Floyd Mayweather Jr se retiró con un impresionante récord de 50 victorias, ningún empate y ninguna derrota. Salvo que regrese de forma tan sorpresiva como improbable, pasará a la historia como un campeón de récord inmaculado, jamás derrotado a pesar de la impresionante cantidad de campeones que enfrentó, las numerosas categorías de peso que subió y los veinte años que pasó como profesional.
A pesar de su clase extraordinaria y de sus muchos logros, Mayweather fue también uno de los atletas más “odiados” —deportivamente hablando— de la época reciente. Su actitud de estrella, cierta arrogancia en el carácter y, en parte, su estilo conservador, poco popular entre los amantes del boxeo más combativo, lo hicieron antipático para un porcentaje considerable de aficionados, al punto de generar un deseo generalizado de verlo caer derrotado.
Por esta razón, no fueron pocos los espectadores que pusieron en duda este o aquel veredicto, incluso cuando las victorias del astro estadounidense fueron objetivamente indiscutibles. Así, algunos lo vieron perder contra Óscar De La Hoya, otros contra Manny Pacquiao y otros más en su primer combate con Marcos Maidana. Todas fueron peleas competitivas y apasionantes que, desde el punto de vista de quien escribe, vieron imponerse con merecimiento a PBF.
Para rendir homenaje al único boxeador que con razón podría afirmar haber superado al gran Mayweather sobre el ring, hay que retroceder, en mi opinión, hasta el lejano 20 de abril de 2002, cuando PBF enfrentó al mexicano José Luis Castillo, apodado “El Temible”. Castillo, que había sido durante años sparring del legendario Julio César Chávez, era por entonces el campeón mundial de peso ligero del CMB, mientras que Floyd, proveniente del superpluma y recién ascendido de categoría, era el retador.
Mayweather comenzó como de costumbre, dominando con soltura y elegancia el primer asalto gracias a su jab, su juego de piernas y sus contragolpes magistrales. Muchos pensaron que se preparaba la habitual exhibición del estadounidense, quien poco más de un año antes había dado una paliza tremenda al invicto Diego Corrales, a pesar de partir como “no favorito” según algunos.
Castillo, sin embargo, demostró desde el segundo asalto que no era un rival cualquiera: empezó a trabajar el cuerpo y a cortar el ring con pericia y eficacia, siempre bien cubierto con una guardia alta y sólida. Poco a poco, su labor tenaz comenzó a dar frutos: tras una primera fase ligeramente favorable al retador, el mexicano tomó el control de las operaciones en el quinto asalto y, con una presión calculada pero constante durante tres rounds, mantuvo la iniciativa, conectó los mejores golpes y obligó al fortísimo rival a centrarse casi exclusivamente en la defensa.
Impulsado por la preocupación mal disimulada de su esquina y por el temor de dejar escapar el combate, Mayweather logró dar un nuevo tirón en las tarjetas gracias a un octavo asalto brillante, pero también gracias a la “ayudita” del nefasto árbitro Vic Drakulich, quien le descontó un punto a Castillo por una infracción menor.
Lejos de desanimarse, el campeón retomó inmediatamente su asedio, viendo cómo su valentía era recompensada, entre otras cosas, por la “compensación” del inadecuado tercer hombre del ring, que sancionó a Floyd con otra penalización, tan exagerada como la anterior, esta vez por uso indebido del codo.
Los dos últimos asaltos estuvieron marcados por una tensión vibrante. Mayweather decidió salirse de su estilo en el undécimo, aceptando el terreno favorito de su rival y lanzándose a un sorprendente cuerpo a cuerpo que, con suerte dispar, le permitió conectar algunas combinaciones notables, pero al mismo tiempo lo expuso a las furiosas réplicas del mexicano, en un crescendo de intercambios que encantaron al público.
El último asalto, que en directo pareció crucial para el veredicto tras una pelea tan equilibrada, fue en cambio dominado por Castillo, quien atacó sin tregua durante todo el round a un retador agotado, deseoso ya solo de oír la campana final.
Después de un combate tan parejo, con varios asaltos definidos por mínimos márgenes, no puede hablarse de verdades absolutas respecto al resultado. Lo que sí resulta evidente es que las tarjetas oficiales, que dieron la victoria a Mayweather por cinco y por cuatro puntos de diferencia, fueron claramente “discutibles”.
La prensa y los expertos se dividieron como pocas veces. Si por un lado hubo quienes defendieron la actuación de los jueces, como Associated Press (115-111 para Mayweather), por el otro también estuvieron quienes vieron una clara superioridad del pegador mexicano, como los comentaristas de HBO (115-111 para Castillo fue la puntuación de Harold Lederman). Tampoco faltó quien, como el célebre periodista Dan Rafael, abogó por un empate salomónico (114-114).
A juicio de quien escribe, dentro de un contexto de gran equilibrio, José Luis Castillo hizo esa noche lo suficiente como para merecer la victoria. Su dominio del ring, su agresividad controlada y, sobre todo, la mayor contundencia de sus ataques no recibieron el reconocimiento adecuado. Por lo demás, una cierta diferencia de eficacia también quedó reflejada en las estadísticas oficiales, que al final de la pelea mostraron que el derrotado había conectado un total de 203 golpes contra los 157 de Mayweather.
Floyd concedió de inmediato la revancha para despejar cualquier duda sobre su superioridad, y logró imponerse, esta vez sin polémicas, aunque nuevamente con grandes dificultades, como reflejaron las ajustadas tarjetas a su favor. Evidentemente, el estilo característico del mexicano le resultaba especialmente incómodo, más incluso que el de rivales físicamente más imponentes y técnicamente más completos.
En los anales quedará el récord de un boxeador invicto. Pero muchos conservarán en su interior la convicción de que un punto rojo, entre esa selva de casillas verdes, habría debido aparecer.