La escena de Diego Lenzi perjudica a todos. Sobre todo a él.

Ayer concluyó la aventura de la selección italiana de boxeo en la tercera etapa de la World Boxing Cup, que se está celebrando en Astaná, Kazajistán. Diego Lenzi, último azzurro aún en competencia, fue eliminado por el local Aybek Oralbay, pero más que el combate en sí, lo que generó ruido fue la protesta escandalosa del boxeador italiano, quien abandonó el ring sin saludar al rival, enfrentándose de forma enérgica con el árbitro, los jueces y el público. Una escena que perjudica a todos, pero que terminará dañando sobre todo al propio atleta, un joven que se ha convertido en esclavo de su personaje.

Vamos por orden y, antes de cualquier reflexión sobre lo ocurrido, pongamos los hechos en fila.

Después del hermoso KO logrado en la primera ronda ante el brasileño Da Silva, Lenzi subió al ring para enfrentarse al ídolo local e intentar acceder a las semifinales. El compromiso era complicado sobre el papel, y no solo por el factor local: Oralbay es un boxeador experimentado y, aunque no brilla por dinamismo ni velocidad de ejecución, cuenta con fundamentos técnicos claramente superiores a los de los últimos rivales del “Toro” y se mueve con soltura sobre el ring.

En el primer asalto, la intensidad del combate fue muy alta: ambos pugilistas se midieron en el centro del cuadrilátero y soltaron golpes sin reservas, pero aunque ambos lograron conectar en varias ocasiones, la mayor constancia de Oralbay marcó la diferencia.

Lenzi, como a menudo le ocurre, tuvo ráfagas de inspiración. Sin embargo, si normalmente le basta con un golpe bien colocado para sorprender al rival, hacerlo más dócil y adueñarse del ritmo del combate, esta vez Oralbay absorbió sus mejores impactos sin inmutarse. El kazajo no retrocedió y siguió atacando en ráfagas, llevándose claramente el primer asalto, como lo reconoció de manera unánime el jurado.

En el segundo asalto, el combate bajó de temperatura: Lenzi reforzó su defensa y logró ensuciar, esquivar y amortiguar más golpes. Sin embargo, su producción ofensiva disminuyó, y Oralbay aprovechó para mantener la iniciativa con firmeza.

Fue un asalto más equilibrado que el anterior, pero una vez más, según quien escribe estas líneas, el kazajo hizo un poco más para llevárselo. Tres de los cinco jueces lo vieron así, mientras que los otros dos favorecieron a Lenzi.

Los boxeadores encararon el tercer y último asalto con estados de ánimo opuestos: Diego sabía que debía buscar el KO y se lanzó al ataque desde el inicio, mientras que Oralbay, consciente de que solo debía contener para asegurar la victoria, adoptó una postura defensiva.

El italiano dominó entonces el primer minuto del asalto, y fue en ese momento cuando se hizo “protagonista” un actor inesperado: el árbitro del combate. Oralbay, aparentemente cansado, bajó la cabeza y se apoyó en su oponente mientras estaban en clinch. El contacto de cabezas —si es que lo hubo— fue mínimo: una infracción leve que apenas merecía una advertencia verbal. Sin embargo, el árbitro sancionó duramente al kazajo con un punto de penalización, devolviendo a Lenzi al combate.

Oralbay no se alteró ni un segundo: se lanzó al ataque e intentó desesperadamente revertir el curso del asalto, pero Diego respondió golpe por golpe, manteniendo parte de la ventaja adquirida en la primera mitad del round. Sin embargo, a falta de pocos segundos para el final, llegó la «compensación»: un nuevo punto de penalización, aún más absurdo que el anterior, esta vez contra Lenzi, por inclinarse hacia adelante (de forma totalmente inocua) durante un clinch.

Pero si Oralbay había reaccionado con auténtica flema británica, el italiano perdió totalmente el control: se rió en la cara del árbitro, le dio la espalda y se sentó en las cuerdas en señal de protesta, obteniendo como único resultado un conteo oficial en su contra.

Lo peor, sin embargo, llegó tras el veredicto, cuando Lenzi se negó a estrechar la mano de Oralbay, como si el kazajo tuviera la más mínima responsabilidad en los hechos, y abandonó el ring discutiendo con el público local y haciendo gestos amplios y teatrales para expresar su rabia.

No sorprende que en Facebook, la cuenta oficial de la Federación Pugilística Italiana, siempre generosa con los elogios desmesurados a nuestros boxeadores, haya conferido «honor» al «grandísimo Lenzi». Pero vale la pena destacar uno de los comentarios, publicado por el ex campeón olímpico y ex campeón mundial Maurizio Stecca, quien con la franqueza que siempre lo ha caracterizado, escribió lo siguiente:

“Faltan el respeto y el comportamiento ético-deportivo. El adversario no tiene nada que ver. Se gana y se pierde. Me sorprende que un militar actúe así.”

Durante meses, varios ilustres comentaristas nos han repetido que las escenitas, las provocaciones, las declaraciones altisonantes y la actitud de “chico malo” de Diego Lenzi formaban parte de una astuta estrategia de marketing, que no hacían ningún daño y que, al contrario, generaban beneficios tanto para el chico como para el movimiento en general por el interés que suscitaban.

La escena a la que asistimos ayer hace tambalear esa tesis de forma rotunda. Al perder completamente la lucidez y el autocontrol, Lenzi pareció esclavo de su propio personaje: un personaje invencible, majestuoso, imparable, destinado —en sus propias palabras— a convertirse en “el mejor boxeador italiano de todos los tiempos”. ¿Cómo justificar entonces una derrota ante Aybek Oralbay ante su vasta base de seguidores si no es evocando complots e injusticias graves, con tal de no reconocer que ha fallado un objetivo?

Lo que se vio sobre el ring de Astaná en los últimos segundos del combate, y más aún en los instantes posteriores, nos perjudica a todos. Perjudica a nuestro movimiento, porque una vez más nos hace quedar en ridículo ante los observadores internacionales. Perjudica a los jóvenes atletas que miran a la selección y tratan de tomar ejemplo de los boxeadores azzurri, jóvenes que desde mañana se sentirán legitimados a reaccionar de forma descompuesta tras cada veredicto adverso. Pero sobre todo, perjudica a Lenzi.

Contrariamente a lo que quiere hacernos creer, Diego todavía tiene mucho camino por recorrer antes de alcanzar ese estatus de fuera de serie que en palabras ya se cree merecedor. Tiene un potencial significativo y muestra destellos de talento que, teniendo en cuenta su edad, hacen pensar en un futuro prometedor, pero aún hay varios aspectos de su boxeo que deben pulirse, reajustarse y fortalecerse para poder destacar.

Solo aceptando las derrotas y aprendiendo de ellas para mejorar, Lenzi podría dar ese salto de calidad necesario para perseguir sus ambiciosos objetivos. Pero no puede hacerlo, porque admitir una debilidad o reconocer un fracaso destruiría el aura de omnipotencia sobre la que ha decidido construir su imagen, quizás siguiendo los consejos de algún “genio” que lo rodea.

Preparémonos entonces para asistir a más lamentos y más pantomimas en sus próximos pasos en falso. El camino para desperdiciar el talento de un joven que podría ser una excelente promesa del boxeo italiano ya está trazado, y quienes hoy lo defienden a capa y espada solo para complacer a sus fanáticos más irracionales y radicales, serán también responsables del desastre.

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