Se hace llamar “Il Magnifico”. Durante años ha profetizado su ascenso triunfal en los rankings del boxeo profesional, presentándose como un salvador de la patria. Elige para su debut profesional a un rival experimentado, peligroso e incómodo, y antes incluso de pelear desafía a otro oponente aún más fuerte y cotizado. Luego sube al ring y cae noqueado en poco más de treinta segundos. La singular parábola de Gabriele Casella es vista por muchos con burla y escarnio; nosotros preferimos tomarla en serio para reflexionar sobre un tema que afecta a muchos otros atletas marcados por un ego hipertrofiado.
Si les falta el contexto, si no saben de quién estamos hablando ni qué dinámicas precedieron la desafortunada entrada de este ambicioso púgil romano en el mundo del boxeo a torso desnudo, pueden hacerse una idea leyendo nuestro artículo de presentación publicado hace pocos días: HAZ CLIC AQUÍ.
Hagamos enseguida una premisa necesaria: caer noqueado no es una deshonra. En el boxeo, como en cualquier otro deporte, se gana y se pierde. El golpe decisivo puede llegar en cualquier momento, a los pocos segundos de sonar la campana inicial o a instantes de la final, y quien lo recibe merece igualmente respeto por haber subido los escalones que llevan al cuadrilátero, aceptando poner en riesgo su propia salud.
Si nos hemos permitido usar la palabra “vergüenza” en el título, no ha sido para burlarnos de un chico que vio romperse en medio minuto las esperanzas que había cultivado durante años. Lo hicimos para subrayar el contraste fortísimo, casi grotesco, entre las palabras, el ruido mediático y la retórica que precedieron este combate y lo que luego ocurrió en el ring.
Alguien podría objetar que Casella simplemente siguió una astuta estrategia de marketing, creando un personaje ficticio para despertar curiosidad, vender entradas y promocionar el evento TAF que tuvo lugar en el PalaTiziano de Roma el sábado por la noche. Nuestra respuesta a esta objeción es que hay motivos fundados para pensar que en realidad “Il Magnifico” creía de verdad ser un fuera de serie.
Si no hubiera sido así, Casella nunca habría elegido a Oulare como su primer rival. Morike es un boxeador duro, físicamente imponente, dotado de ritmo y de agresividad competitiva. Ya había demostrado su peligrosidad venciendo de forma convincente a un púgil válido como Roberto Lizzi. Ha hecho sparring en numerosas ocasiones, sin miedo, con Angelo Morejon, el mejor peso pesado del panorama nacional. Ningún boxeador que no se creyera predestinado lo habría elegido para su debut profesional.
A esta elección, de por sí desconcertante, se suma además la estrategia táctica con la que el púgil romano afrontó el combate, una estrategia que no dudamos en definir como “suicida”. Ninguna fase de estudio, ningún intento de controlar la distancia evitando golpes en frío, ningún respeto por la potencia y la experiencia del rival. Preparados, ya: Casella se lanzó al ataque como un novel Mike Tyson, pagando las consecuencias a un precio altísimo.
De esos pocos segundos de feroz agonismo se desprende toda la falta de preparación de este chico, que subió al ring con unas improbables zapatillas de running, sin estar listo para lo que le esperaba, para lo que podía sucederle, para lo que habría sido sensato hacer para no echar por la borda los sacrificios del entrenamiento.
¿Cómo se explica entonces una discrepancia tan grande entre lo que Gabriele pensaba de sí mismo y lo que emergió de manera despiadada entre las dieciséis cuerdas? Sin duda, el ego desmesurado del muchacho tuvo un papel clave en engañarlo y llevarlo a la trampa, pero las responsabilidades van más allá. Es fácil apostar a que en estos años Casella se rodeó de un gran número de aduladores, dispuestos a reforzar sus sesgos, a hacerlo sentir “Magnífico” con sus halagos y a convencerlo aún más de que podía levantar el mundo con un dedo.
Es típico de quien tiene una autoestima desproporcionada apartar de su vida a quienes dan consejos realistas, a quienes se atreven a criticar y a quienes no están siempre dispuestos a asentir, para buscar en cambio la compañía de los clásicos “yes men”. El protagonista de este artículo no es ni mucho menos el único en haber seguido esta trayectoria: al contrario, incluso ahora mismo en el boxeo italiano hay quienes cometen exactamente los mismos errores.
El resultado está a la vista de todos, pero queremos subrayar que el desastre de Casella no estaba escrito en los astros y que podría haberse evitado o incluso transformado en éxito si el atleta romano hubiera afrontado el boxeo con una actitud menos presuntuosa. “Il Magnifico”, de hecho, tenía cualidades interesantes que debían haberse desarrollado de otro modo.
La final de los campeonatos italianos Élite de 2019 contra Davide Brito, aunque ganada de manera poco brillante, representaba un resultado notable para un boxeador tan verde. Debía interpretarse como un punto de partida, como un estímulo para mejorar realizando aún decenas y decenas de combates exigentes antes de sentirse listo para el gran salto. Alguien, en cambio, lo convenció de que era un punto de llegada, una prueba definitiva de su condición de predestinado y de que seis años después Morike Oulare era para él un obstáculo de poca importancia.
¿Qué será ahora de esos yes men, de esos falsos amigos, de esos aficionados cegados por sus propios prejuicios? Una parte de ellos desaparecerá silbando en la nada, fingiendo no haber subido nunca al carro del Magnífico. Otra parte insistirá en su papel dañino, diciéndole a Casella que la única razón de su derrota fue el golpe ilegal asestado por Oulare cuando estaba en la lona, como si las fases anteriores no hubieran evidenciado ya con absoluta claridad su inadecuación.
No sabemos si Gabriele seguirá escuchando a quienes hasta hoy lo han ilusionado alejándolo de la realidad. Lo que sí sabemos es que lo único verdaderamente “magnífico” de toda esta historia es la lección que todos podemos extraer de ella. En el boxeo, la presunción, la arrogancia y la bravuconería injustificada perjudican a quien las practica, y tener a tu lado a alguien que con franqueza y sinceridad te señale tus límites puede ser tu ancla de salvación.
