Han pasado 25 años desde aquella noche del 1 de abril de 2000 en el Estrel Convention Center de Neukoelln, cuando el gigantesco ucraniano Vitali Klitschko perdió su invicto y el título mundial WBO del peso pesado a manos del estadounidense Chris Byrd, quien llegó a Alemania con poquísimas esperanzas de éxito y con solo diez días de antelación. El más clásico de los “David contra Goliat” se resolvió a favor del desfavorecido con la intervención decisiva de la buena fortuna. La derrota y las feroces críticas que le siguieron forjaron el corazón y el temple del gigante herido, haciéndolos más fuertes que nunca.
Vitali Klitschko: un asesino «al 100%» con una sombra que disipar
27 combates disputados, 27 victorias, 27 nocauts en su haber: un récord que pone los pelos de punta. Ese era el currículum profesional con el que el “Dr. Ironfist” se preparaba para defender su cinturón mundial por tercera vez en Alemania, que ya se había convertido en su patria adoptiva en el ámbito deportivo, habiendo albergado 23 de sus peleas. Uno tras otro, sus rivales caían como frutas maduras bajo sus terribles golpes, y solo cuatro de ellos habían logrado superar el tercer asalto. Detrás de tanta furia y determinación también estaba el deseo de borrar una sombra desagradable que había manchado la reputación de Klitschko antes de su paso al profesionalismo: una descalificación por dopaje que le había impedido participar en los Juegos Olímpicos de Atlanta. Más tarde, Klitschko escribió en su autobiografía que había tomado esteroides para acelerar la recuperación de una lesión en la pierna, sufrida cuando aún era kickboxer.
Chris Byrd: un peso mediano entre gigantes
¿Puede un peso mediano natural enfrentarse a auténticos gigantes sin desentonar? Sí, si posee velocidad, defensa y una visión del ring fuera de lo común. Cuando Byrd participó en los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, lo hizo en la categoría de peso mediano, y cuando se convirtió en profesional al año siguiente pesaba apenas 76,7 kilos. En poco tiempo experimentó un brusco aumento de peso, que no solo afectó su masa magra: lejos de exhibir una musculatura esculpida, Byrd competía entre los pesos pesados con las llamadas “llantitas” y eso no parecía preocuparle. Paradójicamente, un púgil con sus características, dotado de movilidad de tronco, reflejos fulminantes y rapidez de brazos, puede beneficiarse al subir de categoría y enfrentarse a boxeadores más lentos y pausados, aunque más grandes y poderosos. Sin embargo, sus indiscutibles habilidades elusivas no habían sido suficientes para domar a un demoledor como Ike Ibeabuchi, quien un año antes lo había arrollado en cinco asaltos.
Un día, de repente… llega la oportunidad de su vida
Descubrir que debes pelear por el título mundial apenas diez días antes del combate debe ser un verdadero shock para un boxeador. Chris Byrd estaba finalizando su preparación para enfrentarse a su compatriota Lawrence Clay Bey en Estados Unidos cuando su teléfono sonó: el retador al título mundial WBO, Donovan Ruddock, había quedado fuera de combate por hepatitis y el equipo de Klitschko le ofrecía ocupar su lugar. ¿Cómo rechazar semejante oportunidad? Se apresuró a viajar a Alemania para adaptarse al cambio de horario, pero no le gustó la comida local, tanto que perdió tres kilos en una semana. Quizás lo que Byrd no esperaba era contar con el apoyo del público: Klitschko aún no había conquistado el corazón de los aficionados alemanes y, en un duelo entre David y Goliat, el público no podía hacer otra cosa que simpatizar con el primero. Así, cada medio golpe conectado por el retador desataba un rugido de la multitud.
¿Un paseo de salud… o quizá no?
La verdad es que aquella noche Byrd no conectó demasiados golpes incisivos. Subyugado por la imponente presencia física de su poderoso rival, el estadounidense se vio obligado a ponerse a la defensiva desde el inicio, encontrándose a menudo acorralado en las esquinas y contra las cuerdas durante los primeros asaltos. Intentó finalmente reaccionar en el cuarto round, colocándose en el centro del ring, pero solo logró recibir una cantidad considerable de derechazos de contragolpe en pleno rostro. Klitschko lo estaba dominando casi con indiferencia, tan seguro de su superioridad tras un arranque arrollador que empezó a boxear con la misma energía que un empleado de correos.
Picado en su orgullo, “Rapid Fire” hizo finalmente honor a su apodo en el quinto asalto y, durante tres minutos, mostró lo mejor de su repertorio con esquivas milimétricas, contragolpes repentinos, torsiones de torso y ganchos de izquierda secos. Un despliegue que desorientó al campeón y puso en juego al público, que hasta entonces había permanecido en silencio durante el monólogo inicial. Sin embargo, el monarca era un boxeador muy inteligente y no tardó en seguir las indicaciones de su esquina: golpes rápidos y menos cargados. De agresor, Klitschko pasó a ser contragolpeador, dejó la espada en el desván y optó por el florete, esperando a su rival y castigándolo desde la distancia, sin la obsesión del nocaut. El camino hacia una cómoda victoria por puntos parecía estar trazado…
La rendición increíble: ¿retirada prudente o falta de coraje?
El campeón, que daba la sensación de tener la pelea bajo control, en el noveno asalto se plantó de repente en el centro del ring y aceptó el intercambio en la corta distancia. Algo en él había cambiado: una cierta preocupación flotaba en su rostro y sus movimientos se habían vuelto más torpes. Luego, el intercambio de palabras con su histórico entrenador, Fritz Sdunek, cuando regresó a la esquina, dejó atónitos a todos los que seguían la pelea por televisión. A la pregunta de su entrenador: “¿Te duele?”, Vitali respondió: “Duele demasiado”, refiriéndose a su hombro izquierdo. “No te preocupes, nos rendimos”, fue la respuesta final del experimentado hombre de esquina. Desconsolado y nervioso, el campeón inclinó la cabeza: su combate acababa de terminar de la peor manera posible.
Mientras un Chris Byrd en lágrimas de felicidad celebraba su inesperada victoria, los comentaristas de HBO comentaban lo sucedido con asombro. Impiadosas fueron las palabras de Larry Merchant sobre el derrotado: “No tiene la mentalidad de un campeón. Me cuesta creer lo que acabo de ver”. Al fin y al cabo, la historia del boxeo está llena de atletas que han seguido peleando tras sufrir lesiones graves, logrando en ocasiones ganar a pesar del hándicap. ¿Cómo olvidar, por ejemplo, el nocaut de Danny Williams sobre Mark Potter usando solo su brazo izquierdo, mientras el derecho le colgaba inerte a un costado? No es de extrañar, entonces, que el corazón de Vitali fuera puesto en duda. Sin embargo, de aquellas palabras humillantes el ucraniano sacó la fuerza para resurgir, y cuando tres años después fue detenido con el rostro convertido en una máscara de sangre contra Lennox Lewis, hubiera preferido morir antes que tirar la toalla. Pero esa, es otra historia…