El tiempo es un enemigo implacable para cualquier atleta: desde el más despreocupado de los aficionados hasta el más talentoso de los fuera de serie, todos, tarde o temprano, deben enfrentarse al deterioro de sus cualidades físicas y a la consiguiente caída en el rendimiento y los resultados. Sin embargo, existen hombres que, por predisposición genética, profesionalismo, disciplina y carácter, logran detener mágicamente el reloj de arena, logrando hazañas increíbles cuando todos los consideran acabados. Durante mucho tiempo, el símbolo de la longevidad en la cima del mundo fue George Foreman, quien reconquistó el título mundial a la edad récord de 45 años. Pero el 21 de mayo de 2011, ese increíble récord fue superado por el inmenso Bernard Hopkins, quien, con 46 años, firmó una actuación deslumbrante a domicilio contra el campeón mundial del peso semipesado del WBC, Jean Pascal, arrebatándole el cinturón. En el aniversario de aquella gesta memorable, volvemos con la memoria al ring del Bell Centre de Montreal.
Del controvertido empate al momento de la verdad
Los dos protagonistas de nuestra historia, cuyas fechas de nacimiento están separadas por más de 17 años, ya se habían enfrentado en el mismo ring cinco meses antes, protagonizando en el Pepsi Coliseum de Quebec City un combate electrizante y de desenlace polémico. Hopkins fue derribado dos veces en los tres primeros asaltos por su rival más joven, pero emergió desde lo más hondo para ofrecer una segunda parte del combate soberbia, hasta el punto de que muchos observadores lo vieron ganador.
Sin embargo, dos de los tres jueces no se dejaron convencer y decretaron un empate que negó al “Verdugo” de Filadelfia la alegría de establecer el histórico récord. Llegado a su segunda oportunidad de hacer historia, Hopkins sabía que no podía permitirse errores y que debía ganar de forma bastante clara para evitar que el factor local volviera a estropearle la fiesta.
Precisamente debido a las intensas polémicas que siguieron al primer enfrentamiento, para el trío de jueces del combate de revancha se eligieron representantes de países “neutrales”: el italiano Guido Cavalleri, el filipino Rey Danseco y el tailandés Anek Hongtongkam.
Técnica, corazón y cerebro: la cita con la historia no llega por casualidad
La estrategia de Jean Pascal se hizo evidente tras los primeros compases del combate. El boxeador nacido en Haití y nacionalizado canadiense cedió de inmediato el centro del ring al retador, concediéndole la iniciativa que Hopkins, amante del boxeo de contragolpe, normalmente prefería evitar. El campeón se limitaba a moverse con cautela cerca de las cuerdas, esperando el momento oportuno para lanzarse de lleno a la refriega, sobre todo al acercarse el sonido de la campana final de cada asalto.
Si esta táctica medida y astuta dio sus frutos en los dos primeros rounds, en el tercero se vino abajo por culpa de un fantástico derechazo del Verdugo que sacudió a Pascal y lo puso en serios apuros: ¡el “viejito” había entrado en el combate!
No tardó mucho el dueño de casa en devolverle el favor a su oponente: al final del cuarto asalto fue Hopkins quien tambaleó tras recibir dos golpes consecutivos a la cabeza mientras intentaba presionar, lo que lo llevó a retrasar un poco más la decisión de aumentar definitivamente el ritmo.
El asalto clave, verdadero punto de inflexión en un combate que hasta ese momento Pascal, sin brillar, estaba liderando, fue sin duda el sexto. El Verdugo soltó el freno de mano y, tras desestabilizar a su rival con un golpe que impactó directamente en el ojo, se mostró agresivo y amenazante, ganándose el round con autoridad.
Pero fue tras la campana cuando el veterano de mil batallas dio lo mejor de sí: primero provocó verbalmente al campeón, provocando una reacción desordenada; luego, mientras Pascal tardaba en levantarse del banquillo para iniciar el séptimo asalto, ¡Hopkins hizo incluso flexiones para demostrarle a todos lo poco que se había cansado hasta ese momento!
El pez mordió el anzuelo: el púgil canadiense dejó entrever su nerviosismo en los asaltos siguientes, perdiendo por completo su plan táctico y recurriendo a un boxeo confuso e ineficaz, mientras un Hopkins concentradísimo sumaba punto tras punto con inteligencia.
A hacer más difícil el camino del Verdugo hacia el ansiado récord contribuyó entonces el árbitro británico Ian John-Lewis, quien en el décimo y undécimo asalto no validó dos caídas a su favor. Si el primer episodio, en el que Pascal tocó la lona con un guante tras desequilibrarse por un derechazo durante una esquiva, puede considerarse dudoso, el segundo —una caída evidente causada por el efecto retardado de un directo preciso al mentón— fue un error claro del tercer hombre sobre el ring.
A pesar de estas pequeñas injusticias, Hopkins había hecho lo suficiente como para limitarse a resistir durante los últimos tres minutos a los desesperados ataques finales del campeón sin temer por el resultado. Y en efecto, esta vez el jurado eligió por unanimidad al justo vencedor, consagrándolo como el campeón mundial de boxeo más veterano de todos los tiempos.
Increíblemente, ese récord estaba destinado a ser superado nuevamente dos años después, nada menos que por el propio Hopkins, quien logró reconquistar un cinturón —en esa ocasión el de la IBF— ante Tavoris Cloud ¡a los 48 años!
No sabemos cuánto tiempo pasará antes de que un nuevo campeón logre desafiar las leyes de la biología y amenace el récord del Verdugo de Filadelfia; lo que sí sabemos es que, en muchos sentidos, Bernard Hopkins fue un ejemplo para cualquiera que sueñe con alcanzar una meta cuando todos le dicen que ya es demasiado tarde para lograrlo.