomaban desprevenido al panameño y dejaban boquiabiertos a los espectadores: ¡el campeón estaba otra vez en la pelea!
Sin embargo, el ritmo infernal que ambos boxeadores habían impuesto empezó a hacerse sentir alrededor del ecuador del combate: el rostro de Leonard se tornó tenso y preocupado, y su volumen de golpes disminuyó visiblemente. Consciente de que debía ahorrar energías para terminar bien las quince rondas previstas, Sugar empezó a pelear por ráfagas, mientras que Durán, aunque también había perdido algo del brillo y la imprevisibilidad del arranque arrollador, seguía ejerciendo presión de manera incansable, impresionando a los jueces con su agresividad arrolladora.
El gran final y la lección que aprender
Llegados a los asaltos finales, los dos fenómenos decidieron vaciar el tanque y dejarlo todo en el ring. El decimotercer round, en particular, fue de una belleza y espectacularidad asombrosas, con intercambios electrizantes y emoción constante. Después fue Leonard, consciente de estar por detrás en las puntuaciones, quien mostró lo mejor en los dos últimos asaltos, pero no fue suficiente para remontar del todo, y las tarjetas, aunque con márgenes mínimos, dieron justamente la victoria a Roberto Durán por decisión unánime. Los jueces reflejaron el gran equilibrio del combate dando varios rounds empatados; el italiano Angelo Poletti se pasó, marcando como iguales nada menos que diez de los quince asaltos, tanto que la revista Sports Illustrated calificó su tarjeta como “un monumento a la indecisión”.
Como de costumbre, Durán no fue dado a los cumplidos tras el último campanazo, y se mantuvo ferozmente hostil hacia su rival, hasta el punto de mandar “al diablo” a Leonard mientras este alzaba los brazos al cielo esperando quedarse con la decisión.
El gran entrenador Angelo Dundee no dejó de reprender a su boxeador: “Nunca debes adaptarte al punto fuerte del rival. Tienes que intentar contrarrestarlo, y Ray no lo hizo. Trató de imponerse por fuerza. Durán hizo de Durán y Ray lo siguió”.
Fue una lección que Leonard demostró haber aprendido: la venganza ya se vislumbraba en el horizonte… y se concretaría cinco meses más tarde.