Fabio Wardley lo ha hecho otra vez. En desventaja en las tarjetas y con el combate encaminado hacia su desenlace, el peso pesado británico encontró una vez más en su potencia el ingrediente mágico para darle la vuelta a todo y salir victorioso. En la O2 Arena de Londres, el favorito de la víspera, Joseph Parker, fue detenido por el árbitro Howard Foster en el undécimo asalto. El nocaut técnico —bastante controvertido— interrumpió la pelea cuando las puntuaciones oficiales marcaban 98–92 para Parker, 96–94 para Parker y 95–95.
En los días previos, muchos se preguntaban qué estrategia táctica adoptaría Parker ante un pegador limitado pero letal como Wardley para neutralizar sus puntos fuertes y sacar provecho de ellos. Finalmente, entre la conducta prudente mostrada ante Zhilei Zhang y la actitud hiperagresiva exhibida frente a Deontay Wilder, el neozelandés optó por un camino intermedio. El discípulo de Andy Lee tomó el centro del ring y la iniciativa, pero lo hizo con una presión calculada, avanzando con pasos cortos y sin lanzarse sobre su rival para anular la distancia ni imponer sus kilos de ventaja.
Una táctica aparentemente arriesgada, que dejaba a Wardley espacio para accionar sus golpes demoledores, pero que en el primer asalto pareció funcionar: Parker ganó brillantemente la batalla del jab y cerró la ronda con un excelente ataque a dos manos. Sin embargo, el púgil local dejó claro muy pronto que no había subido al ring para ser espectador. En el segundo asalto, un violento derechazo a la sien sacudió a Parker, que tuvo que refugiarse en la esquina, donde recibió una granizada de golpes potentes. La caída del protector bucal —quizás no del todo accidental— resultó providencial para el neozelandés, que pudo recuperar el aire y concluir el episodio.
Quizás estimulado por un gran derechazo en los primeros segundos del tercer asalto, Parker no abandonó su planteamiento inicial y siguió avanzando, sin preocuparse de que ello permitiera a Wardley, más rápido y explosivo, encontrar huecos para sus golpes de contragolpe. Poco a poco, el oceánico logró enderezar la situación y retomar el control del combate, disputando en el quinto asalto uno de sus mejores parciales.
Durante la fase central del encuentro, Wardley se mostró paciente, confiando en ráfagas esporádicas, probablemente convencido de que podría encontrar de repente la apertura correcta como ya le había ocurrido en el segundo asalto. Sin embargo, con el paso de los minutos, él y su esquina debieron darse cuenta de que al dejar sistemáticamente la iniciativa al rival estaban perdiendo demasiados puntos y decidieron cambiar el rumbo.
A partir del séptimo asalto, el púgil de Ipswich se mostró más animado y propositivo, aunque con poca precisión e imprevisibilidad. Los intentos del rival por subir el ritmo le permitieron a Parker hacer lo contrario: el neozelandés aprovechó los ataques previsibles de Wardley para hacerlo fallar con frecuencia, reducir su volumen de golpeo y limitarse a conectar pocos pero certeros impactos en los momentos oportunos.
La evolución táctica del combate parecía conducir a Parker hacia la victoria. El neozelandés aturdió a su adversario con un buen gancho de izquierda, seguido de muchos golpes precisos y eficaces, durante el noveno asalto, y dominaba también el décimo: todo hacía presagiar un triunfo inminente. Sin embargo, dos factores combinados hicieron descarrilar ese tren aparentemente imparable: la determinación inquebrantable de Wardley y la convicción de Parker de tener el éxito asegurado.
El excampeón mundial se dejó llevar por su momento favorable y siguió intercambiando sin la prudencia necesaria, mientras su oponente, al mismo tiempo, lanzaba golpes desesperados. La diferencia la marcó un soberbio uppercut al mentón que dejó completamente grogui a Parker, a merced de las combinaciones letales de un Wardley repentinamente renacido. De vuelta en la esquina en evidente estado de confusión, Parker inició el undécimo asalto sabiendo que debía resistir hasta el final, y aunque con enorme esfuerzo, lo estaba consiguiendo, soportando estoicamente los ataques desordenados de un rival también al borde del agotamiento.
Justo entonces, el señor Howard Foster tomó una decisión destinada a generar polémica. No hay duda de que el púgil neozelandés, herido y exhausto, estaba en dificultades. Pero también es cierto que los últimos asaltos de Wardley fueron caóticos, imprecisos y no especialmente efectivos. Parker parecía aún lúcido y capaz de defenderse, por lo que el nocaut técnico pareció prematuro para quien escribe estas líneas. Por supuesto, el desenlace podía haberse producido momentos después, pero como este mismo combate nos enseñó, en el boxeo todo puede cambiar en una fracción de segundo.
Paradójicamente, en cierto sentido, Joseph Parker fue víctima de sus propias victorias asombrosas. Haber derrotado a rivales de la talla de Wilder, Zhang y Bakole le dio una enorme confianza en sí mismo y en sus capacidades, pero quizás demasiada. Parker aceptó poner en riesgo su ya asegurada condición de retador oficial enfrentándose a un auténtico pegador como Wardley, y lo hizo además con la actitud de quien cree poder destruir sin ser destruido.
Fabio Wardley merece todos los elogios del mundo por su valentía, su determinación y su capacidad para encontrar fuerzas inesperadas cuando todo parece perdido. Ahora, el británico quiere volver a sorprender al mundo, y de hecho ha pedido con insistencia la oportunidad de enfrentarse al campeón mundial unificado de los pesos pesados, Oleksandr Usyk. Veremos si la WBO lo complaca, otorgándole el puesto que pertenecía a Parker, o si, dadas las circunstancias controvertidas del desenlace de anoche, prefiere ordenar una revancha.
