Francesco Acatullo subió al ring en cuatro ocasiones con el objetivo de conquistar el título italiano y así coronar el sueño que lo acompañaba desde sus inicios, pero en las cuatro oportunidades el objetivo se le escapó de las manos. Muchos, en su lugar, se habrían rendido, habrían pasado página, habrían buscado alegrías y satisfacciones en otros ámbitos. Pero «Frank, el Tigre de Caivano» siguió persiguiendo obstinadamente su meta y el mes pasado, contra todo pronóstico, construyó su éxito.
Un nocaut fulminante, repentino, logrado con una terrible derecha en el primer asalto contra el gran favorito Arblin Kaba, dejó literalmente con la boca abierta al público presente en la velada de Orbetello. Acatullo fue entonces alzado en triunfo y por fin pudo tener entre sus manos ese cinturón tricolor que tanto había perseguido.
Nos pusimos en contacto con Francesco, quien aceptó amablemente compartir con nosotros algunos aspectos de su historia deportiva y personal.
Tu apodo, muy sugerente, es “Frank, el Tigre de Caivano”. ¿Cómo nació este sobrenombre y cuándo empezó tu aventura en el mundo del boxeo?
Yo nací en Maddaloni, en la provincia de Caserta, pero mis padres, mis abuelos y todos mis antepasados son originarios de Caivano, en la provincia de Nápoles, que está a unos diez kilómetros de Maddaloni. Me crié en Caivano y viví allí hasta los dieciséis años, cuando me trasladé a Voghera, en la provincia de Pavía, donde me reuní con mi padre, que estaba allí por motivos de trabajo. Mis padres se habían divorciado a principios de los años 2000 y en 2005 fui a vivir con él, también porque había tenido su quinta hija y yo quería estar presente para el nacimiento de mi hermana.
En Caivano trabajaba como barbero, pero al trasladarme empecé a trabajar con mi padre, que se dedicaba al mundo de la construcción como alicatador: para mí era sobre todo una forma de pasar tiempo con él. Más adelante, de todos modos, me animó a inscribirme en una escuela de formación para peluqueros, y el de barbero es el oficio que sigo ejerciendo hoy en día.
En aquel primer periodo, después del trabajo, para ayudarme a liberar el estrés, mi padre me llevaba al gimnasio de boxeo de Voghera, donde se formó el gran Giovanni Parisi, también porque conocía al difunto maestro Livio Lucarno. Aquí el boxeo se vive con gran pasión, ya que la ciudad ha producido varios campeones.
Mis amigos empezaron a llamarme Frank y, como decían que tenía “la mirada del tigre”, al poco tiempo mi apodo se convirtió en “Frank, el Tigre de Caivano”, y me lo quedé durante los siguientes veinte años. El primero en llamarme así fue un compañero de entrenamiento que se llamaba Federico.
Cuéntanos algo sobre tu carrera amateur. ¿Qué te llevó a convertirte en boxeador profesional?
Mi carrera amateur fue muy intensa: peleaba muy a menudo, entre campeonatos y distintos torneos. Empecé entre 2006 y 2007 y disputé unos 60 combates, con 16 derrotas, 6 empates y el resto victorias. Estoy contento con mi recorrido: mi carrera amateur no fue excelente, pero fue lo suficientemente buena como para alcanzar los puntos necesarios para pasar al profesionalismo.
Gané en más de una ocasión el torneo de los cinturones lombardos y también otros torneos que se celebraban en ciudades cercanas: en Como, en Cremona, en Varese… Varias veces fui seleccionado para concentraciones colectivas con la selección nacional que se celebraban en Santa Maria degli Angeli y también me convocaron como sparring para ayudar al equipo Italia Thunder en la época de las World Series of Boxing.
Participé varias veces en el Guante de Oro y en distintas ocasiones terminé segundo en los campeonatos regionales: nunca logré ganarlos porque siempre me fue mal en la final. Digamos que mi nombre, al menos aquí en Lombardía, empezó a hacerse conocido.
De todos modos, después de quedar segundo dos o tres veces en los regionales y habiendo ya disputado sesenta combates, maduré el deseo de convertirme en boxeador profesional. Me puse en manos del maestro Luciano Bernini, que aquí en Voghera ha entrenado a muchos profesionales durante años, y en 2013 hice mi debut.
En tu tercer combate sufriste una derrota antes del límite contra Luca Maccaroni. Muchos en tu lugar se habrían desanimado; tú, en cambio, seguiste adelante por tu camino y siete meses después te tomaste la revancha. ¿Qué te enseñó aquella derrota y qué cambios adoptaste para imponerte en la revancha?
Fíjate que pocos meses después de esa derrota enfrenté a un boxeador más experimentado que Maccaroni, Salvatore Costarelli, y lo noqueé en el tercer asalto. Luego, tras otro combate, quise la revancha con Luca Maccaroni a toda costa. Esa vez estaba preparado físicamente, pero no estaba bien a nivel psicológico. Subestimé a mi rival, sabía que era mejor que él, así que entrenaba pensando: “Igual voy a ganar”. Además, hacía un calor terrible: peleamos en una carpa en Sequals, en la cartelera previa del combate por el Título de la Unión Europea entre Brunet Zamora y Massimiliano Ballisai, en un hermoso evento en memoria de Primo Carnera. Subí al ring convencido de que ganaría, y de hecho empecé muy bien, pero ya en el segundo asalto tuve una bajada física, no sentía las piernas. Recibí un golpe duro y el árbitro me hizo la cuenta. Maccaroni, que tenía más experiencia que yo, supo aprovechar la ocasión: me atacó de inmediato y conectó más golpes, lo que llevó al árbitro a parar la pelea. Sin embargo, apenas volví al vestuario me dije: “No me voy a rendir después de esta derrota. Francesco, levántate, no te desanimes, porque esto es solo el comienzo. Si quieres lograr lo que deseas, también tienes que aceptar estas derrotas”. Muchas personas, después de una derrota antes del límite, no tienen el valor de intentarlo de nuevo. Pero como se dice, “gana quien no se rinde”: yo no me rendí y pronto me tomé la revancha.
Tu carrera te ha llevado a pelear en muchísimas ciudades italianas, muchas veces en casa de tus rivales, aceptando combates con muy poca antelación: este modo de proceder, generoso pero también arriesgado, sin duda ha tenido un impacto importante en tus resultados. ¿Por qué has gestionado tu carrera de boxeador de esta manera?
He tenido algunos altibajos, discusiones con el maestro Bernini… Cambié de gimnasio, me fui a vivir a Milán, a Brescia, a Parma, a Módena… incluso volví a Nápoles, cambiando siempre de entrenadores. Ensucié un poco mi carrera porque para mantenerme no me alcanzaba con el dinero de mi sueldo, así que tuve que aceptar combates que no debería haber aceptado. Lamentablemente no tenía puntos de referencia ni técnicos ni a nivel de gestión, así que hice las cosas un poco a mi manera. Me gestioné mal, pero eso me ayudó a crecer: tuve experiencias buenas y malas, pero todo junto contribuyó a hacerme un hombre más maduro. Finalmente, en 2019, decidí volver otra vez a Voghera con mi padre y empezar de cero. Volví a entrenar en mi viejo gimnasio, me puse otra vez en manos del maestro Bernini y él me dijo: “Francesco, si empezamos de nuevo, esta vez tienes que hacerme caso y hacer lo que yo te diga”. Tomé las riendas de la situación y me dije: “Ya soy un hombre de 33 años, tengo que madurar y hacer lo que diga mi entrenador, que tiene más experiencia que yo. Cuando me dice algo, lo hace por mi bien, además me conoce desde hace tantos años que es casi como si fuera su hijo”. Decidimos entrar en el equipo de la señora Rosanna Conti Cavini y volvimos a entrenar en serio. Mi mánager Monia Cavini me dijo: “Este contrato que firmamos tiene que ser ascendente y exitoso. Dame un poco de tiempo, te haré pelear algunos combates de rodaje para que subas en el ranking”. Y así fue: en 2024, ocho años después de la última vez, volví a disputar el Título Italiano contra Giuseppe Carafa, perdiendo por poco en las tarjetas al final de una gran pelea.
Una vez fuiste protagonista de un episodio muy peculiar. Habías aceptado sustituir a última hora al rival de Luca Marasco y llegaste al lugar el mismo día del combate, con tu adversario ya pesado el día anterior. ¿Qué ocurrió después?
[Se ríe, NDR] Aquella fue una noche de locos. Luego con Luca entablé también una bonita relación. Me llamaron pocos días antes del combate y tenía que viajar de Nápoles a Brescia para pelear. Era diciembre, hacía frío, y descarté de inmediato ir en coche, porque en ese momento tenía un coche poco apto para tantos kilómetros. Los únicos billetes de tren disponibles me hacían llegar a Brescia a medianoche, la noche antes del combate. Cuando me presenté ante los médicos y el comisario de la velada, el día del combate, me dijeron: “Acatullo, tiene que pesarse”. Yo estaba algo preocupado, porque había desayunado y también almorzado… El mánager me había dicho que teníamos que estar por debajo de los 64 kilos. Me subí a la báscula y pesaba 65,5. Pensé: “¡Madre mía, un kilo y medio de más!” Luego llegó Marasco y yo, dirigiéndome a los médicos, pedí que lo pesaran también a él. Aún recuerdo perfectamente su peso: ¡71,9 kilos! Me eché a reír pensando que esa noche iba a tener que pelear en el peso medio, y Marasco, con acento lombardo, decía: “¡Es líquido! ¡Es líquido!” Y yo, bromeando, le pregunté: “¿Pero qué te has bebido, una piscina olímpica?”
Yo quería pelear de todas formas, porque había hecho todo ese viaje y además me habían pagado igualmente la bolsa, así que me sentía incómodo al no subir al ring. Sin embargo, el comisario de la velada consideró que la diferencia de peso era excesiva, así que esa noche fui espectador: vi la velada junto a Checco, de Modà, que había ido a ver a su amigo Emiliano Marsili. Al día siguiente desayuné, me acompañaron a la estación y tomé el tren de regreso a casa.
Cuéntanos tu noche de ensueño: esos dos minutos que nunca olvidarás.
Después de la derrota contra Carafa, hice dos combates de rodaje gracias a la Boxe Voghera y a mi mánager Monia Cavini. Dos victorias fundamentales para sumar puntos y volver a ser elegible para disputar el título. En realidad, al principio el cinturón iban a disputárselo Arblin Kaba y Christian Gasparri, pero Gasparri se lesionó tres semanas antes del combate y entonces me designaron como sustituto.
Yo soy de los que cada mañana, antes de ir a trabajar como barbero, dedica tiempo a correr y entrenar. Luego, tras mis diez horas de trabajo, voy al gimnasio y me entreno de nuevo. Así que siempre estoy listo y en condiciones adecuadas para subir al ring. Claro que no pensábamos que acabaríamos disputando el Título Italiano… Así que en esas tres semanas preparamos en el gimnasio el golpe quirúrgico necesario para mandar a la lona a Kaba y conquistar el título.
Mi maestro me dijo: “Francesco, ya tuvimos mala suerte el año pasado contra Carafa. La única forma de silenciar a todos es ganar antes del límite. Tenemos que encarar el primer asalto como si fuera el último, buscar el KO y llevarnos el cinturón”. Y así, durante esas semanas, me repetía: “Ahora o nunca. Tengo que ganar por KO y volver a Voghera con el cinturón de campeón de Italia”.
Subí al ring con 37 años, con todos diciéndome que era un fracasado, un perdedor. Decían: “¿A dónde va? ¿Está loco? ¿Con tres semanas de aviso va a enfrentarse a Kaba? ¡Kaba es fuerte y ya le ganó una vez!” Yo fingí no oír todas esas voces. Tenía que ganar a toda costa: me lo merecía. Mi maestro Bernini y yo nos habíamos hecho una promesa muchos años atrás: que llegaríamos a ser campeones de Italia. Esa promesa la cumplimos, y esa fue nuestra mayor satisfacción: haber hecho realidad nuestros sueños juntos.
Una última curiosidad: ¿quién ha sido el rival más fuerte con el que te has cruzado?
Me he cruzado con muchos boxeadores fuertes. El 24 de enero de 2015 me enfrenté a Andrea Scarpa en Bérgamo por el Título Italiano del peso superligero. El mes anterior había vencido a Emanuele De Prophetis: si me hubiese derrotado, habría sido él quien se enfrentara a Scarpa, pero al ganar yo ocupé su lugar. Todos me preguntaban: “¿Estás seguro de querer pelear con Scarpa? Mira que tiene pegada, ha noqueado a este y a aquel…” Pero yo me sentía listo. Recibí la llamada dos días antes de Navidad, quedaban treinta días para el combate y dije: “¡De aquí a treinta días podría incluso disputar el Título Mundial!”
Confiaba plenamente en mi maestro Luciano Bernini y no tenía miedo: subí al ring para ganar. Fue un combate increíble, y quien lo vio todavía hoy, después de más de diez años, recuerda el Acatullo vs Scarpa. Una pelea intensa de principio a fin. Todos decían que no pasaría del tercer asalto, pero puse en aprietos a mi rival y le hice sudar la victoria. Siempre lo recordaré como el mejor combate de mi carrera.
Además de Andrea Scarpa, también quiero nombrar como mejor rival a Pasquale Di Silvio. El combate contra él me hizo entender muchas cosas. Después de aquella derrota, Pasquale me animó a no rendirme. Me dijo: “Francesco, ahora empiezas desde aquí y te levantas más fuerte que antes.”
Cuando peleamos, Di Silvio tenía 37 años. Diez años después viví una especie de repetición: me encontré yo en el papel del boxeador de 37 años que sube al ring, gana antes del límite y conquista el Título Italiano. Pasquale y yo tenemos aún hoy una relación estupenda; el otro día hablamos y me dijo que estaba felicísimo por mi victoria. Le agradecí, porque para mí fue un verdadero motivador.