Kostya Tszyu, “el Trueno de Australia”

Konstantin Borísovich Tszyu, conocido por la mayoría como Kostya “the thunder from Down Under” – el trueno de Australia – fue un boxeador fenomenal, con una carrera amateur que tiene pocos iguales y el mérito de haber sido el primer campeón unificado de los superligeros. Hoy cumple 56 años, de los cuales 20 ya lejos del ring, pero el boxeo sigue corriendo por sus venas.

Nacido en Serov, en los confines siberianos, el 19 de septiembre de 1969, Tszyu es hijo de una enfermera y de un obrero metalúrgico. De niño, Kostya era hiperactivo, así que su padre decidió llevarlo a un gimnasio de boxeo, donde pudiera descargar su energía, manteniéndose lejos de cierto tipo de “educación siberiana” que probablemente lo habría empujado a un anonimato de delincuencia y corrupción.

De este modo, Kostya empezó a aprender los primeros rudimentos del noble arte y a pelear con chicos más grandes que él, enviándolos invariablemente a la lona. Así fue como lo notaron los entrenadores del equipo amateur soviético.

De ahí a los éxitos en el ámbito amateur el paso fue breve. Medallas como si llovieran: plata en La Habana en los Campeonatos Mundiales Juveniles, bronce en el Mundial de Moscú en 1989 y oro en 1991 en Sídney, oro en el Europeo de Atenas y oro en el de Gotemburgo. Números impresionantes que certifican una única verdad: Kostya era un boxeador extraordinario. Lo que llamaba la atención de él no era solo la técnica, sino también la capacidad – a menudo descuidada en el boxeo amateur – de golpear con contundencia, con la férrea voluntad de mandar a su rival a la lona.

Sídney fue para el joven púgil ruso un punto de inflexión. Era 1991 y Kostya dejó a todos boquiabiertos al superar en la final a Vernon Forrest, por técnica, precisión y eficacia de los golpes. El paso al profesionalismo vino como consecuencia natural. Entretanto, Kostya encontró un nuevo hogar: cautivado por el ambiente, la ciudad y la gente, decidió mudarse y vivir en Australia, lejos de las privaciones y del rígido adoctrinamiento de la madre patria, a la que nunca había logrado conformarse.

Como profesional, Kostya no hizo más que confirmar todas sus cualidades. Técnica solidísima, elección de tiempo de verdadero campeón, precisión absoluta y un derechazo mortífero lo convirtieron en el campeón indiscutible del peso superligero, el primer campeón unificado de la categoría. Undisputed. Pero los dones de Tszyu iban mucho más allá: poseía un excelente footwork, gran inteligencia táctica – siempre sabía qué hacer, incluso cuando “daba el flanco” para encontrar la abertura adecuada – y sobre todo un killer instinct de verdadero fenómeno, el que le permitía detectar el mínimo asomo de miedo, un solo instante de debilidad en los ojos del rival, para luego lanzarse contra él con vigor, pero sin perder nunca la lucidez.

Capaz de afrontar un combate entero con un tímpano perforado – y ganarlo, contra el invicto Hugo Pineda – Kostya tenía entre sus armas una calma serena y una frialdad rara. Como profesional fue el verdugo de la leyenda Julio César Chávez, además del único que logró propinarle un verdadero KO técnico que no se debió a cortes o lesiones.

El combate que consagró a Tszyu en la historia fue, sin embargo, el que disputó contra Zab Judah. Partió claramente como desfavorecido, sufrió inicialmente la rapidez de Judah, recibiendo incluso un gran uppercut de izquierda. No obstante, supo replegarse y luego amarrar, gestionando con gran inteligencia el intento del zurdo de Brooklyn de noquearlo. Kostya comenzó de inmediato a pisar el acelerador, metiendo presión al rival mientras esperaba la abertura adecuada. La encontró a cinco segundos del final del segundo asalto: un poderoso derechazo impactó la mandíbula de Judah, estrellándolo contra la lona. Zab se levantó de inmediato, pero fue evidente para todos que ese formidable derechazo le había dejado las sinapsis en cortocircuito: sus piernas ya no lo siguieron, llevándolo a tambalear grotescamente por el ring en un baile descoordinado hasta caer nuevamente.

Más allá de las absurdas protestas de Judah, la pelea pasó a la historia por el magnífico gesto de técnica y potencia con el que Kostya derribó a Zab, para dejar claro quién era el campeón indiscutido.

En su carrera solo fue derrotado dos veces. La primera por exceso de confianza, que lo llevó a subestimar a su rival Vince Phillips, y la segunda contra el difunto Ricky Hatton, diez años más joven y en plena forma física. Tszyu tenía entonces casi 36 años y ya estaba lejos de su prime.

Con la misma inteligencia con la que sabía estar en el ring, después de esa pelea Tszyu comprendió que había llegado su momento y bajó definitivamente del cuadrilátero, sin grandes proclamas. Con los años se habló a menudo de un posible regreso. Él mismo alimentó esas voces, quizá por verdadera nostalgia de las dieciséis cuerdas. Pero nunca volvió a subirse al ring, haciendo probablemente valer el sentido común.

En el ring siempre fue tan correcto como determinado y feroz. Pero quienes lo conocen en la vida cotidiana, lejos de los reflectores, lo describen como un hombre tranquilo, sereno, sonriente y bromista, dedicado a seguir la carrera boxística de su hijo, Tim Tszyu, que intenta emular las gestas de su padre, aunque sin tener ni su talento ni su fortaleza mental.

¡Feliz cumpleaños a este inolvidable campeón!

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