Si alguien me preguntara hoy quién es el mejor entrenador del boxeo en Italia, no dudaría en responder sin vacilar: Bartolomeo Gordini. Como yo, creo que muchos darían la misma respuesta. Sin desmerecer a todos los demás, sin duda competentes, pienso que nadie como “Meo” encarna este papel con tanta autenticidad. Es realmente uno de esos Entrenadores con E mayúscula, de los que no solo enseñan, sino que también inspiran y dejan huella en todos los que lo conocen.
Un hombre digno de todo respeto, con notables cualidades no solo técnicas, sino también humanas. «Maestro benemérito», con cincuenta y cinco años de enseñanza a sus espaldas, veinticinco de los cuales transcurridos en su célebre gimnasio “Casa di Carta”, un lugar que siempre ha acogido y apoyado a todos sin distinciones, tanto en el deporte como en la vida.
Por suerte, he tenido el placer de cruzarme con él en más de una ocasión a lo largo de los años. Si me encuentro inaugurando esta nueva sección de Boxe-Punch, “La voz del Entrenador”, precisamente con su historia y su voz, es porque creo que este mundo, hoy lamentablemente lleno de entrenadores y boxeadores de todo tipo, necesita volver a empezar. Y hacerlo desde las raíces: la competencia y el mérito.
¿De dónde nace y cómo empieza la historia de Meo en el boxeo?
La historia de Meo nace en aquellos centros de encuentro que existían antes y que hoy han desaparecido; yo frecuentaba el oratorio y había un sacerdote que nos hacía jugar al fútbol, al ping-pong… en fin, a todos los deportes. Yo discutía con todos, era un poco agresivo, y él se dio cuenta. Vio que dentro de mí había esa agresividad, esa energía que debía canalizarse de alguna manera. Entonces él, que era un gran admirador del deporte en general y que también seguía el boxeo, me aconsejó ir a un gimnasio de boxeo… Yo tenía apenas catorce años. El gimnasio de Lugo estaba cerrado por obras, así que fui a Faenza, todos los días en bicicleta. Solo que después de tres meses, justo cuando empezaba a entender cómo lanzar los golpes, el maestro tuvo que cerrar el gimnasio porque se había quedado ciego a causa de un virus. No sabía a dónde ir, pero logré encontrar en Lugo al maestro Romano Cumali, que por aquel entonces, mientras su gimnasio estaba cerrado, entrenaba a sus chicos en un garaje. Ahí es donde empecé, con Cumali. Luego, a veces él me llevaba al gimnasio de Rávena, porque el suyo era una sucursal del Edera. Allí me dijeron: “¡Eres bueno! Te pagamos la cuota y sigues viniendo aquí”, así que me entrenaba con los mejores, con los profesionales. Cada día tomaba el tren a las cinco y cuarenta y cinco y volvía a casa a las diez de la noche, hasta que fui al servicio militar. Luego debía ir a Orvieto, a la SMEF [Escuela Militar de Educación Física], pero terminé en el hospital con una fuerte hemorragia gástrica, y allí descubrieron que tenía una neoplasia en el estómago. Me hicieron muchas operaciones, pasé un largo período así; salí del hospital después de seiscientos treinta y dos días y, al salir, el diagnóstico fue que nunca más podría hacer deporte…
Entonces, ¿cómo y cuándo nació el deseo de enseñar?
Después de lo que me ocurrió, pasé un largo período de sufrimiento, me sentía mal, no quería saber nada del boxeo, ni siquiera lo miraba en la televisión. Era una época en la que no sabía qué sería de mi vida, si la enfermedad volvería, si tendría metástasis… Vivía con esperanza, porque en aquel entonces se salvaban pocos. Así que me entregué a la diversión: iba a ver carreras, partidos, frecuentaba salones de baile, tenía muchas distracciones. Un día fui a hacerme un traje en una sastrería que patrocinaba a Cumali, y me dijeron: “¿Sabes? Romano tiene muchos chicos, dos o tres bastante buenos, necesitaría una mano… ¿por qué no vas?”. Pero yo no quería saber nada. Luego me convencieron de ir solo para saludarlo. Cuando volví a aquel establo transformado en gimnasio, en cuanto entré sentí como si algo químico dentro de mí se activara, algo que había estado dormido, y ya no fui capaz de salir de allí. Cuando él me preguntó cuándo volvería a verlo, le respondí: “¡Mañana estoy aquí!”. Me quedé un año, luego abrí una sociedad en Cotignola, después estuve treinta años en el Edera de Rávena, y desde el 2000 abrí mi “Casa di Carta”, la Gordini Boxe.

¿Ser un buen boxeador garantiza automáticamente ser también un buen entrenador? Y al revés, ¿crees que alguien que nunca se ha subido a un ring puede llegar a serlo?
Bueno, muchas veces los grandes campeones no han sido buenos entrenadores, porque tenían las cosas dentro, pero no sabían transmitirlas. Yo pienso que el boxeo es como un tic nervioso: algunas cosas te salen porque la naturaleza te ha predispuesto a ello. Considero que quien ha practicado boxeo tiene una ventaja en términos de sensibilidad, de conocimiento del umbral del dolor… Quien ha hecho boxeo ha vivido la experiencia, la conoce, y eso puede ayudar. Puede ser una ventaja, pero no tengo prejuicios al respecto.
Por ejemplo, ¡Angelo Dundee nunca practicó boxeo y fue un gran entrenador! Repito, también es una cuestión de inclinación natural. Conocí a Steve Klaus, con quien coincidí mucho en los años setenta, hice los exámenes con él y me tenía mucho cariño. Había hecho cinco combates, ¡y había perdido los cinco! Me decía: “Me sirvieron para entender que no era boxeador, pero que amaba este deporte y tenía la capacidad de desarrollar mi atención observando a los demás, imitándolos. Esas neuronas espejo estaban muy activas para entender cómo transmitir y, sobre todo, cómo explicar el boxeo”.
Creo que en la base debe haber una gran pasión, y que el entrenador debe tener mucha empatía, la capacidad de atraer y también de aprender de quien tiene delante, porque lo que aprende le servirá a su vez para enseñar. Y, por último, debe creer, porque como en toda relación, debe existir estima… yo pienso que el amor es “creer”.
Llegado a este punto de tu carrera, ¿crees que el boxeo ya no tiene secretos para ti, o piensas que nunca se termina de aprender?
(Se ríe) Llevo toda la vida en el boxeo, y quizá también muera en el gimnasio, precisamente porque no tiene un final. Es un mapa abierto: nunca llegas a la conclusión de saberlo todo. Saberlo todo no existe. Cada noche te enfrentas a muchas personas; en el centro está el ser humano y el descubrimiento de muchas historias, y eso te sirve para reconocer mejor la tuya, eso sí. La experiencia te puede ayudar a reconocer los muchos casos que has vivido, pero el boxeo es un deporte en el que debes entrenarte mentalmente para afrontar continuamente nuevas situaciones. Yo pienso que uno no puede decir “soy bueno, ya he aprendido”, sino más bien “doy lo mejor de mí y las cosas me salen bien”. En mi vida nunca he tenido nada fácil, siempre he tenido que perseguir las cosas, por eso no puedo decir nunca que lo haya aprendido todo.
¿Cuál es el aspecto de tu trabajo como entrenador que más te gusta y cuál el que menos?
Lo que más me gusta es el gimnasio, el papel de técnico dentro del gimnasio, ahí me gusta todo. Cuando una persona confía en mí, no viene para ser juzgada, sino para ser ayudada, y yo la ayudo. Estoy detrás de todos. No puedo decir “esta noche me fui del gimnasio sin haber prestado atención a alguien”.
Lo que menos me gusta —aunque parezca una contradicción— es viajar con los chicos, porque tienes que asumir una gran responsabilidad que a veces es muy pesada, incluso agotadora; cuando sales con ellos, hay quien gana y quien pierde, y tú tienes que estar siempre a la altura, volver del viaje, hablar, motivar.
Soy de los que se quedan muy cerca, sobre todo de quienes han perdido, incluso voy a ver a los rivales a veces. Nunca discuto los veredictos, porque pienso que la actuación es la base del crecimiento del boxeador, uno no debe crearse excusas. Siempre soy sincero, porque las excusas no ayudan al atleta. Además, en un deporte donde se cruza el umbral del dolor, hay que ser fuerte emocionalmente. Si eres fuerte, la naturaleza ya te ha dado la química necesaria, incluso para afrontar el dolor.

¿Alguien te ha decepcionado alguna vez?
Sí, muchos me han decepcionado… porque mira, siempre se lo digo a mis colegas: ¡en cada gimnasio hay diez Cassius Clay que pasan y no hacen boxeo! Algunos me toman por loco, pero a veces llegan talentos que no practican este deporte, porque les falta disciplina, les falta esa capacidad de ser constantes, de cuidar su talento. Porque hay que entrenar todos los días para mantenerlo.
Yo tenía una amistad infinita con Nino Benvenuti, y él se entrenaba constantemente, disfrutaba mucho haciéndolo: eso es el talento. Se entrenaba incluso de noche, perfeccionando siempre ese gancho de izquierda que tantas satisfacciones le dio; lo cuidaba como si fuera un enorme capital. No era casualidad que lo lanzara con tanta naturalidad y precisión en el ring: él había entendido que, si no mantienes viva una cosa, si no la alimentas, la pierdes. Como el amor, también la técnica hay que cuidarla. Hace falta vocación. He descubierto que muchos talentos naturales no tienen ganas de disciplinarse ni de sacrificarse. En el boxeo, en cambio, se necesita una disciplina constante, y cuando tienes motivación… ¡lo tienes todo!
¿Hay algún boxeador que te haya quedado especialmente en el corazón?
Hay muchos boxeadores que me han gustado, entre ellos Robinson, a quien vi pelear en directo, también Argüello, y luego Nino, Parisi, Hagler, que también estuvo en mi gimnasio. Este último me impresionó especialmente por la devoción que tenía hacia su entrenador. Siendo tan bueno, seguía queriendo aprender, buscar la aprobación; cada vez que hacía algo, siempre le preguntaba a su coach si lo había ejecutado bien.

Hace algunas décadas, el boxeo era uno de los deportes más populares de nuestro país. ¿Qué le falta hoy que antes sí tenía?
Antes se boxeaba con guantes más pequeños y los combates eran más reales, más intensos. Las reglas eran menos estrictas, y por eso resultaban más cruentos. Al público le gusta ver combates verdaderos; sabe que gana el más fuerte y quiere identificarse. En los años 70 y 80 veía al público totalmente involucrado: se iba a casa con la misma adrenalina que el boxeador, sin poder dormir por la noche. Ahora nos hemos vuelto un poco “suaves”, hemos hecho muchos experimentos equivocados, no dejamos que los boxeadores hagan boxeo de verdad.
Y además, hay algo grave en mi opinión: la preparación física ha superado todos los límites, se considera más importante que la técnica. Eso crea una gran confusión, incluso en el arbitraje. Antes ganaba el más científico; hoy gana quien ataca, se premia al que impone más ritmo, al que va siempre hacia adelante, y ya no se valora la inteligencia táctica. Por ejemplo, un Oliva tendría dificultades para ganar hoy, y sin embargo él ganaba, y con razón. El boxeo se entendía mejor, y al ser más seguido en directo, la gente lo comprendía más.
Hoy los gimnasios están llenos de aficionados, pero la mayoría no va a ver un evento de boxeo ni aunque sea frente a su casa. Para devolverle visibilidad al boxeo hacen falta fondos, una economía que lo apoye, patrocinadores y, sobre todo, público. Ya ves, tenemos una audiencia televisiva muy baja, aunque estamos recuperando un poco.
¿Qué te gustaría decirles a los jóvenes de hoy, esos que a menudo se dejan llevar por las ganas de tenerlo todo y enseguida?
Sí, es cierto, ahora quieren hacerlo todo enseguida. Les diría que deben tener paciencia: en el boxeo no se puede tener todo de inmediato, también porque es un deporte de contacto, difícil… hace falta tiempo, dedicación, abnegación, concentración para aprender. Especialmente en el deporte, eso es fundamental.
Y además, hay que formar un equipo, no una manada, para aprender, porque se puede aprender algo de todos. En el gimnasio tienes todo lo que necesitas, si estás concentrado y no te dedicas a juzgar a los demás, sino a ayudarlos. Si estás atento y haces bien lo que haces, te das cuenta de que el cansancio no existe, que es solo una invención humana para no alcanzar tus objetivos. Un boxeador no puede estar cansado: el cansancio solo existe en quienes tienen poca motivación.
Mirando al futuro del boxeo italiano, ¿te sientes más optimista o más pesimista?
No soy ni una cosa ni la otra. Soy una persona informada y pienso que deben producirse algunos cambios, dependerá de lo que hagan. Se debería invertir menos en cosas que sirven de poco y más en aquello que da visibilidad, en lo que representa calidad, es decir, el boxeo profesional. Antes había más seguimiento, más ingresos y, por tanto, más dinero para todo: desde las subastas hasta las bolsas.
Agradeciéndote por tu tiempo y tu disponibilidad, ¡te deseamos que sigas transmitiendo por mucho tiempo más tus valiosas enseñanzas!