A menudo, las grandes gestas las logran los héroes: individuos fuera de lo común, capaces de aprovechar los dones recibidos de la madre naturaleza para escalar montañas aparentemente infranqueables. Sin embargo, aunque mucho más raramente, sucede que quien entra en la leyenda es un hombre “normal”, al que las circunstancias especiales, un poco de buena suerte y una inmensa fuerza de carácter le permiten ir más allá de sus propios límites e inscribir su nombre en la historia. El 11 de febrero de 1990, exactamente hace 35 años, James “Buster” Douglas hizo precisamente eso: noqueó al gran Mike Tyson, quien en ese momento era considerado invencible por muchos, y se coronó como nuevo campeón mundial de los pesos pesados. En el aniversario de aquella increíble batalla, que tuvo lugar en Japón, en el Tokyo Dome, repasemos los acontecimientos que hicieron posible una de las mayores sorpresas en la historia del deporte.
La máquina perfecta se atasca: cómo Tyson se volvió humano
Llegar a la cima del mundo es difícil; para algunos, mantenerse allí lo es aún más. Mike Tyson se había construido una reputación de guerrero perfecto, aplastando a un oponente tras otro de manera brutal y espectacular. Los pocos que lograban no ser arrasados terminaban atrapados en combates de mera supervivencia, y el rival que, en teoría, representaba el mayor desafío de su carrera, el campeón lineal de los pesados Michael Spinks, apenas duró un minuto y medio contra él.
Sin embargo, su aura de invencibilidad terminó volviéndose en su contra. Convencido él mismo de ser imbatible, Mike empezó a llevar una vida desordenada y fuera de control, rodeándose de falsos amigos, alejando a quienes, como su entrenador Kevin Rooney, lo habían acompañado desde la adolescencia y cayendo en una espiral de drogas, alcohol y delirios de omnipotencia.
Sus inmensas cualidades físicas, que habían contribuido a hacerlo grande, no pudieron sino resentirse, y cuando faltaban dos semanas para la defensa del título contra James Douglas, su compañero de entrenamiento Greg Page lo derribó pesadamente en una sesión de sparring: un presagio funesto de lo que estaba por venir.
La promesa de Douglas: el chico indolente se convierte en una bestia
A James Douglas no le gustaba el boxeo. Quien lo empujó tenazmente hacia ese mundo de sacrificio y esfuerzo fue su padre, un exboxeador profesional que en los años 70 había tenido una carrera digna pero sin grandes hitos. Billy soñaba con que su hijo alcanzara la gloria que él no había logrado, pero James era un desastre: su peso oscilaba peligrosamente de una pelea a otra y, con él, su rendimiento sobre el cuadrilátero.
Por ello, no es de extrañar que, cuando se oficializó la pelea con Tyson, el mundo entero pensara que sería una auténtica ejecución. Incluso la madre de James lo pensó así, al punto de acudir a suplicarle que renunciara a aquella locura. Sin embargo, el púgil la tranquilizó prometiéndole que regresaría a casa como vencedor.
La señora Lula Pearl, sin embargo, no vivió lo suficiente para ver cumplida aquella promesa: un accidente automovilístico le arrebató la vida apenas 23 días antes del combate. El equipo de Douglas intentó convencer al retador de posponer la pelea, pero él se mantuvo firme en su decisión. Su entrenador J.D. McCauley luego declararía que nunca lo había visto entrenarse con tanta determinación ciega como en aquellas semanas cruciales…
Del sarcasmo a la maravilla: el mundo descubre a “Buster” Douglas
Las expectativas previas al combate quedaron resumidas en una frase memorable de Larry Merchant, icónico comentarista de HBO, quien, al referirse al colapso del bloque comunista, afirmó: “Douglas insiste en que sorprenderá al mundo. Si logra vencer a Tyson, los ‘shocks’ en Europa del Este parecerán simples disputas de política local en comparación”. Su colega Jim Lampley no tardó en secundarlo: “Sorprendería a buena parte del mundo si consigue llegar a los asaltos intermedios”.
Pero indiferente a todo, “Buster” comenzó a tejer su plan desde el primer momento: sus piernas se movían con rapidez, su jab cortaba el aire como un cuchillo, sus clinches apagaban la ofensiva de Tyson antes de que pudiera arrancar. Mientras tanto, un Iron Mike apático se limitaba a lanzar golpes aislados: sus infernales combinaciones y su característico movimiento de torso brillaban por su ausencia, y pronto su rostro comenzó a reflejar el castigo recibido.
Para empeorar aún más la situación, sus dos nuevos entrenadores, Aaron Snowell y Jay Bright, estaban tan desconcertados por lo que sucedía que intentaron reducir la inflamación en el ojo de Tyson presionándole encima un guante de látex lleno de hielo, ya que no contaban con el instrumento metálico adecuado. Teddy Atlas los descalificó sin piedad: “Esos dos no serían capaces ni de entrenar a un pez para que nade”.
El sueño se hace realidad: del “conteo largo” al KO
Poco a poco, la resistencia del campeón se desvanecía, mientras el entusiasmo del retador crecía a pasos agigantados. Sin embargo, el exceso de euforia estuvo a punto de jugarle una mala pasada a Douglas: tras arrinconar a Tyson contra las cuerdas en el cierre del octavo asalto, lo atacó con demasiada imprudencia y se topó con un demoledor uppercut al mentón que lo envió directo a la lona.
Se ha dicho mucho sobre el famoso “conteo largo” que siguió a esa caída. La opinión de quien escribe es que Douglas se habría levantado de cualquier manera y que, con lucidez y plena consciencia, esperó voluntariamente hasta la cuenta de nueve del árbitro.
Sea como sea, la batalla continuó y se resolvió dos asaltos más tarde de forma espectacular: ¡jab, jab, uppercut de derecha! Cualquier aficionado ha visto ese golpe letal, seguido por una ráfaga implacable, decenas y decenas de veces. Por primera vez en su carrera, el invencible Iron Mike estaba en la lona, y allí permanecería demasiado tiempo.
“Lo que Buster Douglas ha hecho esta noche hace que la historia de Cenicienta parezca una tragedia”** fue el épico comentario final de Larry Merchant, mientras el nuevo campeón era llevado en andas.
Apagado el fuego que lo había impulsado en la preparación para el combate de su vida, Douglas volvió a ser el mismo boxeador indisciplinado de siempre: con sobrepeso y fuera de forma en su primera defensa, fue noqueado sin problemas por Evander Holyfield y nunca regresó a la élite. Sin embargo, las imágenes de aquel triunfo inolvidable, desde su actuación sublime hasta su prodigioso KO, desde sus lágrimas de emoción hasta la bienvenida de héroe en su Columbus natal, permanecerán para siempre en nuestra memoria.