Es el 30 de abril de 2025 cuando las redes sociales se vuelven locas al grito de “¡Listos, ya!” por la venta de entradas para la revancha entre Oleksandr Usyk y Daniel Dubois, con todos los cinturones del peso pesado en juego. Tomo el ordenador y corro a comprar cinco entradas para mí, mi padre, mi hermano y dos grandes amigos. Ellos también son boxeadores, entrenamos en el mismo gimnasio, nos retamos mutuamente y no perdemos un segundo: ¡allá vamos!
Llevábamos tiempo con ganas de ir a ver a Usyk juntos, pero en los últimos años Arabia Saudita había dominado el panorama. Así que, cuando sale la noticia oficial de que Su Majestad Wembley será la sede, enloquecemos. Logro conseguir cinco asientos con una vista excelente; a partir de ahí, solo quedaba esperar al 19 de julio.
Mientras tanto, se anuncia también el regreso de Manny Pacquiao ese mismo día. ¡Se avecina un fin de semana muy especial! La única pega es el undercard de Wembley, que sinceramente no está a la altura del evento principal.
Llega el día del combate. Aterrizamos en Londres, que nos recibe con sol y mucho calor. Y, por supuesto, ¿cuál es nuestra primera parada si no un buen pub?
Desde el primer momento notamos cómo se respira boxeo en Inglaterra; parece una obviedad, pero cuando estás allí percibes una diferencia abismal con nuestro país.
Nos dirigimos al estadio: una marea de gente, un caos total. Ya había estado en Wembley antes, pero lo del 19 de julio fue impresionante. Continuamos con el tour de pubs durante el trayecto, en busca de algún recuerdo, pero sorpresa: el merchandising se ha agotado por completo, al igual que la cerveza, a juzgar por el nivel etílico de los ingleses. Hay una presencia masiva de ucranianos, banderas por todas partes, un ambiente irreal. Nos dividimos: algunos se quedan en el pub y yo entro, porque está por pelear Lapin, y tengo curiosidad.
Subo las escaleras, voy hacia mi asiento y a lo lejos veo a un señor cojeando, de espaldas, que me resulta familiar. Se gira: ¡es la leyenda Roy Jones Jr.! Va hacia la zona de prensa sin llamar la atención, pero no puedo evitar pararlo para pedirle una foto. Todavía tengo escalofríos; no me lo creía, me sentía como un niño en su primer parque de atracciones. Saludo al inventor del famoso “gancho izquierdo saltado”, entro al estadio: espectacular, una energía increíble. Me siento a ver la pelea de Lapin, pero sinceramente es tan aburrida que prefiero levantarme y empiezo a hablar con boxeadores amateur como yo, llegados de toda Inglaterra, o mejor dicho, ¡de todo el mundo!
Misma suerte corre el combate entre Okolie y Lerena: esperaba mucho más. Por desgracia, el campeón sufre una lesión en el bíceps al principio del combate y el plan de pelea cambia. Es una pelea fea, aburrida, pero lo importante era mantener en casa el cinturón WBC Silver, por supuesto.
Solo falta el evento principal. Se nota que el ambiente cambia: los ingleses crean una atmósfera espectacular, cantando los 96 mil juntos el tema “Sweet Caroline”, una canción siempre vinculada al ídolo de Manchester, Tyson Fury. Estamos tan cerca que a nuestro lado entrevistan a los organizadores de la velada: el nuevo magnate árabe del boxeo Turki Alalshikh y Frank Warren, fundador de Queensberry Promotion.
Nos giramos: detrás de nosotros está la ringwalk. Entra Daniel “Dynamite” Dubois tras el himno inglés, y Wembley estalla. Me levanto y lo tengo frente a mí: enorme. Luego es el turno de Usyk, que entra al ritmo de un Ave María lírico-moderna, con su estilo habitual, seguido del himno ucraniano. Quiero detenerme aquí un segundo: jamás en mi vida, y digo jamás, he sentido un aura tan poderosa. Estoy frente a Usyk, lo admiro y da miedo, impone respeto; un aura muy superior a la de cualquiera, impresionante.
Suena la campana más esperada, comienza la revancha entre dos boxeadores muy distintos. Un Dubois joven, en forma, hambriento, sobre todo por la polémica del “golpe bajo sí o no” en su primer combate. De Usyk se dice que llega fuera de forma, con 38 años, y que ya había caído (según quienes creen que el golpe fue legal) ante el inglés.
Empieza el combate y Dubois lo hace bien, concentrado, golpeando con decisión, pero delante tiene a un rival mucho más experimentado, un fenómeno. Con un juego de pies que Dubois ni siquiera puede seguir, Usyk se lleva tres de los primeros cuatro asaltos. Luego sucede algo mágico: Dubois acorrala a Usyk en las cuerdas, parece decidido, busca el KO, pero de repente el estadio se queda en silencio. Usyk derriba a Dubois y gana por KO.
¿Qué decir? Me he quedado sin adjetivos para este boxeador, este hombre inmenso, que se está adueñando de la historia, de todos los cinturones y del alma de sus rivales. Todo es suyo: la gloria, la grandeza. Agradece a su pueblo, a Dios, a su familia, consuela a su rival y se marcha. Y nosotros también nos vamos, rumbo al aeropuerto tras una experiencia imborrable que nunca olvidaré. Gracias Wembley, gracias Usyk. Larga vida al boxeo.