Anoche, en el Prudential Center de Newark, en el evento principal de la velada organizada por Top Rank de Bob Arum, Shakur Stevenson (22-0-0, 10 KO) defendió con una facilidad irrisoria su título mundial WBC de peso ligero contra el retador alemán de origen armenio Artem Harutyunyan (12-2-0, 7 KO). La superioridad de Stevenson nunca estuvo en duda, como lo evidencian los puntajes finales: 116 a 112, 118 a 110, 119 a 109, todos a su favor. Sin embargo, no todos apreciaron la actuación del estadounidense debido a su costumbre de hacer lo mínimo indispensable para ganar los asaltos, sin intentar emocionar al público.
Como decía el gran George Foreman, «El boxeo es como el jazz, cuanto mejor es, menos gente lo aprecia». Al gran público le encantan los guerreros intrépidos que atacan sin descanso, sin dar nunca un paso atrás, aceptan recibir golpes duros y buscan continuamente el intercambio furioso. Sin embargo, estos boxeadores a menudo cometen errores, descuidan la defensa y se vuelven vulnerables, haciendo que el combate sea incierto y lleno de giros inesperados, justo como le gusta a la gente. Shakur Stevenson es exactamente lo opuesto a esta descripción: el estadounidense no arriesga un golpe si no está seguro de que dará en el blanco, cuida la defensa de manera maniática y no se desvía de su guion independientemente de los murmullos de desaprobación provenientes de las gradas.
En el combate de anoche, esta actitud fue adoptada por el campeón de manera particularmente evidente durante los primeros cuatro asaltos, cuando giraba en círculos limitando al mínimo las salidas ofensivas y conformándose con hacer fallar con increíble naturalidad la gran mayoría de los golpes del voluntarioso retador. A pesar de la ausencia de acción, a los ojos de los jueces resaltaban las esquivas milimétricas de Shakur, opuestas a los continuos intentos vanos de Harutyunyan por golpearlo.
A partir del quinto asalto, sin embargo, Stevenson cambió su estrategia táctica, quedándose mucho más cerca del rival y desafiándolo en un terreno aparentemente favorable para él. Esto no alteró las dinámicas del combate, de hecho, hizo la superioridad del campeón aún más clara y evidente. Harutyunyan no lograba conectar golpes limpios ni siquiera estando extremadamente cerca del rival, que neutralizaba sus ataques con movimientos del tronco y de la cabeza y con el uso inteligente de los brazos.
Si al principio un juez extremadamente generoso con el retador podría haberle dado uno o dos asaltos por mera preferencia estilística, desde que Stevenson cambió de marcha, al pugilista armenio-alemán no le quedaron ni las migajas. El campeón no hizo fuegos artificiales, limitándose a combinaciones de dos o como máximo tres golpes para luego volver siempre compuesto a la guardia, pero realizó constantemente el trabajo de mayor calidad, incrementando su ventaja en cada asalto y terminando el combate sin siquiera una marca en el rostro.
La decisión unánime de los jueces era inevitable, aunque es bastante misterioso cómo la jueza Lynne Carter logró darle cuatro asaltos a Harutyunyan. Quien escribe solo le dio uno, llegando a una puntuación final de 119 a 109. Stevenson puede no gustar a todos y eso es naturalmente legítimo, pero su capacidad para anular completamente el boxeo de quien tiene enfrente tiene pocos iguales en el mundo. Solo queda verlo en acción contra los pesos ligeros más fuertes del planeta para descubrir si ellos también se mostrarán impotentes ante su defensa suprema. Desde Lomachenko y Davis hasta Zepeda, ciertamente no faltan grandes nombres para enfrentarlo.