Ha muerto George Foreman. El boxeo llora a su gigante bueno

Una profunda tristeza ha invadido en estas horas a todos los aficionados al boxeo en cada rincón del planeta. La noticia, difundida por la familia a través de una publicación en Instagram, ha corrido rápidamente por los periódicos y las redes sociales, dejando a todos atónitos y desolados: «Ha muerto George Foreman, Big George nos ha dejado.» El fenomenal pegador tejano, considerado por los expertos como uno de los mejores pesos pesados de todos los tiempos, tenía 76 años y falleció en su querida Houston, rodeado del amor de sus seres queridos. Para rendirle un digno homenaje a este gigante bueno que tanto dio al Arte Noble, hoy recordamos los hitos de su inolvidable carrera deportiva.

De una infancia difícil al oro olímpico

Criado en una familia pobre junto a seis hermanos y hermanas, George acumuló dificultades y frustraciones desde sus primeros años de vida, tanto por la precariedad económica de su hogar como por la ausencia de una figura paterna. Creció sin conocer a su padre biológico, mientras que el hombre cuyo apellido llevaba abandonó a su madre cuando él tenía apenas cinco años. Su adolescencia estuvo marcada por pequeños delitos, malas compañías y numerosas peleas callejeras, hasta que su vida tomó un giro decisivo al ingresar en los llamados Job Corps, programas de formación laboral. Allí fue descubierto por su imponente físico y su tendencia a resolver los problemas con los puños, lo que finalmente lo llevó al mundo del boxeo, donde alcanzaría la gloria.

Su trayectoria como aficionado fue breve pero intensa: apenas 26 combates, con 22 victorias y un histórico oro olímpico en los Juegos de Ciudad de México 1968. De aquella edición se cuenta una anécdota curiosa sobre nuestro compatriota Giorgio Bambini, quien fue noqueado por Foreman en semifinales: se dice que los hombres de su esquina lo animaban a levantarse tras la caída, a lo que él respondió: «¿Están locos? ¡Ese tipo me mata!» Aunque Bambini desmintió categóricamente esta historia, el simple hecho de que muchos la consideraran creíble refleja la reputación de destructor que Big George ya tenía entre el público en aquella época.

Foreman el bruto: de nocaut en nocaut hasta la gloria mundial

Una de las pocas ocasiones en las que el joven George mostró verdadera felicidad frente a las cámaras fue al ganar la medalla de oro olímpica. Tras noquear al soviético Ionas Chepulis, Foreman celebró con entusiasmo, agitando una pequeña bandera estadounidense y saltando de alegría sobre el ring como un niño. Sin embargo, la feroz crítica que recibió de la comunidad afroamericana en su país, que consideró inapropiado su patriotismo en un momento de fuertes tensiones sociales, lo endureció aún más, convirtiéndolo en lo que algunos de sus conocidos recordarían más tarde como «el hombre que nunca sonreía.»

Rechazado por el gran público pero aparentemente indiferente a ello, Foreman ascendió rápidamente en los rankings y se apoderó del tan ansiado título mundial de manera arrolladora. El célebre y popular Joe Frazier, considerado el hombre más fuerte del planeta tras su espectacular victoria sobre un renacido Muhammad Ali, fue demolido en solo dos asaltos con seis caídas. Sus siguientes retadores, José Roman y Ken Norton, corrieron la misma suerte. Big George parecía realmente una máquina invencible.

The Rumble in the Jungle: la derrota dolorosa y el colapso motivacional

Ríos de tinta se han escrito sobre la histórica debacle que sufrió Foreman en el entonces Zaire, hoy República Democrática del Congo, donde la obra maestra táctica de Muhammad Ali le infligió su primera e inesperada derrota como profesional. La dificultad para aceptar el veredicto del ring contribuyó a sumir a George en un estado de profunda fragilidad emocional.

Muchos años después, un Foreman más maduro y sereno admitiría: «Después de aquella pelea, estaba amargado y busqué mil excusas: dije que las cuerdas estaban flojas, que el conteo fue demasiado rápido, que una herida afectó mi preparación, que me habían drogado. Lo único que debía haber dicho era que ganó el mejor, pero nunca había perdido y no sabía cómo perder.»

La amargura afectó tanto a Foreman que terminó afectando su rendimiento en los entrenamientos. Aunque seguía ganando por nocaut, el Foreman de las peleas posteriores se veía apático y desmotivado, más vulnerable y estático de lo habitual. Esto quedó especialmente en evidencia en su increíble y caótica guerra contra Ron Lyle, un combate tan brutal que el exboxeador italiano Aldo Spoldi lo describió así: «He mandado a la lona a muchos rivales, pero los golpes que intercambiaron esos dos me asustaron hasta a mí.»

La crisis mística, el retiro y la metamorfosis

El destino ya estaba escrito. Tan pronto como Foreman se encontró frente a un boxeador atípico, poco dispuesto al intercambio frontal y capaz de obligarlo a un combate desgastante y frustrante, su pobre estado físico quedó en evidencia. Ese rival era el escurridizo Jimmy Young, quien logró neutralizar los golpes desordenados del excampeón y hasta lo derribó en el duodécimo y último asalto, cuando Big George ya estaba exhausto y desorientado.

De regreso en los vestuarios, Foreman creyó tener una visión mística que su equipo atribuyó posteriormente a alucinaciones causadas por el calor sofocante y la deshidratación. Afirmó haber visto a Cristo entrar en su cuerpo para purificarlo y convertirlo en un hombre nuevo. Fue entonces cuando decidió retirarse del boxeo y convertirse en ministro religioso. Aquel destructor temible, siempre serio y sombrío, dio paso a una figura radicalmente transformada, un hombre sereno, en paz con el mundo y dedicado a hacer el bien.

La hazaña legendaria: regreso y triunfo mundial

Cuando, después de diez años alejado del ring, George Foreman anunció públicamente su intención de volver y recuperar el título mundial, pocos lo tomaron en serio. Se pensó que era solo una estrategia comercial sin verdadero interés deportivo, destinada a financiar el centro de ayuda para jóvenes en situación de riesgo que había fundado en Houston. Sin embargo, el excampeón ignoró las críticas y, aunque al principio enfrentó a rivales de segunda línea, demostró que su pegada seguía intacta, noqueándolos uno tras otro como si fueran bolos. Pronto, su nombre comenzó a sonar como posible retador al título mundial.

Tuvo dos oportunidades para completar su épica misión, pero en ambas, a pesar de combates valientes e intensos, fue superado por la frescura y el ritmo de los campeones: primero Evander Holyfield y luego Tommy Morrison lo derrotaron por decisión, aunque no sin dificultades. Finalmente, en noviembre de 1994, le llegó el turno a Michael Moorer, quien, tras sorprender al destronar a Holyfield, se había convertido en el nuevo campeón lineal de los pesos pesados. Big George, con casi 46 años, tenía su última oportunidad de conmocionar al mundo.

Durante gran parte del combate, Foreman lució opaco y a merced de la velocidad de manos del campeón. Pero Moorer pecó de arrogancia: no se conformaba con ganar y, a pesar de su cómoda ventaja en las tarjetas, seguía plantado frente al peligroso retador, intercambiando golpes. Poco a poco, Big George encontró la distancia para soltar el derechazo más importante de su vida y… ¡BUM! En el décimo asalto, Moorer se desplomó estrepitosamente.

Los gritos incrédulos de los comentaristas de HBO («¡Ha sucedido! ¡Ha sucedido!»), Foreman arrodillado en oración en su esquina y, sobre todo, el público en éxtasis por el triunfo de un hombre que ya se había ganado el cariño de todos, son imágenes que todavía hoy ponen la piel de gallina.

La vida de George Foreman escribió muchas otras páginas, desde sus exitosas aventuras empresariales hasta su trabajo como comentarista de televisión. Pero hoy, en el día de su triste partida, queremos recordarlo sobre todo por lo que hizo dentro de las dieciséis cuerdas. En ese mágico cuadrilátero que tanto da y tanto quita, tras haber descargado su furia en la juventud, un hombre cambiado en cuerpo y alma encontró las mayores alegrías gracias al cariño y al apoyo de la gente.

Descansa en paz, Big George.

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