Lennox Lewis: el mejor de una generación

Nunca se convirtió en un ícono como Muhammad Ali, y ni siquiera rozó la fama que aún hoy rodea a Mike Tyson, y sin embargo Lennox Lewis fue un boxeador fenomenal, probablemente uno de los más grandes pesos pesados en la historia del boxeo, capaz de derrotar a cualquiera que le pusieran enfrente.

Esquivo, reservado, lejos de ciertos excesos, nunca logró imponer su figura fuera del ring, pero dentro de las doce cuerdas puso a todos en fila: noqueó a Tyson, venció a Holyfield (algunos dirían que dos veces), peleó duramente con Ray Mercer, dio lecciones de boxeo a Morrison, Razor Ruddock, David Tua, Frank Bruno y Riddick Bowe (como amateur, en la final olímpica de Seúl) y al final de su carrera obligó a retirarse a cierto Vitali Klitschko en pleno apogeo físico y profesional. ¿Qué más se le podía pedir?

Nunca se prestó a ningún tipo de espectáculo mediático; aunque plenamente consciente de sus recursos, jamás hizo declaraciones altisonantes ni insultó a un rival. Siempre se limitó a subir al ring y dejar que hablaran los hechos. Bowe lo llamó maricón. Lo mismo hizo Rahman. Tyson llegó a decir —de manera tan exagerada que resultó casi cómica— que se comería a sus hijos. Resultado: todos salieron derrotados, y alguno hasta con los huesos rotos.

En su carrera perdió solo dos veces, contra Hasim Rahman y Oliver McCall, probablemente por exceso de confianza y por el más clásico “golpe de domingo”. En ambos casos obtuvo su revancha, con intereses.

La historia de Lennox Claudius Lewis comienza en Londres, donde nació el 2 de septiembre de 1965. Sus padres, ambos nacidos en Jamaica, se separaron muy pronto, y así, a los seis años Lennox se mudó con su madre y su hermano a Ontario, Canadá. Los tres se encontraron en una situación económica complicada, por lo que los dos hermanos tuvieron que regresar a Londres, donde vivieron cinco años con una tía.
Cuando se reunieron de nuevo, Lennox estaba muy enfadado con su madre. Una rabia que también lo acompañó en la escuela, donde era el único chico negro, además con un marcado acento cockney. Aunque no marginado, sí se vio envuelto en más peleas de las debidas. Fue entonces cuando el director de la escuela se interesó por él. Se hicieron amigos, y fue el propio director quien sugirió a Lewis dedicarse a un deporte de contacto, el boxeo.

De ahí en adelante fue una escalada continua de triunfos y encuentros, también fuera del ring, que cambiarían su vida. A los dieciséis años ganó el campeonato mundial juvenil en Santo Domingo. Después pasó un breve periodo en casa de Cus D’Amato, para algunas sesiones de sparring y perfeccionarse. Así conoció a Mike Tyson. La primera vez que se encontraron, Mike lo llevó a su habitación, en casa de Cus, y pasó horas mostrando y comentando videos de todos los héroes boxísticos que veneraba. Pero esa es otra historia.

Que Lennox estaba destinado a la grandeza lo notaron muchos, empezando por Cus D’Amato, quien durante una sesión de sparring entre los dos advirtió a Mike que mantuviera la guardia alta y no lo subestimara, porque algún día lo tendría delante como rival.

A diferencia de Mike, que sobre el ring imponía instinto y fuerza bruta, Lennox siempre impuso la cabeza. Boxeador extremadamente inteligente, a veces fue criticado por sus gestiones “cuidadosas” de algunos combates.
Dueño de un gran jab —desarrollado gracias a su sociedad con el gran Emmanuel Steward—, de una derecha recta de antología y un uppercut de derecha demoledor, podía entrar con asombrosa naturalidad en la guardia rival, gracias a un timing fenomenal y un alcance notable. Controlaba la distancia con autoridad gracias a sus largas extremidades, pero no dudaba en aceptar el intercambio en la corta, apoyado en un uppercut certero, punzante y potente. Se movía con gran inteligencia sobre el ring y sabía variar su plan táctico según el oponente.

Era sin duda más explosivo y móvil al inicio de su carrera, y aunque con el tiempo perdió algunas cualidades y ganó peso, su habilidad nunca se desvaneció. Siempre fue un profesional serio y, aunque algo indolente, entrenaba con gran disciplina, manteniéndose alejado de excesos o vicios que arruinaron tantas carreras. Amante de la comida, el ajedrez y la música de Bob Marley, abrazó la cultura rastafari y la causa de los afroamericanos a temprana edad, mostrando siempre con orgullo sus orígenes y su admiración por Malcolm X y Martin Luther King.

De manera igualmente sensata, supo retirarse en la cima, como campeón del mundo, intuyendo que había llegado el momento. Contra Vitali iba por detrás en las tarjetas de todos los jueces, pero también es cierto que hicieron falta sesenta puntos de sutura para cerrar los cortes en el rostro de Klitschko y que el ucraniano estuvo a punto de perder el ojo izquierdo a causa de los golpes recibidos.

Hoy Lewis es un comentarista deportivo muy apreciado, sonriente, nunca excesivo. Solo una chispa de orgullo y presunción cuando, con mirada divertida, dice claramente: “Seguiría siendo el rey de los pesos pesados si aún estuviera en el ring. Los habría vencido a todos”.

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