Cuando se acerca un combate entre boxeadores invictos, ambos conocidos por su alta tasa de nocauts, la anticipación de los aficionados suele ser intensa. El magnífico encuentro entre el puertorriqueño Felix “Tito” Trinidad y el estadounidense de raíces mexicanas Fernando “El Feroz” Vargas no fue la excepción: la noche del 2 de diciembre de 2000, en el Mandalay Bay Resort & Casino de Las Vegas, se respiraba un ambiente cargado de tensión. Los espectadores salieron totalmente satisfechos después de presenciar una guerra extraordinaria, llena de emociones y giros inesperados desde el primer gong. Ahora, exactamente 24 años después de esa espectacular unificación de títulos mundiales de la WBA y la IBF en la categoría de superwelter, vamos a revivirla en nuestro análisis de hoy.
Trinidad: del “Combate del siglo” al cambio de categoría
Ídolo auténtico en su tierra y muy popular en todo el mundo, Tito había alcanzado la cima de la gloria deportiva al derrotar al legendario Oscar De La Hoya, infligiéndole su primera derrota en la carrera. Sin embargo, el llamado “Combate del siglo” dejó un sabor amargo para muchos debido a la estrategia extremadamente prudente y conservadora de De La Hoya, junto con las dificultades de Trinidad para cortar el ring con eficacia, lo que convirtió la pelea en un juego de ajedrez sin grandes emociones. La decisión misma generó debate entre quienes valoraban la mayor precisión de De La Hoya y quienes creían que la agresividad del pegador puertorriqueño, más activo en la búsqueda del intercambio, merecía reconocimiento. Aunque Trinidad había ganado el combate más importante, todavía necesitaba demostrar su valía y solidificar su lugar en la leyenda. Con esta intención, y para despedirse de los enormes sacrificios necesarios para ser welter, se fue a por el cinturón de la WBA en 154 libras y se preparó para enfrentarse a Vargas por el puesto de número uno en la nueva categoría.
Todo y ahora: la gloria prematura de “El Feroz” Vargas
Participante en las Olimpiadas a los 19 años, campeón del mundo a los 21, y prácticamente terminado a los 28: Fernando Vargas aceleró su carrera y, al final, se quemó a sí mismo, pero no antes de regalarnos varias batallas épicas. Su estilo atípico, a medio camino entre un atacante y un esperador, lo hacía extremadamente difícil de descifrar debido a su capacidad de adaptarse en medio del combate, desmoronando la confianza de sus rivales y obligándolos a un proceso de adaptación constante. Las victorias más prestigiosas de Vargas, antes del combate que marcó su vida contra Trinidad, fueron contra oponentes de gran talento como Ronald Wright e Ike Quartey, quienes además fueron los únicos en escuchar la campana final contra él. Por naturaleza audaz y seguro de sí mismo, Vargas no dudó en desafiar a una leyenda como Tito, aunque muchos lo consideraban demasiado joven e inexperto para un desafío de tal magnitud. El campeón de la IBF no solo lanzó su desafío, sino que también prometió espectáculo, asegurándole a Trinidad que, a diferencia de De La Hoya, él subiría al ring para luchar cara a cara.
Un combate que pudo haber terminado rápido, pero no lo hizo…
Bastaron solo veinte segundos para que Trinidad dejara su marca en la pelea: un devastador gancho de izquierda aturdió a Vargas, quien se había lanzado al centro del ring como prometió, haciéndolo tambalear. Poco después, el californiano estaba en el suelo, y el público estalló en entusiasmo, convencido de que el KO estaba cerca. Otro derribo, nuevamente de un gancho de izquierda, reforzó esa creencia, pero fue desmentida por los hechos: Vargas se levantó, se recuperó y, a partir del tercer asalto, se metió de lleno en la pelea.
Mientras que los primeros dos asaltos presagiaban una noche fácil para el favorito, los tres siguientes cambiaron completamente el panorama. El Feroz, revitalizado por haber sobrevivido a una tormenta, comenzó a imponer su extraordinario timing, manteniéndose frente a Trinidad, anticipándose y aprovechando sus errores. Esta arriesgada pero efectiva estrategia lo llevó a derribar a su rival en el cuarto asalto y a ponerlo en crisis, obligándolo a recurrir en dos ocasiones a golpes bajos, siendo el segundo penalizado por el árbitro Jay Nady con un punto de sanción.
Un asalto magistral de Vargas, el quinto, hizo sonar la alarma en la mente de su oponente. Trinidad entendió que en la lucha a media distancia, su adversario era superior y optó por un enfoque físico: comenzó a avanzar y golpear como si no hubiera un mañana, aceptando los riesgos y encendiendo al público. No es casualidad que Tito tomara la ventaja en las tarjetas oficiales de los jueces de la sexta a la décima ronda, una parte del combate llena de sucesos, desde el segundo punto de penalización a Trinidad en el séptimo asalto, un poco severo, hasta los intercambios vertiginosos en el noveno y la otra penalización, también algo estricta, a Vargas en el décimo. Pero el hilo conductor de todos estos asaltos era la potencia superior de Tito, que marcaba la diferencia.
Llegado a los asaltos de campeonato con la espalda contra la pared y la necesidad inminente de crear un final dramático para cambiar el rumbo del combate, Fernando Vargas no se conformó con una digna derrota por puntos y arriesgó al máximo. Su exceso de valentía le resultó fatal: tras un excelente undécimo asalto y dos golpes sólidos en la apertura del duodécimo, El Feroz cayó víctima de otro gancho de izquierda que marcó el principio del fin. Otros dos derribos en rápida sucesión determinaron el KO técnico y permitieron a Trinidad y su esquina comenzar las celebraciones.
Para Tito, fue su última aparición en los superwelter: cinco meses después, conquistaría un cinturón en la categoría de peso medio, donde sus éxitos pronto se desvanecerían. Vargas, por su parte, tardó menos de un año en recuperar un título y lanzarse a otro emocionante combate de unificación contra otro ícono de esa era: el inmenso Oscar De La Hoya.