Joe Louis vs Billy Conn I: el milagro que no fue

Cuando el campeón mundial de los pesos pesados arrasa con un rival tras otro hasta agotar a los aspirantes creíbles, es normal que entre los aficionados surja la curiosidad de verlo enfrentarse al dominador de una categoría inferior. Así fue el 18 de junio de 1941, cuando al legendario Joe Louis, emperador de la división reina desde hacía cuatro años y en su decimoctava defensa, se le puso enfrente el semipesado Billy Conn, que había arrasado con todos en las 175 libras. Según algunos, la evidente diferencia física entre ambos y las cualidades indiscutibles del campeón auguraban un combate sin historia, pero aquella noche de hace más de 84 años resultó mucho más emocionante de lo esperado…

La potencia del “Brown Bomber” contra la velocidad del “Chico de Pittsburgh”

Considerado aún hoy uno de los pegadores más letales de la historia por su extraordinario instinto asesino y la precisión quirúrgica de sus combinaciones, Louis había ganado antes del límite 14 de sus 17 defensas previas al duelo con Conn, aunque bien podrían contarse 15, ya que Buddy Baer, oficialmente derrotado por descalificación, fue “salvado” del KO solo por las protestas de su esquina tras una caída que consideraban irregular. También habían caído ante los puños del Brown Bomber boxeadores de mandíbula durísima, como el célebre “Cinderella Man” Jim Braddock o el rocoso y corpulento Tony Galento.

Visiblemente inferior en cuanto a fuerza bruta, Conn debía apostar todo a su prodigiosa velocidad, que le había permitido, pese a su bajo porcentaje de nocauts, encadenar una racha de 19 victorias consecutivas, incluyendo las que le valieron el título mundial del peso semipesado. Rápido tanto de piernas como de manos, el retador consiguió incluir en el contrato una cláusula que impedía a su rival superar las 200 libras, y subió al ring con una desventaja certificada de unos 12 kilos. Sin embargo, según algunas fuentes, el peso oficial de Louis habría sido falsificado para cumplir con la cláusula, y la diferencia real habría sido aún mayor.

El combate inesperado: un milagro que se esfumó en el último momento

Los primeros compases del combate parecieron dar la razón a quienes preveían un paseo para el campeón. Un Conn visiblemente tenso y nervioso se limitó a moverse frenéticamente durante los seis primeros minutos, logrando incluso la nada envidiable hazaña de caer solo al suelo tras fallar un jab en el asalto inicial y recibiendo varios golpes duros en el segundo. Sin embargo, ese arranque de pesadilla sirvió de sacudida para el chico de Pittsburgh, que tras constatar la inutilidad de una estrategia basada únicamente en correr, empezó a responder al fuego anticipando al célebre rival y superándolo en tiempo y precisión.

Joe Louis probablemente había subido al ring convencido de poder dominar sin problemas al rival más liviano, una confianza reforzada tras su buen inicio. Por eso se molestó cuando la inercia del combate pareció cambiar de manos de repente, y reaccionó furiosamente dominando el quinto asalto y manteniendo el control durante los dos siguientes. Justo cuando parecía que la pelea volvía al guion esperado, Conn recobró la confianza y volvió a ofrecer boxeo de alta escuela.

El excampeón del peso semipesado tenía ya la mente despejada: había roto el hielo al inicio, se había dado cuenta de que podía poner en aprietos a la leyenda viviente que tenía delante y también había logrado, con algo de sufrimiento, resistir sus mejores golpes sin caer a la lona, como sí lo habían hecho muchos otros boxeadores de gran nivel antes que él. ¿Por qué no intentar entonces algo más? Y así, a partir del octavo asalto, Billy Conn volvió a tomar el mando; tal vez el punto de inflexión fue un terrible gancho de izquierda que hizo tambalear por un instante a Louis al final del round, o tal vez simplemente había llegado el momento dorado del retador. El caso es que las rápidas combinaciones del chico de Pittsburgh, su agilidad para soltar las manos en los intercambios cortos, su maestría para no dejarse atrapar por las réplicas potencialmente letales del campeón empezaron a imponer la ley.

Asalto tras asalto, Conn tomó de forma sorprendente el control de las acciones y durante un dramático duodécimo round logró incluso hacer doblar las piernas a Louis con otro gancho de izquierda al mentón. El Bombardero Marrón tuvo que aferrarse con ambos brazos al rival para evitar la humillación de una caída y regresó aturdido a su esquina, donde el entrenador Jack Blackburn le dijo claramente que solo un KO le permitiría conservar el preciado cinturón. Según lo que se supo más tarde, dos de las tarjetas oficiales, antes del inicio del fatídico decimotercer asalto, tenían a Conn por delante con ventajas de dos y tres puntos respectivamente, mientras que la tercera marcaba empate. Al retador le habría bastado ganar solo uno de los tres últimos asaltos para llevarse el combate por puntos…

Billy Conn solo tenía que hacer su trabajo: moverse en círculo, evitar peligros, tocar en velocidad y con soltura sin correr riesgos innecesarios. Si lo hubiera hecho, quizás hoy se contaría de otro modo la historia del boxeo de aquella época. Pero la sangre del chico de Pittsburgh era demasiado caliente como para permitirle refugiarse tras una prudencia de contable del ring. Ya había conseguido estremecer al campeón, sentía que lo tenía en sus manos, quería dejar su marca en su época sellando un clamoroso y absolutamente inesperado KO, y así siguió plantado en el centro del cuadrilátero, aceptando encantado los intercambios y cargando al máximo sus golpes.

Ni siquiera el primer derechazo violento que Louis le estampó en la cara bastó para hacerlo entrar en razón: Conn se quedó “en la corta”, y con ello firmó su sentencia. Los bombazos del Bombardero Marrón encontraron el hueco, aturdieron al retador, le quitaron la lucidez hasta dejarlo inmóvil y sin defensa. El último gancho de derecha fue entonces una mera formalidad: el milagro se había esfumado y Su Majestad Louis había conservado el trono.

El pesar por no haber gestionado de otro modo aquellos asaltos finales debió acompañar a Billy Conn durante toda su vida, también porque la oportunidad de una revancha fue primero aplazada por una fractura en la mano y luego negada por la entrada de Estados Unidos en la guerra. Los dos púgiles se reencontraron entonces sobre el ring cuando ya habían pasado incluso cinco años desde el primer combate, y un Conn irreconocible y fuera de forma fue castigado y detenido en ocho asaltos, hasta el punto de que su actuación se llevó el irónico reconocimiento de “Flop del Año”.

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