El 25 de noviembre de 1980, en el Superdome de Nueva Orleans, “Sugar” Ray Leonard recuperó el cinturón WBC del peso wélter al propinarle al legendario Roberto Durán una derrota tan sorprendente como humillante. Lo que dejó boquiabiertos a los cerca de 25.000 espectadores presentes no fue tanto el resultado en sí, sino el modo en que se produjo: un desconcertante abandono del campeón del mundo en plena acción. A 45 años exactos de aquel episodio histórico, analizamos su desarrollo y sus entresijos.
El riesgo de sentirse invencible: Roberto Durán y los kilos de más
El extraordinario primer combate de Montreal —por su intensidad, calidad y equilibrio uno de los más grandes de la historia del boxeo— dejó a Durán con la sensación de ser invencible.
El panameño cayó en un estilo de vida disoluto y, según su mánager de toda la vida Carlos Eleta, llegó a pesar 183 libras antes de iniciar la preparación para la revancha. Volver a ponerse en forma no fue tarea sencilla: según su entrenador asistente Freddie Brown, dos semanas antes del combate Manos de Piedra marcaba todavía 160 libras —el límite del peso medio.
No sorprende, entonces, que tras el pesaje oficial Durán ingiriera una gran cantidad de líquidos para rehidratar un cuerpo prácticamente agotado. La tesis de Eleta según la cual el campeón habría usado diuréticos en los días previos al pesaje fue siempre negada tanto por Durán como por su médico personal Orlando Nunez.
Terco pero versátil: la doble naturaleza de Ray Leonard
Después de su ajustada derrota en Canadá, Ray Leonard se separó de su mentor histórico Dave Jacobs, quien lo había entrenado en el amateurismo y había permanecido a su lado como entrenador asistente en el profesionalismo. Jacobs le aconsejó hacer un par de peleas de regreso antes de buscar la revancha contra Durán, pero Leonard —decidido a vengarse cuanto antes— rechazó la idea, lo que llevó a Jacobs a presentar su renuncia.
A pesar de su terquedad al querer seguir su propio instinto, la superestrella estadounidense estaba dispuesta a dejarse moldear por su brillante entrenador Angelo Dundee para no repetir los errores que le habían hecho perder el título.
Dundee sostenía firmemente que Leonard había caído en el juego de su rival al aceptar el intercambio feroz, permitiendo que Durán se engrandeciera en ese combate salvaje, especialmente en los primeros asaltos. Preparó entonces una estrategia alternativa basada en la movilidad constante, la paciencia y el contragolpe.
No Más
Quien hubiese visto la primera pelea habría tenido dificultades para reconocer a los dos boxeadores durante los asaltos iniciales de la revancha. Aquellos guerreros que en Montreal se lanzaron al centro del ring desde el primer golpe, intercambiando castigo con ferocidad inaudita, ahora se mostraban cautos, respetándose y estudiándose.
Leonard seguía con precisión su plan táctico: sacar a Durán de su terreno, neutralizar su peligro inicial y cocinarlo a fuego lento. Mucho menos comprensible era la actitud de Durán, aparentemente apagado y poco reactivo, cazado con facilidad al contragolpe cada vez que intentaba tomar la iniciativa.
Incluso cuando el panameño trató de imponer su estilo en el tercer y cuarto asalto, atacando y empujando a Leonard hacia las cuerdas, no obtuvo grandes resultados y volvió poco a poco al centro del ring sin ideas, como un felino privado de sus garras.
Leonard no aceleró de inmediato, aún desconfiado de un rival cuyo poder había sentido en plenitud cinco meses antes. Pero con el paso de los minutos entendió que podía tomar el mando, y en el séptimo asalto inició su show personal hecho de muecas, bailes, provocaciones y brazos agitados teatralmente.
Contrario a lo que a veces se cuenta, Durán no abandonó durante estas provocaciones. Leonard volvió a pelear con máxima seriedad en el octavo asalto y conectó varios golpes duros. Fue solo entonces —según la versión oficial— cuando el campeón habría pronunciado las palabras más famosas jamás dichas arriba de un ring: el célebre “No más”.
La frase incriminada y las razones del misterioso abandono
El uso del condicional es obligatorio, porque Durán nunca ha confirmado haber pronunciado esas palabras, que sin embargo han quedado unidas al combate en la memoria colectiva. Por el contrario, siempre ha negado ese episodio. Quien lo contó a la prensa fue el árbitro Octavio Meyran, que ha reafirmado su versión cada vez que se le ha preguntado.
Más que la veracidad de la frase, el gran tema de debate han sido las supuestas razones del inesperado abandono. Curiosamente, el primer rumor a pie de ring tras la caótica detención afirmaba que Durán no habría entendido correctamente una indicación del árbitro, una explicación que se descartó rápidamente. Minutos más tarde, José Sulaimán, entonces presidente del WBC, afirmó que Durán le confesó haberse retirado por una lesión en el hombro.
Lo que el ya ex campeón comunicó oficialmente a los medios fue que tuvo que abandonar debido a calambres estomacales, probablemente causados por haber comido demasiado tras el pesaje. Durán siempre ha defendido esta versión, y el propio Leonard —viendo que el panameño nunca rectificaba, ni con los años— terminó por creerle.
No todos aceptaron la explicación. Carlos Eleta negó rotundamente que la comida previa al combate hubiera sido más abundante de lo habitual, mientras Fabio Matos —amigo cercano de Durán y presente con él a pie de ring— reveló posteriormente que, ya en el hotel, Durán le confesó haber dicho basta porque estaba siendo humillado y no lograba hacer nada.
Las incógnitas que rodean esta gran pelea del pasado quedarán siempre abiertas. Lo que sí parece evidente para los observadores es que, mientras Leonard mostraba una confianza y una seguridad en sí mismo infinitamente mayores que en el primer combate, Roberto Durán no parecía poseer el mismo hambre ni la misma furia competitiva que caracterizaron tantos momentos de su gloriosa carrera. Cómo habría sido la pelea con un Durán en plena forma seguirá siendo materia de opinión.
