El histórico combate del 4 de julio de 1910 entre Jack Johnson, primer campeón mundial negro en la historia de los pesos pesados, y James J Jeffries, ex campeón blanco que salió de su retiro para destronar al “usurpador”, siempre viene a la mente de los aficionados a la historia del boxeo cuando las delicadas temáticas de la convivencia multirracial en Estados Unidos se ponen de relieve. A 114 años exactos de su realización, hemos decidido contarles ese combate épico.
El racismo desbordante y la afrenta por vengar
Si hoy la sociedad estadounidense puede parecer impregnada de prejuicios raciales, la situación era mucho peor hace un siglo. A principios del 1900, el odio hacia la población negra no solo involucraba a las clases sociales menos instruidas, sino que era increíblemente transversal en la mayoría blanca. Por lo tanto, cuando en julio de 1908 Johnson cruzó la llamada «línea de color» venciendo por nocaut al blanco Tommy Burns y se coronó campeón mundial de los pesados, la indignación fue generalizada. Se piensa que Jack London, escritor de fama mundial y autor de varias obras maestras literarias, comentó el hecho con las siguientes palabras: «Ahora solo queda una cosa por hacer, Jim Jeffries debe salir de su granja y borrar esa sonrisa dorada de la cara de Jack Johnson. Jeff, depende de ti. El hombre blanco debe ser vengado». Jeffries, invicto en el ring pero inactivo desde 1904, se había retirado a la vida privada y, según algunos testimonios, había llegado a pesar más de 130 kilos, pero la presión popular le obligó a ponerse en forma para tratar de reconquistar el trono.
Desde el sótano de un salón hasta Nevada: el «combate del siglo» encuentra su sede
No todos saben que la primera sede donde Johnson y Jeffries podrían haberse enfrentado fue el sótano del salón administrado por el boxeador blanco. Era 1903 y Johnson acababa de conquistar el mundial «Colored» de los pesados, pero no contento con ese reconocimiento parcial, fue a visitar al «verdadero» campeón en su local para pedirle una oportunidad. Según se ha transmitido, Jeffries le dijo: «No te enfrentaré en el ring porque no tienes un nombre conocido y no atraeríamos gente. Pero bajaré al sótano contigo y cerraré la puerta con llave desde dentro. El que salga con la llave será el campeón». Después de darse cuenta de que su rival no estaba bromeando, Johnson se limitó a darle la espalda y se marchó. Siete años más tarde, el verdadero desafío debía realizarse en San Francisco, pero el gobernador de California, James Gillett, a solo tres semanas de la fecha prevista, cedió a las presiones de grupos religiosos que pedían la abolición del boxeo por razones morales, y así se construyó una arena especialmente en Nevada, en la ciudad de Reno, donde se congregaron poco menos de 16,000 espectadores.
La teoría del complot: ¿un acuerdo roto en el último momento?
Existen algunas teorías conspirativas según las cuales Johnson había sido convencido en un primer momento de amañar el combate dejando la victoria a Jeffries, pero luego cambió de idea y decidió luchar en serio. Entre otros, lo sostuvieron el histórico periodista y escritor Bert Sugar y el boxeador Ed «Gunboat» Smith, quien había disputado una pelea de exhibición con Johnson un año antes. Sugar contó que el boxeador negro había decidido arruinar los pactos después del cambio de sede de California a Nevada, mientras que Smith afirmó que la decisión fue comunicada a Jeffries incluso la noche antes del combate, tanto que el retador no pudo dormir por la tensión. Estas teorías nunca han sido probadas y hoy es imposible determinar con certeza su veracidad. Para hacer el misterio aún más denso, la extraña negociación que hubo para la distribución de las bolsas: en un primer momento se había establecido que el ganador tendría derecho al 75% de los ingresos, pero a solo 5 días del encuentro, Johnson propuso dividir equitativamente las ganancias independientemente del resultado. Jeffries finalmente consintió una distribución de 60 a 40 a favor del ganador.
¡Jack Johnson se mantiene en la cima del mundo!
El árbitro y único juez del encuentro fue el propio promotor del evento, Tex Richard. Este último había propuesto la delicada tarea a algunas personalidades importantes, desde el célebre escritor Arthur Conan Doyle hasta el Presidente de los Estados Unidos William Howard Taft, pero los rechazos recibidos lo habían convencido de actuar en persona. El combate, previsto a la distancia máxima de 45 asaltos y ganado por nocaut por Johnson en 15 asaltos, nos ha llegado en forma de amplios fragmentos que, a pesar de la calidad de video modesta, nos permiten hacernos una idea de los acontecimientos. Era un boxeo muy diferente del moderno, caracterizado por frecuentes e interminables fases de clinch nunca interrumpidas por el árbitro y, a nuestros ojos, aburrido y difícil de interpretar. No obstante, la superior fuerza física y la mayor reactividad de Johnson al liberar los brazos y causar daño son evidentes incluso para un espectador moderno. Los tres derribos con los que el «Gigante de Galveston» cerró la contienda fueron logrados en rápida sucesión, también gracias a las reglas que permitían a un boxeador permanecer junto al rival durante el conteo para golpearlo tan pronto como se levantara del suelo.
De las reacciones furiosas al nuevo comienzo
Como a menudo sucede, la reacción inmediata de Jeffries a su dolorosa derrota fue la más genuina y sincera: «Nunca podría haber vencido a Johnson, ni siquiera cuando estaba en mi mejor momento. No podría haberlo golpeado. No lo alcanzaría ni en mil años». Estas loables palabras de admiración, que luego Jeffries se retractaría en su autobiografía de 1929, en la que lanzó acusaciones improbables a un desconocido miembro de su equipo que supuestamente lo habría drogado antes del combate, no fueron suficientes para calmar los ánimos de la gente. La derrota del ídolo de los blancos de América desató disturbios, peleas y desórdenes en toda la nación, tanto que una decena de personas perdió la vida en los enfrentamientos. La tensión creció tanto que muchos alcaldes y gobernadores prohibieron la transmisión de la película del combate en los teatros de sus ciudades y, dos años después, el congreso estadounidense incluso promulgó una ley, que permaneció en vigor durante casi treinta años, para impedir el transporte de las películas que contenían combates de boxeo de un estado a otro. Ese día se había dado un paso fundamental para la inclusión de los atletas negros estadounidenses en el boxeo de élite, pero aún pasarían muchos años antes de que blancos y negros tuvieran las mismas oportunidades de destacarse en el mundo del boxeo. Pesos pesados negros de gran valor como Sam Langford y Harry Wills nunca tuvieron su oportunidad por el título mundial, y solo el largo y glorioso reinado de Joe Louis permitió finalmente llegar a una especie de reconciliación y dar vida a un nuevo comienzo.