¿Bolsas fuera de mercado y atmósferas surrealistas dañan al boxeo?

La semana pasada estuvo marcada por varios combates de boxeo de relevancia internacional, pero la mayoría de las peleas programadas, a pesar de los grandes nombres involucrados, no cumplieron con las expectativas de los aficionados. De ahí surge la pregunta que nos planteamos hoy: ¿las bolsas fuera de mercado y las atmósferas surrealistas pueden dañar al boxeo?

Muchos de los que compraron las transmisiones de pago por evento para ver en directo la velada del viernes organizada en Times Square y la del sábado, que tuvo lugar en Riad, se sintieron estafados al presenciar combates insípidos y aburridos entre boxeadores aparentemente desinteresados en brindar espectáculo.

La secuencia de «decepciones» comenzó con Teofimo López y Arnold Barboza Jr., protagonistas de una larga partida de ajedrez que López se adjudicó acelerando un poco en los asaltos finales. Hasta aquí, nada demasiado impactante, dado que el púgil de raíces hondureñas ya había mostrado en varias ocasiones en el pasado que no se entusiasma contra los estilistas, y que el propio Barboza no es famoso por la espectacularidad de sus combates.

Sin embargo, las cosas empeoraron cuando Devin Haney adoptó una estrategia ultra prudente para imponerse sobre un deslucido José Ramírez, aburriendo mortalmente al público, antes de que Ryan García y Rolando Romero pasaran gran parte de sus doce asaltos haciéndose más daño con sus miradas que con sus golpes, con la única excepción del knockdown inicial.

Para completar el deprimente panorama, al día siguiente, Canelo Álvarez y William Scull se adjudicaron el poco envidiable récord del menor número de golpes lanzados en un combate de doce asaltos (apenas 445) desde que se introdujo el sistema de medición estadística denominado Compubox.

Inevitablemente, en la web y más allá se desataron feroces debates sobre las causas de los horrendos espectáculos a los que, a nuestro pesar, nos vimos obligados a asistir. La consternación general fue tan significativa que algunos incluso se atrevieron a teorizar un cambio antropológico al que habrían sido sometidos los boxeadores modernos y a profetizar la creciente frecuencia de combates tácticos y monótonos.

El propósito de este artículo no es dar una respuesta definitiva a estas dudas identificando con certeza absoluta las causas del «desastre». Mis estudios en ingeniería me han convencido ampliamente de la validez del dicho «la correlación no implica causalidad» y soy plenamente consciente de que identificar elementos comunes en los diversos combates insípidos de los últimos días no constituye una prueba de una posible relación causal.

Sin embargo, considero oportuno destacar un par de aspectos que podrían haber contribuido a penalizar la calidad de los espectáculos presentados. Estos aspectos son las bolsas «fuera de mercado» otorgadas a los boxeadores por voluntad del funcionario gubernamental saudí Turki Alalshikh y las atmósferas surrealistas en las que se llevaron a cabo los combates del viernes y del sábado, muy diferentes de las que típicamente se respiran en las gradas de un mundial de boxeo.

Comencemos con el tema de las bolsas. Como es sabido, Turki Alalshikh no es un promotor como los demás. Por muy poderosos e influyentes que sean, los diversos Eddie Hearn, Bob Arum, Al Haymon, Oscar De La Hoya y todos sus colegas deben siempre someterse a una restricción económica fundamental al organizar sus eventos de boxeo: los ingresos deben superar las pérdidas.

Esto no se aplica a los eventos de la Temporada de Riad: los fondos disponibles no provienen de las cuentas personales de Alalshikh, sino del presupuesto de todo un país (Arabia Saudita) y, por lo tanto, también pueden ser «derrochados» si eso contribuye a alcanzar otros tipos de objetivos, entre ellos mejorar la imagen del Reino de Bin Salman ante los ojos de Occidente.

Si bien esta disponibilidad económica casi ilimitada puede representar un recurso valioso, favoreciendo la realización de combates de boxeo anhelados por las multitudes, por otro lado, pagar en exceso a un boxeador asegurándole una bolsa muy superior a su valor de mercado también puede resultar un arma de doble filo, influyendo fuertemente en su actitud en el ring.

Tomemos el caso de William Scull, un boxeador cubano semidesconocido que se convirtió en campeón mundial de la IBF de manera rocambolesca, gracias a un veredicto muy casero emitido por los jueces al final de una actuación suya nada memorable contra el ruso Vladimir Shishkin. En un contexto «normal», Scull nunca habría sido considerado como oponente de Álvarez, quien de hecho ya había renunciado en el pasado a su título FIB para evitar enfrentarlo.

Según las estimaciones publicadas, Scull habría recibido al menos 3 millones de dólares por un combate que muy pocos estaban interesados en ver. Y pareció haberse preparado más para un partido de escondidas que para un enfrentamiento de boxeo: se llevó su generoso cheque corriendo los menores riesgos posibles, abandonando el ring ileso y sonriente después de haber pasado doce asaltos esquivando y lanzando amagos de jab que, en su mayoría, ni siquiera llegaron a destino.

Un razonamiento similar se puede aplicar a algunos de los retadores en la velada de Times Square: ¿por qué José Ramírez y Arnold Barboza deberían haberse exprimido al máximo, exponiéndose a lesiones, si sus bolsas ya les permiten llevar una vida holgada y no necesitan obtener nuevas oportunidades de prestigio?

El otro aspecto que conviene considerar es el de las atmósferas de los eventos. Tanto la velada organizada en Times Square (menos de 300 asientos, asignados solo por invitación) como la organizada en Riad fueron descritas por los presentes como silenciosas y surreales, muy diferentes del clima que normalmente se respira en las grandes citas del boxeo mundial.

Tenemos precedentes recientes que sugieren que el comportamiento del público puede influir significativamente en el rendimiento de los boxeadores. Durante la pandemia de COVID-19, los combates se celebraban en arenas vacías y silenciosas, con la única presencia de los equipos de los púgiles.

Quienes tengan buena memoria recordarán varias actuaciones «extrañas» o inesperadas en ese período. Por ejemplo, Vasyl Lomachenko pareció olvidar cómo lanzar golpes durante siete asaltos contra Teofimo López; Oleksandr Usyk tuvo muchas dificultades para activarse en su pelea y para contener al unidimensional Dereck Chisora; y Miguel Berchelt resultó irreconocible al ser arrollado por Óscar Valdez, como si hubiera olvidado todo lo que sabía hacer en un ring.

Estos casos sugieren que un público ausente o silencioso puede tener un efecto negativo sobre la actitud de un boxeador. Es plausible pensar que, con una multitud encendida, exigente, lista para abuchear a quien no da espectáculo y para estallar de júbilo tras cada intercambio furioso, los protagonistas de la semana pasada se habrían arriesgado más.

¿Qué conclusiones podemos sacar de estas reflexiones? A mi parecer, los acontecimientos recientes nos enseñan que el boxeo es un deporte “del pueblo”, que alcanza su máxima expresión cuando se alimenta del entusiasmo del público y del coraje de los atletas. Por ello, es preferible organizar los grandes combates en contextos donde una multitud interesada pueda proporcionar un marco adecuado a la obra de arte que se desarrolla en el ring.

Además, hemos aprendido que no es útil garantizar a un boxeador una bolsa desproporcionada respecto a su valor de mercado. Obviamente hay excepciones: a veces el “mercado” infravalora injustamente a un deportista por motivos como su nacionalidad, su escasa simpatía mediática o su estilo poco espectacular.

No es raro que talentos excepcionales como Dmitrii Bivol y Artur Beterbiev generen ingresos modestos pese a ofrecer actuaciones de altísimo nivel. En estos casos, que alguien decida otorgarles una cifra de siete dígitos para recompensar su esfuerzo representa una bendición.

Sin embargo, cuando el desinterés del público depende de la escasa atractividad del emparejamiento, inflar las ganancias de los púgiles puede resultar contraproducente, disminuyendo su hambre de gloria y de victoria, adormeciendo su instinto de lucha con un colchón demasiado blando de billetes.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *