Sugar Ray Robinson vs Jake LaMotta: seis combates que encendieron a las moltitudes

El 14 de febrero de 1951 llegó a su fin lo que podríamos definir como una «saga histórica» del boxeo internacional: la serie de enfrentamientos entre «Sugar» Ray Robinson y Jake «Bronx Bull» LaMotta. Seis combates que, a lo largo de casi una década, encendieron a las multitudes, dividieron a los aficionados y emocionaron a los amantes del boxeo de alto nivel; seis combates que hoy en día son auténticos hitos en la historia de la categoría de peso mediano.

Primer combate (10/02/1942)

La primera vez que el Toro del Bronx—cuyo nombre de nacimiento, Giacobbe LaMotta, delata las claras raíces italianas de su familia—se encontró en el mismo ring con el legendario Sugar Ray, ninguno de los dos había probado aún las mieles de un título mundial. LaMotta llegó a la pelea con un récord de 25 victorias, 4 derrotas y 2 empates, un registro más que respetable en una época en la que se peleaba con una frecuencia que hoy parece irreal y en la que los boxeadores estaban mucho menos protegidos en su camino hacia los combates de alto nivel.

Un récord muy bueno, sin duda, pero menos impresionante que el de su rival, invicto tras 35 peleas, 27 de ellas ganadas antes del límite. Aquella noche, sin embargo, el gran Robinson se encontró por primera vez en su vida frente a un peso mediano real: hasta ese momento, el fenomenal púgil estadounidense nunca había peleado por encima de la categoría de peso wélter.

La diferencia de físico se hizo evidente desde el pesaje. LaMotta marcó 71,6 kilos frente a los apenas 65,8 de Sugar. A pesar de ello, era precisamente el boxeador más ligero el claro favorito en las apuestas, y el ring, que esa noche fue el mítico Madison Square Garden de Nueva York, le dio la razón a los pronósticos.

Robinson sufrió el estilo poco convencional y la agresividad del rival, más corpulento, solo en el primer asalto de los diez programados, recibiendo duros golpes al torso y teniendo dificultades para controlar la corta distancia. A partir del segundo asalto, sin embargo, empezó a brillar gracias a su inimitable juego de piernas y ofreció una exhibición de clase pura, dominando la mayor parte del combate.

En el séptimo asalto, LaMotta volvió a poner en peligro a su rival con algunos ganchos salvajes, pero no fue suficiente para detener a un oponente que esa noche se mostró más preparado y logró conectar desde todos los ángulos, deleitando a los casi trece mil espectadores presentes, aunque también recibiendo algunos abucheos debido a su estilo evasivo, no apreciado por todos.

Segundo combate (05/02/1943)

Los dos campeones volvieron a cruzar guantes apenas cuatro meses después. Como muestra del ritmo infernal al que los atletas debían someterse en aquellos años, cabe destacar que, en el tiempo transcurrido entre ambos combates, LaMotta y Robinson disputaron cinco y cuatro peleas, respectivamente, ganándolas todas.

Esta vez, el enfrentamiento tuvo lugar en Detroit, en el Olympia Stadium, y el público rozó las diecinueve mil personas. Un LaMotta completamente desatado ofreció en esa ocasión una de las mejores actuaciones de toda su carrera, atacando sin descanso con feroz determinación, alternando golpes al rostro y al cuerpo y sin dar un segundo de tregua a su oponente.

Por su parte, Robinson cometió el grave error de dejar a un lado su «florete» y empuñar la «sable», aceptando pelear en el terreno preferido de su rival, probablemente con la intención de acallar a quienes le habían reprochado haber ganado el primer combate retrocediendo constantemente.

El octavo asalto fue el más significativo del combate. LaMotta, que ya tenía una clara ventaja en las tarjetas, utilizó todo su arsenal ofensivo y, tras arrinconar a Sugar contra las cuerdas, lo dejó aturdido con dos golpes demoledores, uno al rostro y otro al cuerpo, haciéndolo caer fuera del ring.

Robinson se levantó visiblemente afectado y fue salvado por la campana. Logró llegar heroicamente al final del décimo y último asalto, pero, naturalmente, fue declarado perdedor en la lectura del veredicto. Así se interrumpió su impresionante racha de 40 victorias consecutivas.

Tercer combate (26/02/1943)

Increíble pero cierto, el tercer combate se organizó apenas tres semanas después del segundo. Aún más sorprendente, si se piensa con los parámetros de los tiempos modernos, es que Robinson peleó y ganó otra pelea entre ambos duelos, solo una semana antes del tercer enfrentamiento con el Toro del Bronx. La sede fue la misma que la vez anterior, y también se mantuvo la distancia de diez asaltos.

Robinson demostró haber aprendido la lección y, a diferencia de lo ocurrido tres semanas antes, adoptó desde el inicio una estrategia táctica sumamente astuta. Sugar decidió utilizar repetidamente su magistral jab izquierdo para contener la agresividad del rival y frenar su avance, para luego lanzar violentos uppercuts de derecha en cuanto LaMotta se encontraba a distancia de intercambio.

Esta estrategia calculada y eficaz le permitió tomar ventaja en las tarjetas durante la primera fase del combate. Sin embargo, el Toro del Bronx no era de los que se rendían fácilmente: a pesar de las dificultades, no perdió el ánimo y siguió buscando el espacio adecuado para conectar sus golpes, hallándolo finalmente en el séptimo asalto, cuando con un potente gancho de izquierda obligó a su ilustre adversario a probar la lona.

A pesar de sus esfuerzos, el pegador italoamericano no logró terminar el trabajo y, aunque había recuperado terreno en las tarjetas en comparación con la primera mitad del combate, no hizo lo suficiente para convencer a los jueces.

Al finalizar el combate, Robinson admitió que había sido sacudido por la potencia de Jake y que deliberadamente esperó unos segundos antes de levantarse tras la caída para recuperar la lucidez. LaMotta, en cambio, cuestionó el veredicto, afirmando que había sido un regalo para Sugar Ray en vista de su inminente alistamiento en el ejército.

Cuarto combate (23/02/1945)

Pasaron dos años entre el tercer y el cuarto combate entre nuestros protagonistas. Fueron años en los que ambos demostraron su valía, mejorando sus récords y poniendo a prueba sus habilidades contra oponentes de las más diversas características.

Ray Robinson no había vuelto a perder tras su segunda pelea con Jake y llegó al cuarto enfrentamiento con un impresionante récord de 53 victorias y solo una derrota. LaMotta, quien subió al ring con un récord de 45 victorias, 8 derrotas y 2 empates, seguía siendo el hombre más pesado, pero la diferencia de peso, que en los primeros tres combates había sido de aproximadamente siete kilos, empezaba a reducirse: esta vez la balanza marcó cuatro kilos de ventaja para el Toro del Bronx.

El combate, disputado en el Madison Square Garden ante poco más de dieciocho mil espectadores, resultó ser la victoria más cómoda de Robinson sobre LaMotta. Sugar tomó el control desde el inicio e impuso la distancia que más le convenía durante toda la pelea. La única ocasión en la que Jake ilusionó a sus seguidores fue en el sexto asalto, cuando acorraló a su rival en la esquina y lo castigó con una serie de ganchos, provocando el rugido del público; sin embargo, el ataque se disipó rápidamente y quedó en un episodio aislado.

Aunque el árbitro y los jueces oficiales dieron puntuaciones más ajustadas, la agencia de noticias Associated Press otorgó a Robinson 9 de los 10 asaltos disputados.

Quinto combate (26/09/1945)

Siete meses después del cuarto enfrentamiento, LaMotta y Robinson volvieron a cruzar sus destinos en el Comiskey Park de Chicago. Por primera vez, el combate estaba programado a doce asaltos. Decidido como nunca a borrar la pálida actuación de febrero, el Toro del Bronx llegó al ring en una forma espléndida; venía de una racha de siete victorias consecutivas, en sus dos últimas peleas había logrado dos imponentes nocauts y esta vez estaba dispuesto a morir antes que permitirle a su eterno rival una victoria fácil.

Sugar Ray, por su parte, había subido al ring tres veces y, además, había sido obligado a un empate por el puertorriqueño Jose Basora, a quien Jake había noqueado.

Robinson, nuevamente con aproximadamente cuatro kilos menos que su adversario, pudo imponer su superioridad técnica durante la primera mitad del combate, pero tuvo serias dificultades para contener la furia de Jake a medida que se acercaban los asaltos de campeonato.

El noveno, décimo y undécimo asalto estuvieron marcados por una presión asfixiante y constante por parte del Toro del Bronx, y solo una condición física excepcional permitió a Sugar resistir semejante prueba de fuerza.

Un juez vio ganar a LaMotta con seis puntos de ventaja, pero el otro juez y el árbitro, otorgando a Robinson dos puntos de diferencia, inclinaron la balanza a favor de Sugar, quien fue declarado vencedor por decisión dividida.

Robinson afirmó que ese había sido, sin duda, el combate más duro de los cinco disputados contra LaMotta. El público protestó airadamente al escuchar las tarjetas, y los periodistas de la época también se dividieron entre quienes creían que Robinson había sacado una ventaja demasiado amplia en la primera parte del combate y quienes consideraban que el Toro del Bronx había hecho lo suficiente para recuperar el terreno perdido.

Un último capítulo memorable se hacía cada vez más necesario, pero para presenciar el desenlace definitivo de esta apasionante saga, los aficionados al boxeo tuvieron que esperar más de cinco años.

Sexto combate (14/02/1951)

Cuando Jake LaMotta y Ray Robinson se encontraron por última vez en el ring para disputar el más importante de sus enfrentamientos, mucha agua había corrido bajo el puente desde el polémico veredicto de Chicago.

El Toro del Bronx había pasado por la humillante derrota en el combate amañado contra Billy Fox, que le abrió el camino hacia una oportunidad por el título mundial, había arrebatado el cinturón al legendario Marcel Cerdan, lo había defendido contra el italiano Tiberio Mitri y había logrado una victoria tan espectacular como sorprendente contra el peligroso francés Laurent Dauthuille, noqueándolo en el decimoquinto y último asalto cuando estaba abajo en las tarjetas.

Mientras tanto, Ray Robinson se había convertido en campeón mundial de peso wélter y había defendido su título en múltiples ocasiones, derrotando, entre otros, al fenomenal cubano Kid Gavilán. Entre defensa y defensa, Sugar no dudó en enfrentarse a pesos medianos de gran nivel en combates sin título en juego, sin preocuparse por la diferencia de tamaño, preparándose así para la hazaña de coronarse también en la categoría superior.

Cuando LaMotta subió al ring del Chicago Stadium aquel día de San Valentín, el récord de Robinson había alcanzado cifras de ciencia ficción: 121 victorias, 2 empates y solo una derrota, la misma que Jake le había infligido ocho años antes.

El Toro del Bronx había pasado por sacrificios indescriptibles y pruebas durísimas, tanto en la vida como en el ring, para llegar finalmente a la cima del mundo. Y aquella noche mágica demostró al mundo entero hasta dónde estaba dispuesto a llegar para conservar su preciado cinturón.

Consciente de sus derrotas previas en las tarjetas, Jake decidió dejar atrás su tradicional arranque lento y lo dio todo desde el primer tañido de la campana. Robinson, que para entonces había alcanzado un nivel que quizás ningún otro boxeador en la historia ha igualado, no se quedó atrás y respondió golpe por golpe, dando vida a una batalla electrizante y, por largos tramos, equilibrada.

Al término del octavo asalto, la United Press tenía seis rounds a favor de LaMotta y dos para el retador; otros observadores, incluidos los jueces oficiales, veían la pelea con puntuaciones distintas, favorables a Sugar Ray, pero la sensación de paridad era evidente.

Sin embargo, a partir del noveno asalto, un LaMotta agotado por el esfuerzo empezó a disminuir su ritmo y Robinson tomó el control. Sugar encontraba el blanco con cada vez mayor facilidad, y la violencia de sus golpes comenzó a reflejarse en el rostro del campeón.

A pesar de que sus fuerzas lo estaban abandonando y de recibir golpes de una dureza indescriptible, Jake continuó resistiendo con un coraje indomable sin tocar la lona en ningún momento. En el transcurso del decimotercer asalto, tras otra combinación devastadora de Robinson, el árbitro Frank Sikora consideró que había visto suficiente y detuvo el combate. El Toro del Bronx había sido derrotado por nocaut técnico, pero, una vez más, no había caído.

El castigo que LaMotta soportó en los últimos asaltos fue tan brutal que el combate pasó a la historia como La Masacre de San Valentín, en alusión a un célebre ajuste de cuentas entre mafias que había teñido de sangre las calles de Chicago el 14 de febrero de 1929.

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