Incluso los reinados más largos y gloriosos en la historia del boxeo tarde o temprano llegan a su fin. A veces es el propio campeón quien se retira al percibir su inminente declive; mucho más a menudo, un joven león hambriento de gloria toma su lugar imponiéndose en el ring. El gran Bernard Hopkins no escapó a esta inexorable ley: “El Verdugo” fue protagonista desde el 29 de abril de 1995 hasta el 16 de julio de 2005 de un dominio absoluto en la categoría de peso mediano con veinte defensas del título y cuatro cinturones conquistados, pero al final tuvo que ceder el trono al talentoso Jermain Taylor. A 19 años exactos de ese inesperado relevo, les contamos qué sucedió en el MGM Grand de Las Vegas.
La década ganadora de Bernard Hopkins
No sorprende mucho que Hopkins se aferrara al título mundial con uñas y dientes después de conquistarlo, si se considera el accidentado camino que lo condujo a la cima del mundo. Antes de convertirse en boxeador, el joven Bernard pasó por momentos muy duros, desde las tres puñaladas sufridas en su adolescencia, hasta la condena a dieciocho años de prisión (luego reducida a cinco), pasando por las brutalidades de la cárcel, entre ellas el asesinato de un recluso por un paquete de cigarrillos del cual fue testigo ocular. Surgido de ese mundo oscuro gracias, en gran parte, al boxeo, el Verdugo no tuvo una vida fácil como profesional al principio. La derrota en su debut casi lo llevó a dejarlo todo, el fracaso de su primer intento por el título mundial a manos de Roy Jones Jr. fue un trago muy amargo y el rocambolesco empate en Ecuador contra el ídolo local Segundo Mercado le negó nuevamente el ansiado título. Cuando finalmente obtuvo su primer cinturón mundial – el de la IBF – Hopkins no se detuvo más, pulverizando récords uno tras otro.
¿Bastan las “Malas Intenciones” para detener al hombre de los récords?
Apodado “Bad Intentions” y con una buena trayectoria amateur que incluye una medalla de bronce olímpica ganada en Sydney, Taylor llegaba a su primer intento mundialista invicto. Sin embargo, sus posibilidades de victoria no eran consideradas altas por los apostadores, quienes no podían dejar de confiar en quien, para la historia del peso mediano, era el hombre de los récords. Hopkins había logrado superar a Carlos Monzón en número de defensas, a Tommy Ryan en duración del reinado y a Sugar Ray Robinson en edad al trono: uno tras otro, estos monstruos sagrados habían sido desplazados del Libro Guinness de los Récords, y el elegante pero poco probado Taylor no parecía, a los ojos de muchos, una amenaza suficiente para interrumpir esa histórica racha de éxitos. El error de evaluación que muchos observadores cometieron en la víspera de la pelea en Las Vegas fue darle poco peso al enfrentamiento estilístico entre los boxeadores. Con su velocidad, autocontrol y excelente uso del jab, “Bad Intentions” representaba una amenaza temible para un boxeador como Hopkins, criado a base de enfrentarse a golpeadores y acostumbrado a dar lo mejor de sí mismo actuando de contragolpe.
¿Obra maestra del retador o error de cálculo del campeón?
La desventaja táctica de Hopkins se hizo evidente desde los primeros asaltos. Como era de esperar, el Verdugo se mantenía a distancia esperando que el joven rival cayera en su trampa, pero en vano. Taylor, lejos de querer entablar una batalla, se mantenía sabiamente a una distancia segura, accionando con cautela su jab y dando un paso atrás ante cualquier intento de réplica del más experimentado adversario. Los ataques verdaderamente incisivos del retador, como el que en el segundo asalto aturdió ligeramente a Hopkins, eran raros y esporádicos, pero su trabajo desde la distancia, aunque a menudo impreciso, resultaba de todos modos preferible frente a la pasividad desconcertante del campeón. Asalto tras asalto, el combate avanzaba penosamente, sin casi ningún momento emocionante, tanto que el choque accidental de cabezas que en el quinto asalto provocó una visible herida en la cabeza de Taylor fue uno de los eventos más destacados de los primeros dos tercios del combate. Lo que más sorprendió de un boxeador acreditado con gran inteligencia táctica como Hopkins fue su falta de percepción del peligro: aunque iba inexorablemente rezagado en la puntuación, el Verdugo continuaba dosificando sus ataques y dejando que le impusieran el ritmo.
Una remontada tardía que deja un sabor amargo
Solo a partir del noveno asalto el campeón finalmente comenzó a mostrar sus atributos: ayudado por una visible caída en la energía de Taylor, cada vez más estático, Hopkins logró imponer el intercambio cercano con buenos resultados. El retador, confundido y agotado, tuvo que aguantar golpes duros, fue sacudido más de una vez en el décimo asalto y terminó la pelea al borde de sus fuerzas. Una remontada conmovedora, sin duda, la del pluridecorado cuarentón de Filadelfia, pero insuficiente para remediar la ventaja que el retador había logrado en las tarjetas. La decisión dividida que premió a Jermain Taylor no tuvo un consenso unánime, y hubo numerosas voces de disenso incluso entre los periodistas del sector. Sin embargo, quien escribe considera que el veredicto fue justo, ya que la reacción del Verdugo, por admirable, vehemente y contundente que fuera, había comenzado objetivamente demasiado tarde. De todos modos, la revancha disputada cinco meses después confirmó el resultado del primer combate, esta vez con unanimidad de los jueces.
A menudo, cuando un atleta en ascenso arrebata el título mundial a un veterano del ring, el primero se encamina hacia una carrera exitosa mientras el segundo se retira. Entre Taylor y Hopkins las cosas fueron muy diferentes: el reinado de “Bad Intentions” fue relativamente breve y poco emocionante, seguido de varias derrotas duras; por su parte, el Verdugo, después de un sorprendente doble salto de categoría, continuó realizando hazañas legendarias en el peso semipesado.