«Los golpes de Thomas Hearns y Roberto Durán eran risibles en comparación con los de Marijan Beneš.» Si estas palabras fueran pronunciadas por un aficionado cualquiera, tal vez lo tomarían por loco. Pero las dijo alguien que probó esos golpes en persona: nuestro Luigi Minchillo, y su juicio nos ayuda a comprender la fuerza destructiva del difunto pegador balcánico. Hijo de padre croata, nacido en Serbia y criado en Bosnia, Beneš se negó durante toda su vida a identificarse con alguna de las etnias en conflicto, prefiriendo definirse simplemente como «yugoslavo». Esta elección, a medida que crecían las hostilidades, le alienó las simpatías de unos y otros, dejándolo, tras la desintegración del Estado, como un campeón sin patria. A 6 años de su muerte, nos sumergimos en su historia de orgullo y sufrimiento.
El ascenso entre los amateurs y la batalla (ganada) con la hepatitis
Dotado de una musculatura pronunciada desde muy joven, Marijan Beneš nunca fue un ejemplo de técnica refinada ni de elegancia pugilística: desgarbado, poco ortodoxo, constantemente en busca del golpe decisivo, no era el prototipo de boxeador que suele triunfar entre los amateurs. Sin embargo, incluso en el boxeo amateur, sus oponentes caían como bolos: Beneš derrotó a 277 de ellos en 300 combates, llenando de gloria el gimnasio «Slavija» de la ciudad bosnia de Banja Luka, a la que se había trasladado a los 16 años. Su mayor triunfo fue el oro conquistado en los europeos de Belgrado en 1973, un torneo emocionante que terminó de manera espectacular: el finalista soviético Anatoliy Kamnyev, sacudido varias veces, fue detenido cuando su rostro ya era una máscara de sangre. Sin embargo, la alegría por el logro alcanzado fue de corta duración, ya que un primer y pesado lastre estaba a punto de caer sobre la salud del campeón, quien fue diagnosticado con hepatitis y se le prohibió entrenar. Terco como una mula, Beneš ignoró a quienes le aconsejaban retirarse de la actividad deportiva y no solo logró vencer la enfermedad en tiempo récord, sino que incluso se clasificó para los Juegos Olímpicos de Montreal.
El título europeo como profesional y la aclamación popular
El desafortunado resultado del torneo olímpico, al que Beneš llegó en condiciones físicas no óptimas, no apagó las ambiciones del boxeador balcánico. Inmediatamente contactó a su hermana, que vivía en Alemania, y le pidió que le buscara un mánager capaz de llevarlo a la cima del mundo entre los profesionales. La joven se puso en contacto con el poderoso Willy Zeller, quien, a pesar de ser consciente de los problemas de salud previos del joven, aceptó acogerlo en su grupo de atletas. Así comenzó la aventura de Beneš en el boxeo profesional, con combates disputados en Alemania, Austria y los Países Bajos, pero con el fuerte deseo de poder regresar cuanto antes a exhibirse frente a sus conciudadanos por un título prestigioso. Un sueño que Zeller logró regalarle después de solo 15 combates, cuando el campeón europeo de los superwelter, el francés Gilbert Cohen, se dirigió a Banja Luka para darle a Beneš su primera gran oportunidad. Fue un triunfo inolvidable: los violentísimos ganchos del ídolo local derribaron al campeón vigente al inicio del cuarto asalto, obligándolo a un nocaut devastador. La gente, loca de alegría, coreaba «¡Yugoslavia! ¡Yugoslavia!» mientras el vencedor era llevado en triunfo, un episodio que contrasta terriblemente con lo que sucedería unos años más tarde…
El ojo maltrecho y la oportunidad mundialista
La escasa propensión a la defensa y la búsqueda constante del enfrentamiento cercano exponían a Beneš a riesgos terribles cada vez que subía al cuadrilátero. Y así, incluso un combate de preparación como el que disputó en el ’79 contra el puertorriqueño Sandy Torres podía resultar muy peligroso. El campeón europeo en título fue obligado a rendirse tras recibir un terrible uppercut en el ojo: el impacto le provocó el desprendimiento de la retina y una peligrosa hemorragia que requirió una intervención quirúrgica inmediata. Una vez más, los llamamientos a la prudencia fueron en vano y, poco más de dos meses después, ¡Beneš estaba nuevamente en el cuadrilátero! Tanta obstinación fue recompensada con la oportunidad de su vida, aquel combate por el título mundial al que el pegador yugoslavo aspiraba desde sus primeros puñetazos en el gimnasio. El campeón de la WBA, Ayub Kalule, fue quien le concedió la gran oportunidad, asegurando las condiciones más favorables en la negociación: además de viajar a la guarida del lobo, Beneš aceptó guantes con más relleno de lo habitual. En un calor sofocante, que hacía sudar incluso a los espectadores, el retador se hizo valer y parecía incluso capaz de tomar el control, pero en la segunda mitad del combate agotó sus energías y siguió adelante sostenido únicamente por el orgullo, quedando rezagado en las tarjetas.
El robo en París y el feroz enfrentamiento contra Luigi Minchillo
Con cada combate, las condiciones del ojo operado de Beneš empeoraban significativamente. Se veía obligado a convivir con dolores lacerantes y peleaba con una visión cada vez más deficitaria. A pesar de ello, solo un veredicto casero le arrebató el cinturón de la EBU en ese mismo París donde, años antes, el célebre actor Alain Delon le había propuesto ser su mánager, recibiendo un educado rechazo. El retador francés Louis Acaries se preocupó únicamente de limitar los daños durante ocho asaltos, sacando a relucir la garra solo en el final, pero eso bastó para convencer a los jueces. El intento de reconquista del cetro europeo en San Severo, contra nuestro Luigi Minchillo, tuvo un desarrollo opuesto: el italiano dominó la primera mitad del combate antes de sufrir la temible pero insuficiente remontada del rival, que fue derrotado por poco, esta vez justamente. Poco tiempo después, el ojo de Beneš alcanzó el punto de no retorno: el daño se había vuelto tal que fue necesario extirparlo, poniendo así fin a su carrera. Esta discapacidad se sumó a las múltiples fracturas en las manos sufridas a lo largo de los años y a una lesión en las cuerdas vocales, fruto de un golpe en la garganta, que dejó su voz ronca y débil por el resto de su vida.
El triste final de un campeón incomprendido
Las numerosas lesiones sufridas fueron poca cosa en comparación con el dolor que le causó su gente al estallar la guerra a principios de los años 90: ese odio étnico que Beneš no lograba comprender arrasó su vida, le quitó un hermano y, tras agresiones y amenazas, lo obligó a abandonar su ciudad, trasladándose primero a Belgrado y luego a Zagreb. Sin embargo, dondequiera que fuera, era tratado como un extranjero: su fe en una Yugoslavia ya reducida a escombros lo condenaba a la eterna sospecha y al rencor de la gente, cegada y enfurecida por las durezas del conflicto. Al regresar a su Banja Luka, la misma ciudad que en otro tiempo lo había aclamado como un héroe, vivió el resto de sus días en el anonimato y el olvido, hasta el punto de que incluso el deseo de entrenar en el gimnasio que él mismo había hecho célebre le fue negado. Enfermo de Alzheimer desde hacía varios años, Beneš falleció el 4 de septiembre de 2018 en Banja Luka, no sin antes publicar una colección de poemas sobre el boxeo titulada «La otra cara de la medalla», un testimonio documental de una sensibilidad rara, golpeada por los horrores de su época, pero que permaneció intacta hasta el último suspiro.