Entre las grandes trilogías de la historia del boxeo, la de Muhammad Ali y Joe Frazier ocupa sin duda un lugar destacado. Estos dos de los más grandes pesos pesados de todos los tiempos lucharon en un total de 41 rounds y, cada vez, ofrecieron emociones, espectáculo y giros inesperados. Tras un primer combate épico, marcado por la legendaria hazaña de Smokin’ Joe, siguió la obra maestra táctica de The Greatest. La gran final, que el 1 de octubre de 1975 vio a ambos campeones enfrentarse en Filipinas sin contenerse, fue la guinda de una página inolvidable en la historia del boxeo. En el aniversario de esa calurosa noche, revivimos los escalofríos del célebre «Thrilla in Manila.»
El «Circo Ali» y el hombre en misión
En la víspera del gran evento, el equipo de Ali respiraba una atmósfera extremadamente tranquila y relajada, resultado de la convicción de que Joe Frazier estaba ya en declive y que esa defensa del título era una especie de regalo al retador: la última bolsa millonaria antes de su retiro. En lugar de acostumbrarse a sudar bajo el clima ardiente de Filipinas, The Greatest llevaba una vida social activa, seguido a todas partes por un grupo tan numeroso y ruidoso que la prensa lo apodó «El circo Ali». El campeón incluso protagonizó un escándalo sentimental cuando su esposa, Belinda Boyd, al descubrir que Ali paseaba con su amante, Veronica Porche, voló al país asiático para enfrentarlo.
El estado de ánimo de Frazier era completamente diferente. Nunca había perdonado a su eterno rival por las duras provocaciones con las que lo había ridiculizado antes de cada combate, y entrenaba como un hombre en misión, decidido a aprovechar su última oportunidad para silenciarlo definitivamente. Desde llamarlo «Tío Tom» hasta «campeón del hombre blanco», los epítetos que Ali le había lanzado a lo largo de los años habían dejado huellas profundas en la sangre de Smokin’, y la víspera del último combate no fue diferente. En una conferencia de prensa, Ali llegó a golpear a un gorila de goma mientras recitaba una rima burlona.
Las últimas balas de dos inmensos campeones
Paradójicamente, la «Thrilla in Manila» no se llevó a cabo en Manila: el combate se disputó en la cercana Quezon City, pero el nombre rimado resultó tan efectivo a nivel mediático que se adoptó a pesar de la ligera imprecisión geográfica. Lo que sí fue absolutamente correcto fue suponer que la pelea sería un thriller: un crescendo de tensión que alcanzaría su punto máximo solo en los últimos y fatídicos momentos. Que el ánimo de Ali era como el de un estudiante en un viaje escolar quedó claro desde las presentaciones: mientras el anunciador mostraba el gigantesco trofeo que el presidente de Filipinas, Ferdinand Marcos, entregaría al ganador al final del enfrentamiento, el campeón corrió repentinamente al centro del ring, tomó el premio y lo llevó a su esquina, como si ya tuviera la victoria asegurada.
Hay que ser honestos al reconocer que, aunque ambos púgiles aún poseían habilidades físicas y técnicas fuera del alcance de los mortales comunes, habían perdido algo respecto a sus mejores días. Ali ya no tenía la frescura atlética para «bailar» continuamente, mientras que Frazier tardaba una fracción de segundo más en lanzar su famoso gancho de izquierda, lo que lo hacía menos impredecible que antes. Sin embargo, no es necesario estar en la cúspide para ofrecer una gran pelea, y nuestros héroes lo demostraron a su manera. Si bien es cierto que sus armas características solo se manifestaron en ráfagas, también lo es que donde no llegaba el físico, llegaban la determinación y el coraje.
Quien se detiene está perdido…
Además de no contar con la reactividad en las piernas que en el segundo combate le había permitido mantenerse a salvo del peligro, Ali podía recurrir con menos frecuencia al clinch para inmovilizar al agresivo rival. El árbitro Carlos Padilla, a diferencia de su colega Tony Pérez el año anterior, fue bastante severo al advertir al campeón cada vez que intentaba sujetar. A The Greatest no le quedó más opción que una: ¡golpear para no ser golpeado! Cuando usaba su largo alcance, lanzando ráfagas de combinaciones, lograba mantener a su rival a raya; pero cuando bajaba la intensidad, aunque fuera por unos segundos, se veía arrollado por la furia de Smokin’.
Si en los primeros asaltos el retador había intentado hacer un amplio uso de su característica táctica de acercamiento, basada en continuas flexiones del torso, a partir de cierto punto comenzó a avanzar frontalmente sin ninguna precaución defensiva: una conducta desesperada y temeraria, fruto del ardiente deseo de convertir la pelea en una auténtica prueba de supervivencia. Entre los asaltos undécimo y decimotercero, el plan de Frazier se hizo realidad, y su rostro se deformó terriblemente, pero al mismo tiempo Ali se vio obligado a un enorme desgaste físico y mental: su confianza inicial se desvaneció, dejando espacio a una creciente preocupación al ver a un oponente incapaz de retroceder, a pesar del castigo brutal que había recibido.
¡Nadie lo olvidará!
Con su ojo izquierdo ineficaz desde hacía tiempo debido a una catarata y el derecho casi cerrado por los golpes de Ali, Frazier luchó un dramático decimocuarto asalto en una condición cercana a la ceguera. Un esfuerzo generoso y conmovedor que llevó a su legendario entrenador, Eddie Futch, durante el minuto de descanso, a pedir la suspensión de la pelea, a pesar de las protestas de su púgil. A las súplicas de Joe, Eddie respondió: “Todo ha terminado. Nadie olvidará nunca lo que has hecho hoy aquí”. La leyenda dice que Ali también estaba a punto de retirarse; no sabemos si es cierto, pero sabemos que después de levantarse de un salto del banco para celebrar la victoria, The Greatest se desmayó momentáneamente y se tumbó en el suelo por unos segundos, clara señal de que él también había llegado al límite de sus fuerzas.
Inevitablemente, ninguno de los dos legendarios campeones fue el mismo después de aquella noche loca. Sin embargo, las palabras de Futch, válidas tanto para su Joe como para su acérrimo rival, nos sirven para cerrar: ¡nadie olvidará jamás lo que Ali y Frazier hicieron aquella noche en Manila!