La simpatía y la autoironía han caracterizado siempre la figura de Paolo Vidoz, talentoso peso pesado de Gorizia que hoy cumple 55 años. Así, cuando después del KO sufrido ante el gigantesco Nicolay Valuev le colocaron una placa de titanio en la mandíbula, no tardó en acuñar el apodo de “Mentón de Titanio” antes de seguir con determinación la persecución de sus sueños. Un recorrido iniciado en 1988 con su debut entre los amateurs y llevado adelante a base de puños gracias a una técnica refinada que le permitía contener incluso a gigantes con una complexión física más imponente que la suya.
En el campo amateur quizá solo le faltó el último destello para grabar su nombre en los libros de historia: un oro en los Juegos Mediterráneos, una plata en los Europeos, dos bronces mundiales y, sobre todo, un bronce olímpico en Sídney 2000 certifican su capacidad de mantenerse de manera constante entre los mejores exponentes del planeta. En particular, aquella cita olímpica lo vio derrotar claramente al nigeriano Samuel Peter, quien más tarde se proclamaría campeón del mundo en el boxeo profesional.
Fue precisamente en el profesionalismo donde Vidoz buscó su consagración definitiva: primero persiguiendo el gran sueño americano con un año y medio de batallas en los cuadriláteros estadounidenses, luego imponiéndose en Europa y destacando a nivel continental entre 2005 y 2006. Tras la pérdida del título, cuatro intentos por recuperarlo no tuvieron éxito, aunque al menos uno de ellos —la expedición a Turquía contra el ídolo local Sinan Samil Sam— habría merecido mejor suerte, pues se estrelló contra un pésimo veredicto casero.
Para recordar con su propia voz las emociones que nos supo regalar y para desearle el más sincero feliz cumpleaños, contactamos a Paolo por teléfono, repasando con él algunos de los momentos más destacados de su carrera como talentoso peso pesado en nuestra sección “El Gran Boxeo Italiano”.
Sus primeras grandes victorias se remontan a su etapa amateur: un recorrido entusiasmante que lo condujo, a través de múltiples logros, al bronce olímpico de Sídney. ¿Quiénes fueron los boxeadores más fuertes contra los que se midió en el campo amateur y qué le faltó para subir al escalón más alto del podio en aquel apasionante torneo australiano?
Ha pasado mucho tiempo desde entonces, pero los recuerdos permanecen. A lo largo de mi carrera me enfrenté a varios púgiles que luego se convirtieron en campeones del mundo como profesionales, como Samuel Peter, al que vencí en los Juegos Olímpicos, pero también Wladimir Klitschko, con quien perdí dos veces. El mayor arrepentimiento de mi carrera, además de no haber ganado el oro olímpico —que en aquellos años podía haber estado perfectamente a mi alcance—, fue no haber disputado nunca un título mundial como profesional. No digo ganarlo, porque en esa época con los hermanos Klitschko no había grandes posibilidades, pero pelearlo habría sido igualmente importante. En cuanto a la final de Sídney, quizá lo que no funcionó fue no haber escuchado a Patrizio Oliva. Harrison me había estudiado muy bien y tácticamente estuvo realmente perfecto. Recuerdo que previamente disputé un torneo en Grecia, y cuando gané la final sus entrenadores estaban allí observándome. Así que me conocían perfectamente, y en aquella final me conectó golpes realmente precisos. Él hizo el combate perfecto, mientras que yo debería haber cambiado de táctica, pero a toro pasado…
Sus primeros pasos en el profesionalismo los dio al otro lado del océano, buscando abrirse camino en Estados Unidos. ¿Qué recuerdo tiene de aquella experiencia?
Tenía un contrato leonino de 30 o 40 páginas: lo de ir a Estados Unidos fue más bien la persecución de un sueño, porque, según la lógica, habría sido mejor aceptar la propuesta de ir a Alemania con la Universum. Lamentablemente el sueño americano prevaleció sobre la lógica y al final no se cumplió; mi carrera la hice igualmente, pero no se desarrolló como podría haberlo hecho. Mi mánager estadounidense Di Bella me dijo después que había estado bien, porque logré conquistar el título europeo, y eso me dio gusto, pero mis expectativas eran más altas. Sobre los dos años que pasé en América, tengo sobre todo el recuerdo de las batallas que se vivían en el gimnasio. Allí cada entrenamiento era una pelea y tenía que hacerme valer a base de puños, también porque yo era un peso pesado europeo y allí consideraban a los pesos pesados como “cosa suya”. La derrota que sufrí fue un poco estúpida, debido a una preparación equivocada.
Una vez de regreso en Europa, después de la derrota con el mastodóntico ruso Valuev, al que incluso logró hacer tambalear, llegó su victoria más prestigiosa, la conseguida contra el altísimo peso pesado alemán Timo Hoffman, brillantemente derrotado a los puntos en Alemania. ¿Fue quizá ese el punto más alto de su carrera?
Sí, ese es el recuerdo más hermoso en absoluto que conservo de mi carrera, porque con cinco o seis días de preaviso ir a disputar un Europeo y ganarlo fue realmente una hazaña. Yo acababa de entrar en la clasificación EBU gracias al matchmaker Alessandro Ferrarini, pero estaba alrededor de la vigésima posición. Cuando el rival de Hoffman se echó atrás, como faltaban pocos días para el combate, todos los boxeadores que me precedían en la clasificación rechazaron ocupar su lugar, mientras que yo acepté de inmediato, a pesar de los cinco días de preaviso, porque de todas formas me estaba entrenando y estaba preparado. Esa fue realmente la encrucijada de mi vida y de mi carrera profesional.
Siguieron dos defensas victoriosas, una al término de una actuación un poco gris contra el inglés Michael Sprott y otra decididamente más brillante contra el alemán Cengiz Coc. ¿Podemos considerar la falta de continuidad como el mayor freno a sus ambiciones de llegar a la cima?
Sí, siempre tuve un rendimiento irregular. Por desgracia, a lo largo de mi carrera combatí al máximo de mis posibilidades no más de cuatro o cinco veces. El resto fueron actuaciones buenas o menos buenas, pero casi nunca óptimas. Este es un pesar que tengo, el de no haber logrado alcanzar mi mejor forma un poco más a menudo y todavía no me lo explico, probablemente era una cuestión mental. Me entrenaba en serio, y sin embargo no siempre lograba estar concentrado y listo para el combate. Cuando estaba realmente en forma podía subir al ring con cualquiera.
Los principales logros de su trayectoria deportiva los alcanzó acompañado de un compañero de aventura especial, aquel Sumbu Kalambay que después de haber sido campeón del mundo como boxeador decidió transmitir sus conocimientos como entrenador. ¿Cuánto fue importante para usted su guía?
Haber tenido a Kalambay en la esquina fue una gran suerte, porque me enseñó un tipo de boxeo perfecto para mis características. Recuerdo aún bien las combinaciones que me hacía practicar en el gimnasio: fue realmente una figura muy importante para mi carrera. Nunca dejaré de agradecérselo porque también gracias a él logré lo poco que logré. Ahora sé que entrena en la selección nacional y que trabaja muy bien; espero que los chicos escuchen sus consejos, porque es realmente un pozo de conocimiento a nivel técnico. Además, no es solo experto en el boxeo en línea que él prefería como púgil, sino que sabe dar consejos útiles también sobre cómo pelear a media y corta distancia: su repertorio es completo.