Entre talento y obstinación: el recuerdo de un campeón llamado Giovanni Parisi

Introvertido, reservado, a menudo huraño, desconfiado, orgulloso en exceso y anárquico. Pero también increíblemente talentoso, generoso, frágil y, sobre todo, auténtico: una personalidad difícil, a la que muy pocos lograron acercarse más allá de la superficie. La historia de Giovanni Parisi está hecha de pocas palabras, de gestos impactantes, de feroz obstinación y talento, que lo convirtieron en uno de los últimos grandes campeones del boxeo italiano.

Giovanni nació en Vibo Valentia en un frío diciembre de 1967. Debido a las dificultades económicas de su familia, con solo tres años tuvo que mudarse primero a Pavía y luego a Voghera. Abandonado por su padre a una edad temprana, creció entre privaciones y dificultades. Su madre, Carmela, trató de salir adelante como pudo, a pesar de tener un corazón débil. Trabajó incansablemente solo para poder poner un plato caliente sobre la mesa y criar a sus hijos con dignidad.

En la escuela, Giovanni fue marginado. Lo llamaban terrone (un término despectivo para los sureños en el norte de Italia) y pronto tuvo que aprender a defenderse. Un día, harto de los insultos, escapó de la escuela saltando por una ventana. Fue una etapa difícil de su vida, que lo llevó a aferrarse aún más a su madre. Pero también encontró consuelo en las palabras de Alida, su profesora de italiano, quien terminó tomando bajo su protección a ese niño atormentado, en busca de un poco de calor humano.

De los inicios al oro olímpico

En 1980, entró por primera vez en un gimnasio de boxeo porque, según sus propias palabras, era barato. Allí encontró una vía de escape para sus sufrimientos y carencias. Desde el principio, mostró un talento innato y empezó a creer en sí mismo con tenacidad y obstinación, como si viera de inmediato una salida a todas las dificultades que la vida ya le había impuesto.

Sus inicios fueron prometedores. Giovanni tenía técnica, una velocidad poco común y una fuerte convicción. Pero en el ring, con frecuencia estaba tenso, como si las dificultades sufridas se sumaran a las expectativas de redención. A menudo sentía náuseas y una ansiedad opresiva. Encontró una solución sencilla: comía galletas antes de subir al ring. A partir de entonces, comenzó a ganar torneo tras torneo. En 1985 se coronó campeón italiano de peso pluma y repitió el éxito al año siguiente en peso ligero. En 1987 intentó el triplete, pero se fracturó el segundo metacarpo de la mano izquierda.

La operación no salió como estaba previsto y Giovanni estuvo a punto de perderse los Juegos Olímpicos de Seúl. Su nombre no estaba en la lista de convocados. Frustrado, vio cómo su sueño de años se desvanecía. Pero el destino, caprichoso como siempre, decidió darle otra oportunidad: Cantarella se lesionó y Falcinelli decidió convocarlo. Sin embargo, el cupo disponible era en peso pluma, y Giovanni ya era un peso ligero natural. Así que se propuso perder esos tres kilos de más. Lo hizo con una dedicación increíble, comiendo casi exclusivamente piña, porque bajar tres kilos en un cuerpo ya seco y al límite no era ninguna broma.

No se rindió y logró su objetivo, pero el destino le tenía preparado otro golpe durísimo: en mayo de 1988, mientras su madre viajaba a Sicilia para conocer a la familia del prometido de su hija, su corazón dejó de latir. Con una mezcla de emociones opuestas—emoción y un dolor indescriptible, entusiasmo y desesperación—, Giovanni llegó a los Juegos Olímpicos de Seúl con el pensamiento fijo en su madre fallecida. Y ganó, deslumbrando a todos los que lo vieron.

Llegó a la final, donde enfrentó al rumano Dumitrescu. Bastaron unos segundos, y Giovanni lanzó un fulminante golpe de izquierda que le valió para siempre el apodo de Flash. Dumitrescu cayó noqueado, y Giovanni se colgó la medalla de oro. Lloró, a pesar de la alegría, y sus pensamientos y palabras fueron solo para su madre.

Del primer título a la leyenda mexicana

De regreso de Seúl, pasó al profesionalismo, pero no antes de haber llevado el cuerpo de su madre de vuelta a casa, en Voghera. El 15 de febrero de 1989 hizo su debut y, desde entonces, comenzó a encadenar victoria tras victoria, a pesar del dolor en las manos. Sin embargo, al año siguiente, sufrió otra fractura en el metacarpo de la mano derecha y tuvo que someterse a una nueva operación, lo que lo obligó a detenerse por un tiempo.

Regresó al ring ocho meses después, pero sufrió una dura derrota por KO contra Antonio Rivera, un rival para nada sencillo para una pelea de regreso. Además, la pelea evidenció que su mandíbula no era precisamente de hierro. Sin embargo, no se desanimó y retomó su camino justo donde lo había dejado. Desde Rivera en adelante, derrotó a todos los rivales que se interpusieron en su camino. Giovanni tenía técnica, una velocidad sorprendente, un movimiento constante y dos puños de KO.

Se coronó campeón italiano de peso ligero en septiembre de 1991, noqueando a Stefano Cassi. Luego, el 25 de septiembre de 1992, se enfrentó en el estadio de Voghera a Francisco Javier Altamirano por el título vacante de peso ligero de la WBO. Al inicio del combate, como de costumbre, estaba tenso y terminó en la lona. Pero se levantó y, en un final espectacular, cerró la pelea con un magnífico derechazo en el décimo asalto, cumpliendo así su sueño. ¡Giovanni era campeón del mundo! Defendió el título en dos ocasiones, cobrando revancha contra Rivera.

Luego dejó el cinturón: Estados Unidos lo esperaba con un combate soñado, nada menos que contra Julio César Chávez. Para enfrentarlo, Giovanni subió a la categoría superligero. Fue, quizá, el momento más importante de su carrera, pero, por una vez, la tensión lo traicionó. Había aprendido a manejarla, pero nunca desaparecía del todo, y contra Chávez lo bloqueó más de lo normal. Parecía intimidado, sin energía, y terminó sucumbiendo ante el carisma de la leyenda mexicana, quien llegó incluso a burlarse de él, hiriendo su orgullo. Giovanni reaccionó y sacó lo mejor de sí mismo en dos asaltos espectaculares, pero ya era demasiado tarde. La derrota por decisión fue contundente.

Decepcionado, regresó a casa y despidió a todo su equipo, confiando a partir de entonces en Cherchi y Locatelli.

El segundo título y el adiós

Tras dos peleas para recuperar confianza y energías, Giovanni volvió a intentar la conquista del título mundial superligero de la WBO. Frente a él estaba el campeón, el puertorriqueño Sammy Fuentes. Ambos protagonizaron un combate espectacular, pero Parisi fue una máquina de golpear, conectando upercuts al rostro y al hígado hasta quebrar la resistencia de Fuentes. Ganó por TKO en el octavo asalto y, por segunda vez, se convirtió en campeón del mundo, ahora en una segunda categoría de peso.

Defendió el cinturón cinco veces, hasta que tuvo que cederlo ante Carlos «Bolillo» González, quien lo venció por TKO en el noveno asalto. Fue una dura derrota, agravada por los persistentes problemas en su mano derecha. Tras dos peleas más, desafió al puertorriqueño Daniel Santos por el título mundial WBO de peso wélter, pero exigió demasiado a su cuerpo desgastado y fue noqueado en el cuarto asalto.

Se lesionó nuevamente la mano, pero su orgullo no le permitió aceptar el final. Regresó dos años y medio después y logró tres victorias más. En octubre de 2006, intentó conquistar el título europeo de peso wélter frente a Frederick Klose, pero fue derrotado por decisión.

Esta vez, dijo basta, definitivamente. Aunque le costaba alejarse de su mundo, Giovanni nunca más volvió a subirse a un ring. Había ganado lo suficiente para vivir bien y dejar atrás los recuerdos más amargos. A su lado estaban su esposa Silvia y sus tres hijos.

Pero cuando finalmente parecía haber encontrado un poco de serenidad, el destino cerró el círculo de la manera más trágica. La noche del 25 de marzo de 2009, Giovanni conducía su BMW de regreso a casa, cuando un choque frontal contra una furgoneta apagó su vida al instante. Tenía solo 41 años.

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