Han pasado 30 años desde aquel 8 de abril de 1995, cuando nuestro talentoso compatriota Giovanni “Flash” Parisi viajó a Las Vegas para enfrentarse en el Caesars Palace al gran campeón mexicano Julio César Chávez, con la intención de arrebatarle el título mundial WBC del peso superligero. No fue una noche feliz para los colores italianos, pero incluso en la derrota “Flash” supo mantenerse con dignidad sobre el ring: no se derrumbó ante los golpes del mito y acumuló una experiencia que resultaría indispensable para sus futuros triunfos. Por amarga que fuera, y no exenta de algún que otro remordimiento, aquella noche merece ser contada.
El camino de Parisi hacia el combate con la leyenda
No se llega por casualidad a desafiar a una leyenda viviente en el Caesars Palace. La llegada de Parisi al gran escenario de Las Vegas representaba, de hecho, una nueva y prestigiosa etapa en un largo viaje iniciado muchos años antes. Desde la emocionante medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Seúl, al mundial WBO del peso ligero conquistado en Voghera, hasta la “venganza” contra aquel Antonio Rivera que le había infligido su única derrota como profesional y al que Giovanni dominó en el ’93 antes de subir de categoría con renovadas ambiciones. Los últimos peldaños en la escalera que conducía a Chávez parecían los más sencillos, pero no resultaron serlo. Tras dos triunfos rápidos en Las Vegas, útiles para darse a conocer al público estadounidense, Parisi se topó con el complicado Freddie Pendleton que, pese a las numerosas derrotas en su historial, ya había sido campeón del mundo y hacía sufrir a todos sus rivales. Flash lo superó por decisión dividida: el asalto al título mundial podía comenzar.
El desgaste de Chávez: ¿hazaña imposible o gran oportunidad?
La grandeza de la carrera del fenómeno mexicano lleva a pensar que las probabilidades de victoria para nuestro Giovanni eran ínfimas. Pero no hay que olvidar que las muchas batallas libradas, algunas de ellas durísimas, ya habían empezado a desgastar la coraza de Chávez, que en el ‘95 ya no era aquella máquina de guerra imparable de años anteriores. Quienes evidenciaron su lento pero inevitable declive fueron, primero, Pernell Whitaker —engañado por un empate fantasioso del jurado— y luego Frankie Randall, el primer hombre en la historia capaz de derribar y vencer a Chávez. El golpeador centroamericano había perdido algo de ritmo y velocidad; seguía siendo endemoniadamente potente y conservaba una clase exquisita, pero empezaba a tomarse demasiadas pausas y sufría ante rivales rápidos y reactivos. ¿Quién mejor entonces que un hombre apodado “Flash” para poner al descubierto esas pequeñas carencias?
“Too little, too late”: un combate tímido y un despertar tardío
El primer asalto de aquella noche, un round de estudio sin golpes memorables, bastó para dar una idea del estado de ánimo con el que Parisi había subido al ring. Los comentaristas estadounidenses, acostumbrados a los arranques lentos de Chávez, esperaban que el italiano intentara aprovecharlo con un inicio fulminante, acumulando puntos antes del inevitable regreso de la máquina de guerra mexicana. Sin embargo, Giovanni parecía intimidado: su jab, más que relampaguear, se limitaba a medir la distancia; sus golpes, casi siempre aislados, carecían de contundencia.
A complicarlo todo llegó un nefasto segundo asalto, durante el cual un directo de izquierda del campeón sorprendió a Parisi, golpeándolo de lleno en el mentón y mandándolo a la lona. Los fantasmas de la víspera se materializaban: el púgil italiano, que ya había sido derribado seis veces en su carrera y arrastraba la fama de tener una mandíbula frágil, no parecía capaz de soportar el poder del mexicano. Como si fuera poco, Chávez conectó un golpe después de la campana y se quedó mirando fijamente al rival con actitud desafiante, como queriendo doblegar su espíritu.
El carisma del campeón se impuso, por desgracia, durante largos tramos del combate. Parisi intentó poner en práctica lo que había preparado: se movía mucho, boxeaba en contragolpe, cambiaba de guardia para desorientar al rival, pero no terminaba de creérselo y estaba constantemente preocupado por minimizar los daños. “¡Lo tienes que golpear tú!” —gritaron exasperados desde la esquina de Flash durante el sexto asalto, luego de que Chávez se adjudicara toda la primera mitad del combate.
Y sin embargo, de vez en cuando Giovanni dejaba entrever destellos de su clase, como cuando conectó tres magníficos derechazos al contragolpe consecutivos al final del noveno round: relámpagos aislados que presagiaban una tormenta que tardaba en llegar. Finalmente fue la arrogancia de Chávez la que terminó por despertar el orgullo del italiano: el campeón, con los brazos bajos, invitó a su oponente a golpearlo y esquivó siete golpes consecutivos hacia el final del décimo asalto, pinchando el orgullo de Parisi, que al verse ridiculizado y sin nada que perder, decidió por fin pelear sin reservas.
Los últimos dos asaltos fueron entonces los más vibrantes, con nuestro Flash capaz de intercambiar golpes a tiempo con el campeón en el centro del ring, desatando los gritos de aliento y la aprobación del público. “Too little, too late” —demasiado poco, demasiado tarde— dijeron en la transmisión, y en efecto, las puntuaciones, demasiado severas con Parisi, decretaron una victoria aplastante para el campeón. Pero no todo había sido en vano: Giovanni bajó del ring tras haber resistido doce asaltos frente a uno de los más grandes boxeadores de todos los tiempos, y con la certeza de que, si sacaba el carácter, podía lograr grandes cosas.
De hecho, fue precisamente gracias a esas certezas —además de a su talento innato— que logró conquistar su segundo título mundial y defenderlo nada menos que en cinco ocasiones. Pero esa, es otra historia…