En los últimos meses, me he encontrado con frecuencia, tanto en redes sociales como en la vida real, con aficionados al boxeo que, al ver el primer fascinante combate entre Tyson Fury y Oleksandr Usyk, llegaron a conclusiones muy diferentes a las mías. Lo que me sorprendió especialmente fue una interpretación muy común de la dinámica de la pelea, que he decidido llamar «el mito de la distracción de Tyson Fury».
Según esta teoría, el pasado 18 de mayo, el Gipsy King estaba dominando el combate con facilidad antes de relajarse, convencido de que ya tenía el combate ganado, y cometer el error decisivo que cambió las tornas. Los partidarios de esta idea apuntan a un golpe específico como responsable del giro dramático en la pelea: el golpe que, en el octavo asalto, al impactar con absoluta precisión en la nariz de Fury, le causó un daño tal que lo dejó casi indefenso en los asaltos posteriores.
Esta teoría es muy popular, especialmente entre quienes antes de la pelea veían a Fury como favorito. Es aparentemente racional y contiene sin duda algunos elementos de verdad, pero en su conjunto, desde mi punto de vista, resulta muy engañosa e incompleta. En este artículo me propongo explicar por qué.
Para empezar, la retórica de «Fury dominó durante siete asaltos», alentada en mi opinión en nuestro país por la transmisión italiana de DAZN, excesivamente indulgente con el Gipsy King en la primera parte del combate, es exagerada. En realidad, hasta el final del tercer asalto, aunque sin eventos decisivos ni golpes sorprendentes, el boxeador que estaba mostrando mayor superioridad era Oleksandr Usyk.
Durante esos primeros nueve minutos, el ucraniano protagonizó las acciones más concretas, fue más constante, controló el ritmo y mantuvo la iniciativa, mientras que Fury se limitaba en gran medida a chispazos elogiables pero esporádicos y a unas cuantas payasadas de su estilo. No es casualidad que al final del tercer asalto Usyk estuviera adelante en las tres tarjetas de los jueces.
La fase realmente favorable para el coloso inglés comenzó claramente en el cuarto asalto, cuando Fury, cambiando sensiblemente de estrategia en comparación con su enfoque evasivo anterior, comenzó a poner más intensidad en sus golpes, encontrando especialmente en los uppercuts al cuerpo un arma estratégica fundamental, útil también para abrirse camino hacia los siguientes golpes al rostro.
El momento culminante del “momento mágico” del Gipsy King coincidió con los asaltos cinco y seis. En esa fase, Fury mostró un gran boxeo: rápidos movimientos de piernas, golpes variados, explosivos y precisos, lanzados con perfecto sentido del tiempo cada vez que Usyk entraba en su rango de acción. Sus uppercuts funcionaron como auténticas palancas para romper la defensa del rival.
La alternancia de los objetivos entre cuerpo y rostro hizo que esos golpes fueran particularmente difíciles de anticipar y leer, y en un par de ocasiones, Usyk mostró visiblemente el impacto (especialmente después de un violento uppercut en la barbilla en el sexto asalto).
Sin embargo, contrariamente a la creencia popular, el «contraataque» del campeón ucraniano comenzó mucho antes del tan comentado golpe en la nariz y debe ubicarse aproximadamente en el último minuto del séptimo asalto. Ya entonces, Usyk comenzó a aprovechar la enorme cantidad de energía que Fury había gastado al tejer la trama de su admirable pero breve obra maestra.
El ucraniano cerró ese asalto en alza, encontrando espacio y tiempo para conectar golpes y combinaciones que no había logrado en los tres asaltos anteriores. Quizás no fue suficiente para ganar el asalto, pero ciertamente sí para regresar completamente «en juego».
Al sonar la campana que marcaba el inicio del octavo asalto, la situación había cambiado. Los golpes de Fury ya no caían con la misma explosividad, eficacia y, sobre todo, frecuencia de los minutos anteriores, y Usyk lograba el contacto con mayor facilidad y determinación. Antes del famoso «golpe en la nariz», Usyk conectó un hermoso uno-dos en el centro del ring, que Fury, como hábil disimulador, ridiculizó con una sonrisa sardónica. Pero el golpe había llegado, le había hecho daño, y era el preludio de lo que sucedería poco después.
No, Usyk no se benefició de un momento de distracción de Fury para revertir una pelea ya decidida con un golpe inesperado y decisivo. Esta teoría puede servir de «consuelo» para quienes estaban seguros de que el Gipsy King iba a devorar al ucraniano solo para darse cuenta de que habían fallado por completo en su pronóstico, pero no fue lo que sucedió esa noche.
Usyk hizo lo que había hecho en otras ocasiones en el pasado, contra Mairis Breidis, por ejemplo, y también en la revancha contra Anthony Joshua: con su estilo implacable, con su presión y su inimitable capacidad para mantenerse siempre frente a su oponente, obligó a Fury a gastar el 100% de sus recursos, neutralizó sus mejores armas con valentía, y luego tomó la delantera acelerando y consiguiendo la victoria.
Si no estás de acuerdo, vuelve a ver la pelea con calma y con la máxima concentración y presta atención especialmente a lo que sucedió en la última parte del séptimo asalto y en la primera parte del octavo. Verás que cuando Usyk destrozó la nariz de Fury, el «cambio» ya estaba en marcha y el ascenso del actual campeón del mundo ya había comenzado.
Quiero dedicar un último comentario a quienes intentan «demostrar» la supuesta superficialidad de Tyson Fury y su tendencia a distraerse destacando las muecas, las burlas y las provocaciones de bufón exhibidas continuamente por el Gipsy King durante el combate. Pues bien, aunque pueden no gustar legítimamente, esas actitudes siempre han sido una parte integral del repertorio boxístico de Tyson Fury y tienen una función que va mucho más allá de simplemente entretener al público.
Como viejo zorro del ring, Fury sabe que una de las características fundamentales de un gran boxeador es ser un «gran mentiroso». Un campeón debe ser capaz de hacer creer a su oponente y a los jueces que está en perfecta forma y en total control, especialmente cuando está en problemas. Desde este punto de vista específico, el Gipsy King es realmente uno de los mejores del mundo, y un brillante ejemplo de esta habilidad para «engañar» lo dio en el duodécimo y último asalto del combate del 18 de mayo.
Ambos boxeadores estaban al límite de sus fuerzas. Fury había recibido un castigo terrible en el noveno asalto, agravado por los golpes de los dos asaltos siguientes; Usyk había gastado inmensas reservas de energía física y mental en su obstinado intento de conseguir el KO. Los dos guerreros movían los brazos cansados en la desesperada búsqueda de ese último impulso necesario para convencer a los jueces y hacer inclinar la balanza a su favor.
No fue un asalto de clara asignación. Ni mucho menos. Las estadísticas oficiales nos dicen que Usyk conectó más golpes (18 a 10), duplicando a su rival en «power punches» (14 a 7), y sin embargo, los tres jueces otorgaron el asalto a Tyson Fury. ¿El motivo? Desde el punto de vista de quien escribe, esto ocurrió debido al lenguaje corporal diferente de ambos atletas.
Usyk, tan concentrado que parecía aislado del mundo, como un asceta, enfocado exclusivamente en las acciones a realizar, los pasos a dar, los golpes a lanzar. Fury, el eterno ilusionista, aún esquivando con las manos bajas, que a diez segundos del final, con la lengua fuera y las piernas pesadas como rocas, decidió ocultar las manos detrás de la espalda imitando a Roy Jones Jr.
Fury no hizo «el payaso» porque desconociera la peligrosidad de su oponente o porque sintiera que la victoria estaba en el bolsillo. Lo hizo porque actuar de «payaso» es una de las múltiples flechas en su carcaj, un arma afilada que en su momento desestabilizó por completo a Wladimir Klitschko y le permitió subirse al trono mundial por primera vez.
Dentro de menos de dos meses, la esperada revancha entre los dos mejores pesos pesados de la era actual nos dará muchas respuestas y aclarará de una vez por todas si Tyson Fury fue víctima de una distracción o si Oleksandr Usyk tiene en su mazo el as necesario para imponerse sobre el Rey.