En el boxeo, como en cualquier otro deporte, llegar a coronarse campeón del mundo es una hazaña extremadamente difícil. Aún más difícil, sin embargo, es mantener ese estatus durante años, acumulando defensa tras defensa contra todo tipo de rivales, siendo a menudo considerado un outsider por los expertos. Para seguir ganando con el paso del tiempo, de hecho, además del talento se necesita una gran profesionalidad, espíritu de sacrificio y una fuerza mental inquebrantable, todas características que permitieron a Gianfranco Rosi convertirse en uno de los boxeadores más exitosos de la historia del boxeo italiano.
Al hablar de la larga y apasionante carrera del superwélter de Perugia, lo que más impresiona son las cifras: 6 victorias válidas por el título de Italia, 4 por el Europeo, pero sobre todo 13 triunfos en combates válidos por un cinturón mundial, primero del CMB y luego de la FIB. Todo ello sin contar la conquista del título de la OMB, posteriormente revocado por un controvertido caso de dopaje, a pesar de que la investigación correspondiente demostró la absoluta buena fe del púgil.
Rosi pisó los rings profesionales durante nada menos que 27 años, dándose una satisfacción tras otra y ganando a menudo incluso frente al escepticismo general. Su estilo inusual, carente de golpe definitivo pero basado principalmente en el sentido del tiempo, la velocidad y la astucia, no convencía a los puristas y lo condenaba a un rol perpetuo de outsider. No faltaron los tropiezos, pero a diferencia de otros atletas que se hundieron psicológicamente al primer obstáculo, el campeón de Umbría logró levantarse tras las duras derrotas antes del límite sufridas a manos de los feroces pegadores Lloyd Honeyghan y Donald Curry, y lo hizo impulsándose hacia nuevas hazañas récord.
El día de su 68º cumpleaños contacté a Rosi para felicitarlo y para pedirle permiso para volver a publicar esta entrevista que le hice hace algunos años, en la que repasamos algunos momentos cruciales de su largo recorrido entre las dieciséis cuerdas.
Su primer título como profesional fue el campeonato italiano del peso wélter, conquistado ante el temible Giuseppe Di Padova pese a su menor experiencia. ¿Cuánto influyó el público encendido de Perugia en esa arrolladora victoria?
Sobre el papel, Di Padova era más fuerte que yo, también porque tenía más experiencia y estaba muy bien dotado físicamente. Yo estaba en fase de crecimiento, en un momento de desarrollo tanto físico como boxístico, y por eso puedo decir que aquella noche logré mi primera pequeña obra maestra: gané claramente, incluso por abandono, y fue una victoria muy significativa. El público fue importante porque peleamos en el Quasar de Perugia, una gran discoteca que en aquel entonces tenía mucha relevancia y que esa noche estaba repleta de hinchas perusinos. Todos los aspectos de aquella primera noche victoriosa contribuyeron a formar un gran cóctel de éxito.
Su racha de victorias, que le permitió ceñirse también el cinturón europeo tras el italiano, se interrumpió bruscamente con un duro KO sufrido a manos de Honeyghan…
La derrota contra Honeyghan llegó en una fase en la que yo tenía la ambición de enfrentarme a todos los boxeadores: era por tanto un paso necesario. Se sabía que Honeyghan era un boxeador muy fuerte físicamente, pero yo tenía de mi parte una gran técnica y una experiencia bastante amplia. Fue un combate algo particular que sin duda ellos prepararon bien: no por casualidad él lanzó un derechazo demoledor que recibí de lleno y que aún recuerdo… Ante un golpe así, muy pocos logran mantenerse en pie, y de hecho luego la potencia de Honeyghan se manifestó también a nivel mundial. Era un boxeador muy potente y conmigo, en esa ocasión, demostró plenamente esa cualidad suya.
Después de ese tropiezo, muchos lo daban por perdedor ante el inglés Chris Pyatt, tanto que el comentarista de la RAI, Paolo Rosi, hablaba poco antes del inicio de una “misión casi imposible”. ¿Cuál fue la clave para desactivar al peligroso púgil británico y reconquistar el título europeo en la nueva categoría del superwélter?
Está claro que tras la derrota por el título europeo contra Honeyghan —que podía ocurrir, porque las primeras experiencias siempre tienen interrogantes—, para mí la victoria ante Pyatt se volvió fundamental, aunque se sabía que él también era un boxeador potente. De hecho, yo siempre me he enfrentado a boxeadores mucho más potentes que yo, pero tenía a mi favor un poco más de experiencia y, sobre todo, muchas ganas de reafirmarme. Cuando me dieron esa oportunidad en Perugia, no puedo decir que estuviera completamente convencido de ganar, porque la certeza absoluta nunca existe, pero sí sabía que estaba en gran forma. Empecé con el freno de mano echado porque no quería gastar demasiadas energías: contra los pegadores hay que mantener el estado físico y mental al máximo, porque en el momento oportuno hay que sacarlo todo. Pero luego hice un gran combate, una victoria clara, aplastante, que me dio aún más impulso para el futuro.
El sueño de toda una vida volvió a hacerse realidad en Perugia, donde venció al fortísimo Lupe Aquino y conquistó el título mundial del CMB, una vez más partiendo como no favorito. A pesar de haber dominado gran parte del combate, dos tarjetas solo le otorgaron un punto de ventaja. ¿Podemos decir que aquella noche fue más fuerte incluso que los juegos de poder?
Creo que en nuestro deporte las sorpresas no faltan, nunca han faltado y nunca faltarán. Cuando un boxeador tiene que conquistar algo, no digo que deba arrasar, pero sin duda debe imponerse con claridad. Mi victoria fue clara y progresiva: en los últimos asaltos, cuando quizás ya podía moverme por el ring sin lanzar golpes y ahorrar energías, decidí seguir atacando con más decisión. Pero para entonces el título ya estaba en mis manos, no había duda. Tal vez los jueces no quisieron arriesgar demasiado, así que me dieron la victoria con una diferencia “mínima”. De todos modos, lo importante era ganar y ofrecer la actuación que ofrecí. Fue una alegría enorme: fui el primer boxeador de Umbría en ganar un mundial, en casa, en un contexto como ese… en fin, un gran éxito. Siempre me he enfrentado a rivales que, sobre el papel, eran mucho más fuertes y considerados favoritos para la victoria, pero yo sabía que sobre el ring es el propio atleta quien cambia todas las reglas del juego, así que siempre confié en mis posibilidades. Además, daba lo mejor de mí cuando me consideraban en desventaja.
Después de perder el título a manos del gran campeón Donald Curry, se vio obligado a viajar a Estados Unidos para intentar reconquistar el campeonato mundial. En juego estaba el cinturón de la FIB y su rival, Darrin Van Horn, contaba con 40 victorias en 40 combates. ¿Qué recuerda con más fuerza de aquella extraordinaria y victoriosa experiencia en tierras americanas?
Les cuento algunas anécdotas divertidas. Los estadounidenses son maestros en provocar a un atleta y ponerlo en una posición incómoda. Desde que llegamos, me trataron como a la víctima predestinada, así presentaban ellos esa pelea. Al día siguiente de nuestra llegada fuimos al Trump Castle, que pertenecía al actual Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump: él era el organizador del evento. Entramos en una sala enorme, con quince o veinte pantallas gigantes que mostraban todos los nocauts de Van Horn para hacernos sentir en desventaja. Luego presentaron la pelea y me llamaron a mí; yo podía decir poco, hoy hablo algo más de inglés, pero en aquella época no demasiado. Así que me había hecho una camiseta con mi cara en el frente y la frase “A ti te pensaré mañana”, traducida al inglés. Cuando le regalamos esa camiseta, los estadounidenses se quedaron sorprendidos; ellos, que son famosos por las sorpresas, esa vez fueron sorprendidos. Seguro pensaron: “¿Y este qué pretende hacer?” Fue una situación graciosa, pero indudablemente el panorama deportivo no parecía favorable, porque contra Van Horn los corredores de apuestas me daban como perdedor 20 a 1. Se sentía un aire de derrota incluso antes de empezar. La obra maestra que luego realicé sobre el ring, más que en otras ocasiones, fue planeada con precisión, porque solo podía vencer a Van Horn de la manera en que lo enfrenté. Yo no soy un noqueador y no podía meterme a intercambiar golpes, así que preparamos una combinación de gancho de izquierda y recto de derecha, y precisamente con esa arma lo golpeé en el primer asalto, lo mandé a la lona y le hice entender cómo venía la noche. Yo quería ganar por KO, pero estábamos en el primer asalto y sabía que quedaban once más… Sobre todo a partir del quinto, fue una pelea de un solo lado; incluso un juez luego me dijo que no quiso darme más puntos porque habría tenido que asignarle cero asaltos a Van Horn, lo que muestra cuán clara fue mi victoria. Fue una obra maestra nacida en el gimnasio, aunque claro, repetirla sobre el ring nunca es fácil.
Los dos combates contra el complicado francés Gilbert Delé demostraron una vez más su carácter. Muchos dijeron que el veredicto de la primera pelea, celebrada en Montecarlo, fue un poco generoso con usted, pero en la revancha disputada en Francia su táctica netamente ofensiva dejó a todos boquiabiertos y le permitió obtener una victoria muy merecida. ¿Qué cambió entre el primer y el segundo enfrentamiento?
Para ganar un título mundial, el retador debe poner algo más sobre el ring para demostrar que merece arrebatarle el cinturón al campeón. La pelea en Montecarlo no fue un gran combate, siempre lo he dicho, mis condiciones no eran las mejores: no digo que estuviera al 50%, pero tampoco al 100% ni al 90. Esto sin duda dejó un sabor amargo en quienes pensaban que yo tenía la obligación de arrasar. Pero en el boxeo no hace falta arrasar, basta con ganar. En la parte final del combate, Delé recibió varios golpes; también yo sentí un par que fueron duros, lo recuerdo, pero siempre me recuperé y mantuve la lucidez. Esa es una pelea que, aunque fuera solo por un punto, creo que gané. En cualquier caso, le dimos la revancha como ellos quisieron, cuando quisieron: estuvimos a su disposición para demostrar que yo no tenía problema en ir a Francia. Fui allí e hice una pelea de autoridad, como diciendo: “Yo soy el campeón, y si quieres ganar el mundial, tendrás que derrotarme”. Mi condición física y mental era óptima, así que fue un combate espectacular durante el cual también recibí algunos golpes, porque me lancé con determinación al ataque para no permitirle boxear a su manera. Fue realmente una gran actuación.
¿Quiere añadir algo para nuestros lectores?
Muchos me preguntan: “¿Pero tú pensabas que en tu vida harías todo esto?” Todos tenemos sueños en la vida, algunos en el deporte, otros en el trabajo; pero sinceramente, mi sueño era abrir un bar grande y bonito en Perugia. Era uno de esos sueños que se tienen de niño. Luego un día entré a aquel gimnasio y desde allí cambió toda mi perspectiva. Así que recuerden siempre que la vida nos reserva sorpresas realmente grandes: yo puedo decir que tuve una que, creo, fue más allá de cualquier posible previsión. Y lo que he hecho por mi deporte me llena de orgullo, porque en el boxeo descubrí un mundo maravilloso.