Entrevista a Valerio Nati, el soberano de Europa que nunca dejó de soñar

Creer siempre sin rendirse jamás, incluso cuando todos te dan por acabado. Para Valerio Nati, gran boxeador de Romaña en los años 80, esas palabras representaron una auténtica religión: regularmente señalado por los expertos como perdedor, este temerario pegador italiano era un verdadero maestro en romper los pronósticos. Auténtico soberano de Europa con sus dos reinados coronados por ocho victorias totales en combates por el prestigioso cinturón de la EBU, Nati nunca dejó de soñar con el Título Mundial, y a los 33 años ya cumplidos —y con una larguísima y agotadora carrera a sus espaldas— vio finalmente recompensados sus sacrificios.

La victoria con la que en diciembre de 1989 conquistó en Teramo el cinturón supergallo de la WBO representó la culminación de un recorrido exitoso, enriquecido por las emociones inolvidables que su estilo combativo regalaba a sus numerosos fans.

Desde sus primeras alegrías entre las dieciséis cuerdas, pasando por las muchas rivalidades, los combates memorables y hasta las satisfacciones actuales, repasamos la historia de Valerio Nati a través de las respuestas del propio protagonista, que amablemente accedió a compartir sus recuerdos.


Su primer triunfo titular fue el que en 1979 le permitió coronarse campeón de Italia al destronar al lombardo Giuseppe Fossati. Ese nombre le trae recuerdos agridulces, ya que fue precisamente él quien le arrebató años más tarde el cinturón europeo. ¿Qué recuerdos guarda de aquella trilogía?

Gané bien el combate por el Título Italiano, y después de todas esas defensas del Título Europeo empecé a tener dificultades para dar el peso, porque ya habían pasado más de dos años y estaba pensando en cambiar de categoría. Cuando lo volví a enfrentar por el Europeo, estaba bastante debilitado porque no había comido, no veía venir los golpes pero sí los sentía [ríe, nota del redactor]. Me sentía entumecido, así que perdí y él se llevó merecidamente el título. Luego hicimos otra revancha en Bolonia y declararon empate. A mí me pareció que le echaron una manita, pero así lo vieron los jueces.

Como campeón europeo del peso gallo fue protagonista de varias actuaciones espléndidas, desde la victoria por la mínima ante Juan Francisco Rodríguez hasta los triunfos arrolladores sobre el inglés John Feeney y el español Esteban Eguía. ¿Qué combates de esa etapa le han quedado especialmente en el corazón y por qué?

El de Rodríguez, que había ido a dos Juegos Olímpicos. Pero en ese periodo yo estaba muy fuerte, él se pasaba todo el tiempo escapando y prácticamente no quiso aceptar el combate. Contra Eguía en cambio, todos me daban por perdedor. El inicio fue difícil: me hizo una herida en el ojo en el segundo asalto, era alto y tenía los brazos largos, con los que me mantenía a distancia. En ese momento entendí que tenía que acortar la distancia y pegar cuando me acercaba, porque yo era más fuerte. De hecho, acorté y primero lo golpeé al hígado, luego arriba, y al final cayó por KO. Hice un gran combate aunque todos me daban por derrotado.

Su paso al peso pluma lo llevó al hermoso derbi de Camaiore contra su paisano Loris Stecca, un combate para el que, una vez más, muchos lo daban por vencido y que sin embargo resultó ser muy equilibrado y emocionante. ¿Cómo juzga hoy ese veredicto y qué le faltó aquella noche para llevarse el Título Europeo?

Los titulares de los periódicos del día siguiente decían: “Para los jueces gana Stecca, para el público gana Nati”. Loris con los demás siempre iba al ataque, pero conmigo huía. Es más, hay incluso un momento, grabado en los vídeos, en que estando él en la esquina su esposa le grita “¡Huye!”. Yo, en mi interior, siento que gané, pero él ya tenía firmado el contrato para disputar el mundial contra Leonardo Cruz, así que no podía perder. El árbitro me detenía cada vez que lo acorralaba: ya estaba todo escrito. Por otro lado, él tenía como mánager a Branchini, que para mí ha sido uno de los mejores del mundo, mientras que yo tenía a mi vecino Giorgio Bonetti. Cuando de amateur ya no encontraba rivales, me dijo: “Probamos con el profesionalismo y vemos hasta dónde llegamos”, y así empezamos juntos. Luego me di cuenta de que él no podía llevarme más allá del Europeo, pero nos separamos en buenos términos, tanto que nunca dejó de venir a apoyarme. Con Branchini, en cambio, entendí que se podía hacer algo más.

Después del valiente pero desafortunado viaje a Belfast contra el temible pegador Barry McGuigan, encadenó una racha de 14 victorias consecutivas sin título en juego. Algunos de los rivales de esta etapa de su carrera eran realmente respetables, desde el inglés Billy Hardy hasta el colombiano Rubén Palacio. ¿Cómo es que pasaron más de tres años antes de que se le ofreciera una nueva oportunidad titular?

Yo ya estaba con Branchini, pero Branchini tenía también a los dos hermanos Stecca. Así que, en cierto sentido, yo rompía los muros y ellos pasaban. Cuando había combates duros, siempre me tocaban a mí, aunque ellos eran muy buenos: Maurizio fue campeón olímpico y Loris estaba en su mejor momento. Pero los combates duros eran los míos. Había boxeadores que con Maurizio y con Loris habían perdido por puntos, mientras que conmigo no pasaban del cuarto asalto y me parecían livianitos…

Tras el violento KO sufrido a manos de Zaragoza, muchos lo daban por acabado…

También llegué a ese combate sin haber comido, y lo que me hicieron, en mi opinión, fue algo calculado. Yo ya tenía muchas dificultades para dar el peso, y a última hora me pospusieron el combate quince días. En la fecha prevista originalmente había logrado estar dentro del límite y me sentía fuerte, pero después de quince días manteniéndome en un peso que ya me resultaba forzado, me había convertido en un muerto viviente: al primer golpe bien colocado, caí. Dijeron que lo habían pospuesto porque a él le dolía una pierna, estaba en México y se quedó allí. Cuando llegó aquí, yo ya estaba KO.

Usted, de todos modos, nunca dejó de soñar y al final logró conquistar el título mundial de la WBO en Teramo contra el estadounidense Kenny Mitchell. Después de cuatro asaltos muy intensos, las heridas causadas por los cabezazos del estadounidense le impidieron seguir, lo que provocó la descalificación de su rival. ¿Qué opina de las críticas del equipo de Mitchell sobre la decisión del árbitro?

Si no lo hubieran descalificado, habría terminado noqueado, porque yo lo conectaba siempre con la derecha. Cada vez que se acercaba, lograba pegarle en retroceso y sentía mis golpes. Los cabezazos eran intencionados, en el vídeo se ve que lo hacía a propósito para abrirme: cada vez que esquivaba, volvía con la cabeza por delante. Había entendido que iba a perder antes del límite e hizo de todo para evitarlo. Algunos periodistas escribieron que yo podía haber seguido, pero la verdad es que yo habría seguido con gusto porque estaba seguro de noquearlo: ya estaba recibiendo muchos golpes duros. Mitchell, además, había vencido a Julio Gervacio, que era un verdadero campeón, así que era muy fuerte. Pero yo ya había estudiado bien la estrategia viendo sus vídeos y sabía que no aguantaría mi derecha, mi gancho de izquierda y que acabaría en la lona.

Tras colgar los guantes, se mantuvo cerca del ring como entrenador, logrando nuevas e importantes satisfacciones, entre ellas la de liderar a Italia Thunder a la victoria en el campeonato mundial de las World Series of Boxing en Londres. Hoy en día, ¿qué actividades son las que más alegría le dan?

Muchos boxeadores italianos ganadores los formé yo en Riccione. La Federación confió en mí, permitiéndome trabajar allí, y ayudé a crecer a todos los campeones que duraron mucho tiempo, entre ellos Clemente Russo… He formado a muchos chicos y trabajé durante muchos años como técnico, colaborando con Patrizio Oliva, Franco Falcinelli y otros grandes nombres de nuestra historia. En cuanto al resto, tengo una suerte, o tal vez debería llamarla un don: sé curar caballos. Algunos periódicos me han dedicado titulares como “Valerio Nati, ex campeón del mundo, susurra a los caballos”. Les curo las caderas, las patas, la cervical… hago un poco de todo. Cuando paso detrás de ellos, no me dan patadas; con mi método consigo tranquilizarlos y curarlos. Algunos eran caballos que estaban destinados al matadero: ya he salvado a nueve, así que no se trata solo de suerte. Hay un picadero cerca de Forlì donde voy con gusto a echar una mano por caridad, ya que allí también se organizan actividades para niños con discapacidades, algunos de ellos con síndrome de Down.

Muchas gracias por el tiempo que nos ha dedicado. ¿Quiere añadir algo para nuestros lectores?

Quiero añadir que me convertí en campeón del mundo también gracias a mis aficionados, que siempre me han seguido. He tenido muchísimos, y todavía hoy en Facebook me hacen sentir su cariño. Les doy las gracias de corazón a todos.

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