Un escenario fascinante e impregnado de historia deportiva como el Estadio San Siro, una multitud inmensa unida por la pasión y el aliento desenfrenado, un italiano que sube al ring para intentar conquistar el título mundial frente a un rival durísimo: mezclar estos ingredientes mágicos para dar vida a una noche de ensueño parece hoy un ejercicio de pura fantasía. Y sin embargo, el 26 de mayo de 1968, un compatriota nuestro, sin necesidad de una varita mágica, convirtió ese sueño en una realidad fantástica e inolvidable. Su nombre era Sandro Mazzinghi y su adversario, el temible atleta coreano Ki Soo Kim.
Una oportunidad irrepetible de redención
La vida había golpeado a Mazzinghi con una dureza brutal, más violenta y despiadada que cualquier golpe que un oponente pudiera asestarle sobre el cuadrilátero. Convertido en campeón del mundo antes de cumplir los 25 años, amado e idolatrado, Sandro había alcanzado la cima del Olimpo deportivo y de la realización personal, antes de que un destino cruel lo precipitara al abismo más profundo. Un trágico accidente automovilístico le había arrancado a la mujer con la que acababa de casarse, dejándole una fractura en el cráneo y una herida aún más profunda en el alma.
Privado también de aquellos cinturones mundiales conquistados a base de sacrificios, sudor y esfuerzo, a causa de las dos derrotas sufridas frente al eterno rival Nino Benvenuti, Mazzinghi se encontraba ante un muro ciclópeo y aparentemente sin puntos de apoyo que escalar para volver a levantar los puños al cielo en señal de triunfo. Y él, demostrando una fortaleza de espíritu sin igual, lo escaló, roca a roca, victoria tras victoria, coronándose campeón de Europa y ganándose una nueva oportunidad de disputar el título mundial.
Ki Soo Kim no era un rival cualquiera. El coreano había destronado nada menos que al gran Benvenuti en una pelea envuelta en el misterio, marcada por una caída repentina y sospechosa de las cuerdas del ring que provocó una interrupción temporal del combate. Vencerle y recuperar los cinturones WBC y WBA del peso superwélter significaba, por tanto, una revancha, aunque indirecta, sobre su eterno rival istriano. Era una oportunidad irrepetible de redención que Sandro, convencido en su fuero interno de no haber perdido realmente la revancha contra Benvenuti, no quería dejar escapar.
El arranque inusualmente explosivo de Mazzinghi
Como la mayoría de los noqueadores natos, Mazzinghi solía comportarse como un motor diésel en sus combates más importantes. Necesitaba algunos asaltos para entrar en ritmo antes de subir, paso a paso, las revoluciones, desgastando progresivamente la resistencia del oponente hasta llevarlo al colapso. No en vano, de sus ocho victorias por KO logradas hasta ese momento en peleas titulares, seis habían llegado después del octavo asalto.
Quizás por el recuerdo de lo ocurrido en la revancha con Benvenuti, en la que había dejado escapar demasiados asaltos en la fase inicial, o tal vez impulsado por la adrenalina generada por los gritos de la multitud enloquecida, Mazzinghi rompió con sus costumbres, imponiendo a Kim un ritmo frenético desde el primer toque de campana. El púgil italiano se llevó con claridad los dos primeros asaltos, mientras que el campeón, atrincherado tras su guardia zurda, prefería limitar al máximo los riesgos.
Pero apenas Kim se atrevió a mostrarse más agresivo, durante el tercer asalto, se topó con un castigo durísimo. Desatando el delirio entre los espectadores, Mazzinghi lanzó un portentoso ataque frontal, conectando repetidas combinaciones a dos manos con una eficacia soberbia. Aturdido por los golpes y obligado a besar la lona, el campeón resistió estoicamente la tormenta.
La espeluznante remontada de Ki Soo Kim
Cuando Mazzinghi, al no haber logrado el nocaut a pesar del ímpetu de sus feroces ataques, se vio obligado a reducir el ritmo, Kim encontró la forma de invertir inesperadamente la inercia del combate. A pesar de los momentos de terrible sufrimiento que acababa de atravesar, el coreano aprovechó con la prontitud y la reactividad de una cobra el primer resquicio útil para sacudir duramente al retador en el quinto asalto.
Castigado en el rostro por los uppercuts de derecha y los ganchos de izquierda del rival, Sandro pareció a punto de ser arrasado, pero aguantó a su manera, regresando a la esquina con una visible hinchazón en el ojo derecho que se sumaba a una herida en el pómulo abierta en el primer round. Faltaban diez asaltos para el final: una auténtica eternidad.
Gracias a la experiencia acumulada en sus 57 combates como profesional, nuestro púgil sabía que, con el rostro en esas condiciones, no podía permitirse seguir batallando sin tregua en el centro del ring. Mazzinghi decidió entonces frenar por un tiempo su indomable naturaleza de guerrero y gestionar con paciencia los ataques de un Kim cada vez más seguro de sí mismo. Asalto tras asalto, el coreano coronaba su remontada, seleccionando sus golpes con la frialdad de un robot: el combate parecía inclinarse irremediablemente a su favor…
El corazón inconmensurable de Mazzinghi
Los terribles golpes recibidos en la primera parte del combate y las energías físicas y mentales consumidas para volver a meterse en la pelea empezaron a pasarle factura al atleta asiático a partir del undécimo asalto. Mazzinghi, que jamás se habría quedado mirando mientras su sueño de volver a ser campeón se le escapaba entre los dedos, recuperó entonces ímpetu y vigor, encendiendo de nuevo el entusiasmo del público y obligando al rival a recurrir continuamente al clinch para frenar sus generosos ataques.
La táctica, la estrategia y la prudencia eran ya un lejano recuerdo, y los dos púgiles combatían sostenidos por los nervios, el espíritu y el instinto, pero entre los dos era Sandro quien transmitía más fe, más deseo de victoria a cualquier precio. Luego, justo cuando el generoso atleta toscano parecía haber restablecido definitivamente las jerarquías, llegó el escalofrío final: dos golpes devastadores de Kim, conectados en el cierre del decimocuarto asalto, pusieron a Mazzinghi en serios aprietos, haciendo prever a los espectadores tres minutos finales de infarto.
Nos gusta pensar que en ese último minuto de descanso Sandro vio pasar frente a sus ojos toda su carrera. Que pensó en particular en aquellos decimoquintos asaltos en los que, llegando exhausto, había rozado el colapso: desde el combate contra Fortunato Manca, que lo había dejado “groggy” y a un paso del nocaut, hasta el de Benvenuti, quien precisamente acelerando en el tramo final lo había superado en las tarjetas. Que pensó: “¡Esta vez no!” antes de dirigirse al centro del cuadrilátero para iniciar aquel último y fatídico asalto.
Sandro no se vino abajo. En ese asalto confuso y agotador, que vio a dos hombres al límite de sus fuerzas darlo todo hasta el último aliento, acompañados por los gritos del público, Mazzinghi resistió la oleada de emociones y de cansancio antes de abrazar deportivamente al rival al tan esperado sonido de la campana.
El juez italiano Nello Martinelli y el coreano Soon Choul Park se pronunciaron cada uno a favor de su compatriota, pero el estadounidense Harold Valan inclinó justamente la balanza del lado de Sandro Mazzinghi, otorgándole una victoria sufrida y difícil, conseguida gracias a la fuerza de sus puños pero también a su corazón inconmensurable. Una victoria que no olvidaremos jamás.
Haz clic aquí para leer nuestra entrevista a Sandro Mazzinghi, realizada en 2020.