El Bronze Bomber ha vuelto, pero a juzgar por lo visto sobre el ring del Charles Koch Arena de Wichita, sus aspiraciones de volver a ser campeón mundial del peso pesado parecen bastante poco realistas. Deontay Wilder ganó por KO técnico en el séptimo asalto, imponiéndose al compatriota Tyrrell Anthony Herndon y revirtiendo la mala racha tras las duras derrotas sufridas ante Joseph Parker y Zhilei Zhang. No obstante, el peso pesado estadounidense pareció claramente en declive y difícilmente podrá alcanzar logros de gran prestigio.
Que Herndon era un rival escogido específicamente para hacer lucir bien a Wilder, permitiéndole ganar sin asumir riesgos importantes, ya era evidente en la previa: bastaba con examinar el récord del boxeador de 37 años de San Antonio para darse cuenta de que no representaba una amenaza real. Su enfoque del combate fue, de hecho, el más predecible: durante los tres primeros minutos, Herndon limitó al mínimo su producción ofensiva, moviéndose a una distancia prudente de su oponente.
Cuando en el segundo asalto el desfavorecido de la velada intentó finalmente hacerse notar, la elección jugó en su contra. Al lanzarse de forma imprudente hacia Wilder, Herndon se topó con un gancho de izquierda del Bronze Bomber y acabó en la lona. El golpe, en realidad, no fue especialmente potente, pareció más una bofetada que un puñetazo bien ejecutado, pero bastó para provocar la caída, ya que sorprendió a Herndon mientras avanzaba.
Durante varios asaltos, Wilder pareció más sereno que en otras ocasiones, recurriendo con frecuencia al jab de izquierda y sin precipitarse en los ataques. Este planteamiento, aunque eficaz para ganar los asaltos de forma clara, no le permitía mostrarse realmente peligroso.
Deseoso de imponerse de forma contundente para relanzar su cotización como aspirante al título en la categoría reina, el Bronze Bomber comenzó entonces a poner más fuerza en sus golpes, tratando de encontrar el hueco para su famoso derechazo, el golpe que lo hizo célebre y que tantas veces en el pasado le abrió el camino hacia la victoria.
Sin embargo, el resultado de este aumento de intensidad no fue precisamente alentador. Wilder volvió a caer en los errores del pasado, lanzando golpes muy abiertos, perdiendo el equilibrio de forma torpe y dejando atrás la compostura que había sorprendido positivamente en los primeros asaltos. Lo peor es que su sello distintivo, ese derechazo que antaño no perdonaba, viajaba ahora con una lentitud exasperante.
Los ataques desordenados del Bronze Bomber fueron, en cualquier caso, suficientes para inquietar a Herndon, cuya resistencia física distaba mucho de ser impecable. El púgil tejano se quedó sin aire tras los primeros cinco asaltos y empezó a sufrir enormemente para soportar la presión del rival, amarrándose y bajando peligrosamente la cabeza cada vez que era acorralado contra las cuerdas.
El cansancio de Herndon era tal que incluso mantenerse en pie se le hacía difícil: en más de una ocasión perdió el apoyo de las piernas sin haber recibido un golpe limpio, y en uno de esos momentos, en el sexto asalto, el árbitro Ray Corona le realizó una cuenta.
El desenlace inevitable llegó en el séptimo asalto, cuando el árbitro detuvo compasivamente a un Herndon ya completamente exhausto, tras ver cómo encajaba un derechazo de Wilder que lo hizo retroceder hacia las cuerdas. El derrotado protestó por la detención, pero desde el punto de vista de quien escribe, la parada fue totalmente justificada.
Quien crea en el dicho de que la potencia es lo último que pierde un boxeador, haría bien en ver esta pelea y empezar a hacerse preguntas. La peligrosidad letal de Wilder, aquella que lo convirtió en un peso pesado temido y respetado a pesar de sus carencias técnicas, parece hoy casi completamente evaporada, ya que la rapidez fulminante con la que solía lanzar su derechazo ha desaparecido con el paso de los años.
Hoy en día, el Bronze Bomber aún puede presumir de una condición física envidiable, pero sin su mejor arma, las muchas carencias de su repertorio técnico corren el riesgo de resultar demasiado determinantes ante rivales de nivel. Esta versión de Wilder tendría enormes dificultades para imponerse a cualquiera de los veinte mejores pesos pesados del mundo, y lo mejor que podría aspirar a conseguir en esta etapa final de su carrera sería una última bolsa importante.
Desde ese punto de vista, un combate entre Deontay Wilder y Anthony Joshua podría tener cierto sentido. Naturalmente, llegaría fuera de tiempo, con ambos púgiles ya en plena curva descendente. Naturalmente, el resultado final dejaría muchas dudas sobre lo que habría ocurrido si el duelo se hubiera producido algunos años antes. Pero estamos dispuestos a apostar a que el evento todavía hoy generaría una cierta curiosidad entre los aficionados.