Dar el primer paso es difícil. Encontrar el valor adecuado para probar algo nuevo siempre es un desafío. Y si se trata de un deporte tan duro y exigente como el boxeo, puede parecer aún más intimidante. Sin embargo, una vez que el deseo de intentarlo supera la simple curiosidad de admirarlo desde lejos, es como si ocurriera magia.
Una especie de aura, una fuerza magnética tan fuerte que te atrae y no te deja ir. Y lo que antes era miedo de empezar, poco a poco se transforma en lo contrario: el boxeo se convierte en algo indispensable, como el oxígeno, y ese temor a comenzar se convierte en el temor de que un día tengas que dejarlo.
«Un luchador nunca sabe cuándo llegará la última campana. Ni siquiera quiere pensarlo». (Sugar Ray Leonard)
Esos pequeños pasos, dados con cautela al principio, se vuelven más grandes. Y te encuentras superando desafíos, rompiendo límites, superándote día tras día, haciendo cosas que nunca pensaste que eras capaz de hacer. Y así también empiezas a sacrificar, aunque sin darte cuenta, todo lo demás.
Luchas, sufres, y sigues adelante, ¡como un tren de alta velocidad! Crece en ti un sentimiento fuerte, tan difícil de explicar al mundo exterior. Un vínculo indisoluble con el boxeo que parece hacer que corran juntos, sin mirar hacia otro lado. Pero lo haces porque te gusta, porque te hace sentir vivo, porque las 16 cuerdas del ring ahora encierran tu espacio.
Sin importar cualquier otro compromiso, cualquier dolor físico, o cualquier otra cosa en tu vida, no sueltas la presa. Te entrenas, peleas y siempre vuelves. ¿Quién o qué puede empujarte fuera del tren? Quizás nada ni nadie, nunca. Ni siquiera las decepciones tienen el poder o la capacidad de hacerlo. Pero llega ese momento en el que entiendes por ti mismo que es necesario. Que tienes que bajarte de esa carrera o al menos cambiar de vagón.
Porque sí, hay que enfrentarse a la edad, a la salud, a las prioridades de la vida, al trabajo y a muchos otros aspectos de la realidad, quizás descuidados a lo largo de los años. Y sí, hay un tiempo para soñar, uno para esperar, y uno para volver a poner los pies en la tierra. Y así, tarde o temprano, llega la hora inevitable en la que debes desatar tus botas, guardar los guantes y volver a poner todo en su lugar, en tu corazón. O por qué no, poner todo al servicio de los demás.
Transmitir tu pasión, todo tu amor por este deporte y, a través de tus enseñanzas, inspirar a las nuevas generaciones y seguir transmitiendo el boxeo. Al fin y al cabo, quien ha sido boxeador, lo seguirá siendo para siempre: ya sea dentro, fuera o en la esquina de un ring, ese corazón de boxeador nunca dejará de latir.